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Gipuzkoa 1936

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EGUNAREN ALBISTEA


LOS LEALES

Asteazkena, 1936ko uztailaren 29a

Páginas:

Redacción, Oficinas y Talleres
GARIBAY, 34

FRENTE POPULAR
DIARIO DE LA REPUBLICA
Teléfonos: 14.621 y 14.634
San Sebastián 29 de julio de 1936


FRENTE A LA MILITARADA CRIMINAL
Desde la toma del María Cristina hasta la rendición de los cuarteles de Loyola
Una mujer donostiarra, cartel de heroismo femenino.-Sangre de guerrilleros.-Dos voluntarios
La última traición.-Cómo se cumplió el último objetivo.-Palabras finales

:: Relato de un protagonista ::

III Y ULTIMO
EL PENULTIMO OBJETIVO
Dentro de la ciudad misma, ya conquistados el Gran Casino y la Comandancia militar, quedaba un foco rebelde de extraordinaria magnitud: el hotel María Cristina. Verdadera fortaleza pétrea, era imprescindible para el desarrollo del plan general de nuestro jefe, dejarla también reducida bajo el dominio de las fuerzas leales, antes de lanzarse al ataque y rendición de los cuarteles de Loyola.

Era, pues, el María Cristina, el penúltimo objetivo, porque no se podía considerar como obstáculo el edificio de las Hermanitas de los Pobres, que tan rápidamente había de caer en nuestro poder.

Atrincherados detrás de los gruesos muros de la espléndida construcción, la fuerza pública desleal, dirigida por los mandos que habían hecho traición a sus compromisos y a su palabra, podía resistir el empuje y la bravura de las falanges ciuddanas. Ya desde el primer momento, la posición rebelde había sido sitiada por nuestras fuerzas; pero se esperaba al logro de los otros dos objetivos para descargar sobre ella el grueso del ataque.

Pasó todo el día del miércoles sin que se entablase una acción decisiva. Había que recuperar las energías y combinar los elementos de combate. Se pensaba en que un avión adicto bombardease el María Cristina si no quería rendirse los sediciosos que lo ocupaban.

El tiroteo fué intensísimo durante todo el día del jueves. Frente al edificio se había emplazado un mortero, con el cual se hicieron bastante disparos, que iban sembrando de duros impactos la arquitectura del recinto.

ESPERANDO AEROPLANOS
La resistencia de los sitiados era considerale. ¿Cómo no había de serlo, si ellos consideraban que fuera de sus murallas estaba la muerte, y disfrutaban de un formidable parapeto defensivo, mientras que los sitiadores tenían que exponer su pecho a las balas si querían llegar hasta la fortaleza?

Víctimas había costado el Gran Casino. Pero este sitio, el Cristina, polongado durante más tiempo de que la gente había previsto, iba costando también demasiadas víctimas.

Durante todo el fin del jueves se aguardo la llegada de un avión de las fuerzas leales, no para bombardear, porque ésta era una medida que se hubiera tomado en última instancia, sino para intimar a los rebeldes y procurar con ello que no se derramase sangre inútilmente.

El aeroplano no llegó, y no es cosa de explicar ahora las causas de esta ausencia. En un examen más minucioso de circunstancias y de hechos, que habremos de hacer algún día, se sabrán curiosos detalles relacionados con el desarrollo y sofocamiento de la criminal intentona facciosa.


LA NUEVA AGUSTINA
Nuestras mujeres habían dado, a lo largo de los dos primeros días de la batalla, pruebas de su abnegación, de su espíritu de sacrificio, que podía conducirlas a las más arriesgadas empresas. Pero la bravura de la mujer donostiarra tenía que quedar personalizada en el gesto heroico, temerario, absurdo, en fuerza de ser magnífico, de una de ellas, cuya intervención en los sucesos quedará como flor de gloria en las páginas de la historai de la gran gesta que están escribiendo las falanges populaes de San Sebastián y de Guipúzcoa.

María Luisa Bilbao, joven, bella, mujer de espíritu cultivado y de temperamento fervoroso, que expuso valientemente su vida en aras del ideal. Vigilanta de Teléfonos. Nombrada después de su gesto, representante oficial del Gobierno en los servicios interurbanos.

María Luisa Bilbao había mostrado ya en muchas ocasiones su lealtad inquebrantable, su acusada tendencia liberal, su posición decidida al lado de los Poderes legítimos de la República. Desde su auricular del cuadro de conferencias, María Luisa seguía angustiada las incidencias de la gran contienda que se estaba librando. No era capaz de permanecer impasible e inactiva, cuando lo que se ventilaba era, ni más ni menos, que la posibilidad de un hecho democrático en España.

Caían ya las últimas horas de la tarde del jueves. El sitio del María Cristina no acababa de resolverse y todos aguardábamos con hondísima emoción un desenlace que nos librase de lo que iba siendo ya una pesadilla. De pronto, María Luisa Bilbao se levantó de su asiento, reclamó la asistencia del teniente de la Guardia civil y de dos números, montó en un coche de los requisados por el Frente Popular, y ordenó:

-¡Vámonos a Irún!

Orden tan inesperada había de producir sorpresa. Pero María Luisa Bilbao toma sus resoluciones con decidida convicción y fuerza suasoria, que todos pensaron en la exigencia de alguna misión trascendental. Al llegar junto al puente de Santa Catalina ordenó al conductor:

-¡Vete hacia la izquierda!

Los ocupantes del vehículo se miraron con un gesto de estupor. ¿Qué pretendía la bella telefonista? “Hacia” la izquierda era encaminarse, precisamente, hacia el María Cristina. Ponerse al alcance de los fusiles rebeldes era hacer oposiciones a la muerte. Pero obedecieron también sin replicar. Al llegar frente al edificio sitiado, María Luisa Bilbao bajó del coche y se encaminó hacia las verjas. Las armas dejaron de lanzar sus estampidos y sus mensajes de muerte, como en un rendido homenaje al valor de esta mujer.

María Luisa se aproximó hasta las verjas e intentó sostener un diálogo con los sitiados. Su generoso propósito no era otro que el de convencerles de que no tenían nada que hacer y debían rendirse para evitar pérdida inútil de sangre. Fracasó en su empeño. Al retirarse, se manifestó una vez más el salvajismo homicida de los facciosos. Una terrible descarga dibujó su figura con perfiles de muerte. María Luisa salió indemne de la cobarde agresión. Las balas habían querido respetar el heroísmo de esta mujer ejemplar que, de cara a la muerte, aún sentía frente a la traición y la cobardía del adversario el impulso generoso de ahorrar vidas.

Desde el jueves hay una nueva figura femenina que añadir al encasillado heroico de los movimientos redentores. Aragó podrá tener su Agustina. También la tiene Donostia.

María Luisa Bilbao, roja flor de heroismo femenil en el cuadro glorioso de nuestros bravos ciudadanos de combate: te saludamos con toda la emoción cordial, rendida y fraterna de nuestros corazones.


LA RENDICION
Y pasó el día del jueves. La prolongación del sitio encrespaba los ánimos. Las masas populares de combatientes, acostumbradas a vencer, no podían resignarse a aquella forzada inactividad. Querían lanzarse al asalto, aunque el camino quedase sembrado de vidas segadas por el plomo faccioso.

-¡Vamos por ellos! se oía exclamar entre los núcleso de sitiadores.

Los mandos, sin embargo, preferían tener paciencia. Es una táctica guerrera que ha proporcionado muchas victorias. Lanzarse a un asalto sobre la tremenda fortaleza sitiada era exponerse a demasiadas bajas. ¿Para qué? Más tarde o más temprano, los rebeldes se habrían de cerciorar de que su suerte estaba echada. ¿Qué importaban unas horas de más o de menso? Para la impaciencia popular, sí, para el desarrollo de los planos militares, que han de obrar sobre seguro, sin pasos falsos, no.

Pero era cierto. Lasuerte de los sitiados estaba echada. Intensificado el fuego del morterete, afinado el tino de la fusilería atacante, la desmoralización cundió entre los sitiados, muchos de los cuales habían quedado dentro del Cristina or un engaño o por una coacción de los que ya estaban arrepentidos.

Bien pronto, el mismo viernes, surgió en la fachada del Cristina, la bandera blanco del parlamento. La fortaleza sitiada se había rendido. Quedó logrado el último objetivo de la ciudad y el penúltimo de las operaciones planeadas para el rescate de los dominios de la autoridad legítima de la República.


SOBRE LOYOLA
Ya era posible concentrar todas las fuerzas combatientes para lanzarse sobre el objetivo de nuestra conquista: el cuartel de Loyola reducto de los rebeldes militares y, sobre todo, refugio de los mandos desleales, que habían traicionado por dos veces el compromiso adquirido con la patria y la palabra de honor empeñada en momento solemne.

Se inició el ataque. Poco a poco, las columnas de sitiadores se estrecharon, tomando posiciones alrededor de los cuarteles. Los elementos facciosos habían establecido dos posiciones de avanzada: una en la parte de Ametzagaña y otra en un caserío situado a ciento cincuenta metros del montículo de lo alto del cementerio. Las cañerias de conducción de agua que surtían a los cuarteles habían sido cortadas, pero los rebeldes se surtían de Ametzagaña. Otra pequeña avanzadilla rebelde enclavada en Choki hostilizaba a nuestras fuerzas con tiro de fusilería y de ametralladora y en combinación con las otras dos dificultaba el movimiento envolvente de las falanges populares.

La parte más dura de la contienda se había localizado en la posición de lo alto del cementerio. Fué preciso parapetarla y atrincherarla para resguardarse de los tiros certeros que hacían desde el caserío “Moskotegi”. Algunos hombres de los más esforzados perdieron la vida en esta acción y tal vez el destacamento del cementerio registre, en la estadística de víctimas, la mayor aportación a la causa de la libertad y de la justicia.

La gente se batía con bravura, pero la ventajosa situación de los rebeldes en “Moskategi” y un buen servicio de tiradores hacía presa en la carne de los leales.


SANGRE DE GUERRILLEROS
No era posible avanzar. El sitio de los cuarteles de Loyola se prolongó durante tres días. A lo largo de ellos se reprodujeron los casos de heroismo y de abnegación. Las fuerzas gubernamentales soportaron la metralla y la lluvia, la inclemencia de un mes de julio que parecía haberse puesto en nuestra contra, con una entereza, con un desinterés, con una disciplina ejemplares.

-Sangre de guerrilleros-me decía un querido compañero que ha ocupado siempre las primeras líneas de fuego. Ya lo ves. Ni la lluvia, ni el plomo, ni el hambre, ni la fatiga. Uno cae y otro se pone.

Así era, en efecto. Los trágicos relevos de la muerte se verificavan con una indiferencia incomprensible, con una tranquilidad sonriente que daba miedo. ¿Qué otra cosa tendrá ya que ver uno para hablar del valor de los hombres cuando luchan por un ideal?

Se había hablado de aviones de bombardeo que harían cisco los cuarteles si no se producía la rendición en un plazo de veinticuatro horas. Los padres de los soldados concibieron el propósito de aproximarse frente a la fortaleza sitiada para decir que ya era bastante sangre la que se había vertido y que había llegado el momento de la rendición.


DOS VOLUNTARIOS
Una noche, la del sábado, se dispuso un ataque a fondo por sorpresa, sobre el caserío de “Moskategi” con objeto de abrir un hueco por donde pudieran filtrarse hasta las mismas puertas del cuartel, las fuerzas atacantes. Eran las dos de la madrugada. Hacían falta dos voluntarios. Fuera de los elementos que montaban la guardia, los demás se hallaban entregados al sueño reparador, para recobrar las energías que harían falta dentro de unas horas. Los combatientes ciudadanos dormían con una pacífica beatitud, como si al otro lado de las trincheras no estuviera acechando la muerte.

No hubo que preguntar mucho. Los voluntarios se presentaron a la primera voz. Un guardia civil veinteañero, locuaz, que durante dos días había asombrado a todos con un desprecio absurdo a la muerte. Y Josetxo Aranzadi, un chavalín de 18 años, optimista sonriente, arriesgado hasta la temeridad, carne joven del heroísmo de estas horas, en quien parecen concitarse todas las calidades morales de la juventud creadora de nuestros días.

-Aquí estamos –dijeron sencillamente.
-¿Estáis dispuestos? –les preguntó el comandante Garmendia.
-Sí.
-No quiero engañaros –advirtió el jefe- La empresa tiene peligro. Habréis de llegar lo suficientemente cerca de la posición para arrojar las botellas de líquido inflamable.
-¡Bah! Lo mismo da morir de una manera o de otra.

Y partieron. El guardia civil, canturreando una bellísima tonadilla gallega, dulce y cautivante, como un madrigal. El chaval rubio y optimista, con una sonrisa casi gozosa, como el niño que puesto en trance de prueba, va a realizar la misión de todo un hombre.


LAS ULTIMAS HORAS
El alto del cementerio había costado bastantes víctimas. ¿Por qué había de negarse? La cuantía de esas víctimas es la mejor prueba del temple y bravura de nuestros combatientes. Cayeron allí algunas figuras que habían logrado un predicamento y una popularidad extraordinaria entre la tropa ciudadana.

Una de las más sensibles, la del teniente de Asalto Justo, queridísimo de todos los muchachos, por su carácter alegre, por su indiferencia ante el peligro, por su arrrojo inconcebible. Tantas balas habían silbado junto a él, que habíamos llegado a creer que era invulnerable.

Pero no fué así. Una de ellas, más certera que la otra, le hirió gravísimamente. Fué el momento de mayor emoción y amargura de entre todas las emociones y amarguras que se habían guastado en los tres días de sitio.

Aún hubo que lamentar una baja sensible: la de aquel teniente de Carabineros, ya maduro, rubicundo, pelirrojo, con la eterna sonrisa de bondad floreciendo entre los labios. Era un hombre bueno, de una valentía tan sencilla y natural, que parecía a primera vista incapaz de grandes gestos. Y sin embargo, allí estaba, ajeno al peligro, con su figura erguida ante las balas, cumpliendo órdenes, o dictando instrucciones, más preocupado de la seguridad de los demás que de su propio riesgo.

-¡Cuidado, muchacho!-solía exclamar. Baja la cabeza, que las balas no respetan a nadie. Ahorradme municiones y ahorradme vidas. Todas hacen falta para luchar por la República.

Ayer tarde, dos horas después del cese de las hostiliades, una bala asesina le segó la vida, que había cobrado nuevos bríos y optimismos frente a la proximidad del gran triunfo de Loyola. Una bala inesperada que vertía cmo remate de la gran deslealtad facciosa, la firma de la última fracción.

Ya en la jornada del sábado, la situación en Loyola se iba haciendo insostenible. La aparición del trimotor que descruzó con sus bombas una de las alas de la fortaleza, el bombardeo de la avioneta, que produjo estragos y los impactos producidos por los cañones de San Marcos y la pieza del fuerte de Guadalupe, acabaron por desmoralizar a los facciosos. El domingo quedó zanjada definitivamente la cuestión.

El lunes, con la aparición de la bandera blanca, se cumplía el objetivo final del primer plan de operaciones. Rendido Loyola, las falanges ciudadanas de combate tenían otra gran misión que cumplir. Desinfectar la frontera guipuzcoana de los merodeadores carlistas y organizar una acción a fondo para reconquistar el feudo tradicional, principio y fin de la reacción española y de la intransigencia clerical que durante tantos siglos ahogó todos los impulsos libertadores.


FINAL
He aquí trazada a grandes rasgos, la crónica de los últimos sucesos. A grandes rasgos, porque la exigencia de un trabajo periodístico no permite detenerse en la minuciosidad de los episodios o de las anécdotas, aunque éstos sean la verdadera sal de acontecimientos de esta magnitud.

Hoy servimos este trabajo periodístico. No perdemos la esperanza de relatar, en plazo próximo, los detalles de un movimiento que, por su envergadura, no tiene par en los anales de nuestra Historia.

* * *

Fe de erratas.- Por error comprensible en la precipitación con que se han de redactar estas notas, localizamos en nuestra crónica anterior la muerte de Asarta frente al cuatel general de la calle Easo.

El compañero Asarta murió en la toma del Casino. La víctima que cayó frente a la comandancia interina de la calle Easo fué un minero asturiano, que durante toda la mañana había dado pruebas de un valor que sobrepasaba la temeridad.


El auxilio vizcaíno
La muerte heroica del del teniente de Asalto Justo Rodríguez

Ayer tuvimos ocasión de hablar con el sargento de la columna de fuerzas de Asalto y milicianos que llegaron de Biblao en socorro de nuestros leales y en los momentos de mayor peligro. Este sargento, llamado Ramón Fernández, se encuentra herido en la Clínica de San Ignacio. Sufre un balazo en la espalda que, aunque o es de mucha gravedad le impide abandonar el lecho. Ganó los galones de sargento en el asalto al María Cristina, donde observó un comportamiento heroico.

Nos refiere el herido que su columna ha sido una de las que más bajas han sufrido, hasta el punto de poder dercirse que está desangrado.

El teniente Justo Rodríguez resultó gravemente herido. Actuaron dos dias ante el cuartel de Loyola y tomaron parte en los asaltos del Casino y del María Cristina.

La mayor parte de los elementos que con tanto entusiasmo y valor habían actuado en todos estos brillantes hechos de armas están heridas.

Así, puede decirse que la columna no puede reconstituirse de momento. Pero su comportamiento ha sido una de las fases más brillantes de estas jornadas heroicas de San Sebastián.

El teniente Rodríguez murío el día siguiente de resultar herido, y su cadáver fué trasladado a Bilbao.

Ayer se verificó su entierro constituyendo una gran manifestación de duelo, a lo que se sumaron las autoridades de Bilbao.


Dos Españas
LA ULTIMA BATALLA
El Ejército nunca ha ganado las batallas. El Ejército no puede ganar esta batalla que ha entablado contra la ciudadanía española, en la sublevación más amplia, más profunda y criminal que registra la historia de nuestra patria. Las batallas las han ganado siempre, siempre, el pueblo cuando ha sabido tomar conciencia de los altos destinos que le están reservados.

En esta ocasión, el pueblo se hallaba al lado de los poderes legítimos del Estado, que discernían sus apetencias, que atendían sus anhelos, que iba satisfaciendo, día a día, sus esperanzas y aspiraciones. Estado y pueblo, unidos en apretado haz, formaron desde el primer chispazo subversivo los cuadros de defensa contra la ola pretoriana que amenaza de muerte nuestras libertades. Otra vez, en el curso de la hisotira, resonaba e grito de combate:

-¡No pasarán, no pasarán!

Y no han pasado. Nuestros pechos fraternos palpitan con el mismo fervor y la misma esperanza. Nuestras manos hermanas cierran la barrera infranqueable que se opone a la marcha de los facciosos. Los rebeldes atacados en sus posiciones, flaquean, retorceden, pierden la moral y el ímpetu combativo de los primeros instantes, cuando prevalidos de una monstruosa traición de los mandos militares veían ya España en sus manos, sujeta otra vez a los fuenestos designios de los cuartos de banderas.

Hablaban de la antiespaña, y la antiespaña son ellos, que han ensangrentado el suelo patrio con la más criminal de todas las guerras civiles. Invocaban el patriotismo, y los únicos patriotas somos nosotros, que queremos una España en el sitio que en derecho le corresponde en el concierto de los pueblos de Europa. No la España de las antiguas conquistas, sino la España en que se cumplan, de una vez para siempre, los postulados de Libertad, Igualdad y Fraternidad.

Por una vez en el curso de la Historia todas las fracciones ciudadanas que asimilaron el ideario de la Revolución francesa, fuerzas que por estar dispersas parecían hostiles, han coincidido, al fin, en la defensa de un ideal común: el imperio de la libertad y de la democracia dentro del área de la República, como único mediio para llegar a la justicia social, que, con uno u otro alcance, todos por igual anhelamos. Esas fracciones de la ciudadanía española se han convencido, frente al gravísimo peligro que las acecha, de que habremos de recorrer juntos un largo camino, a lo largo del cual se irán jalonando todos los fecundos impulsos constructivos de una raza llamada a los más altos designios.

La consigna es clara. Los objetivos concretos. Primero, derrotar al enemigo, aniquilarlo, liquidar esta guerra a muerte que se ha entablado entre los hombres de la España anterior y los hombres de la España futura, entre la reacción y el liberalismo; entre el régimen de castas y el sistema de Gobierno que preconiza la igualdad de derechos ante la ley; entre las oligarquías tradicionales y la democracia moderna; entre el señoritismo parasitario y los núcleos laboriosos; entre la España vieja, que llenó de oprobio muchas páginas de la Historia, y la España nueva, que pretende abrirse un sitio en el concierto de Estados modernos, civilizados y progresivos.

La guerra es a muerte, ya lo sabemos. Pero cuando el suelo patrio se ha conmovido con esta hondísima convulsión de protesta contra el hecho criminal de la subversión, cuando millares de pechos republicanos, demócratas y proletarios se oponen al avance de la reacción y del fascismo, es que la suerte está echada.

El ejército nunca ganó las batallas. Es el pueblo español, en apretado haz, quien va a ganar la última y decisiva batalla de su Historia. Y a partir de entonces, una era de paz, de trabajo, de justicia, habrá incorporado nuestra patria a los grandes destinos del mundo civilizado.


Casas de Queipo
Una de miedo

Como todas las noches. Ayer no podía faltar. Las delicadas alocuciones de Queipo de Llano desde la radio Sevilla ponen diariamente la nota pintoresca en el panorama dramático de esta inigualada guerra civil que las facciones han planteado a España. Queipo de Llano acude siempre ante el micrófono, es indudable después de haber bebido mejor. Las ondas sonoras traen hasta el olfato un vago tufillo de Jerez o de Cariñena.

Uno llegaría a sentir la congoja de que esto se acabe y la amargura de que los rebeldes de Sevilla estén próximos a la derrota, si no fueran porque lo que empezó en opereta cuartelera ha adquirido los caracteres de un verdadero drama nacional. Cuando las fuerzas leales dominen íntegramente sobre Sevilla, ¿quién va a sustituir a ese insustituible general de los grandes mostachos, bronco y violento, rudo y zafio, que quiere armonizar su viscosa contextra moral con la finura de un humorismo tan solo reservado a los espíritus selectos.

Queipo de Llano nos contó ayer “una de miedo”. Lástima que no pudimos asustarnos. Nos dijo, entre otras finezas, que las mujeres del Frente Popular, no pueden vencer a nadie. La única forma en que pueden vencer es entregándose a las milicias fascistas y a las fuerzas del ejército “salvador”.

Ni Queipo de Llano ni los que le siguen han aprendido todavía que las mujeres del Frente Popular siguen caminos divergentes a las mujeres de los paladines del ejército “salvador”.

Son “las cosas” de Queipo de Llano. Nos hemos acostumbrado a ellas de tal manera, que las echaremos mucho de menos el día en que los mostachos del general no estén en condiciones de oscilar, inquietantes, ante el micrófono de Radio Sevilla.

Ayer nos contó uno de miedo. Esperemos a tener hoy la fortuna de que nos cuente uno de ladrones, que nos gustan mucho.

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