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Gipuzkoa 1936
EN EL CÍRCULO DE SAN IGNACIO
Don Dionisio de Azkue disertó acerca del
paisaje guipuzcoano

En la sala de exposiciones del Círculo de San Ignacio, acondicionada para el acto, pronunció ayer su anunciada conferencia el notable pintor y escritor donostiarra don Dionisio de Azkue, acerca del atrayente tema de arte “El paisaje guipuzcoano”. A la disertación asistió un selecto auditorio, que llenó por completo el salón.
“Dunixi”, reconocido como uno de nuestros espíritus más finos, correspondió con su talento a la esperanza de sus admiradores. Comenzó su explicación dividiendo las conferencias sobre arte en dos clases: los tostones, a cargo de los eruditos, y los camelos, a cargo de los indocumentados. Él, con notoria modestia, se incluyó en esta segunda división. A pesar de esta autocrítica, dio comienzo su charla con un interesante esbozo histórico del paisaje visto a través del arte pictórico en las sucesivas etapas de éste; exposicion hecha a grandes rasgos y rehuyendo cuanto pudiera significar cita erudita. Una sola mencionó, la revolucionaria frase de Manet, “la luz es el principal personaje de un cuadro”, que dio efectiva entrada al aire libre en la pintura, fuera de los convencionalismos de taller que precedieron: es decir, mirando ya el paisaje por la ventana abierta.
El orador abrió también la ventana de su peroración para contemplar a través de ella el panorama guipuzcoano. “Dunixi”, con su inteligente espíritu observador y su delicada sensibilidad, tan susceptible a la emoción del paisaje nativo, hizo unas interesantes consideraciones.
Puso de relieve el carácter esencialísimo del nuestro paisaje norteño, la variabilidad de que carecen, por ejemplo, los países mediterráneos. El mar interior, no sólo es azul por reflejo celeste, sino por propia constitución, quizá por causa química. Dos colores sintetizan aquel paisaje, el azul del mar y cielo, y el blanco de la tierra.
No ocurre aquí lo mismo. La coloración propia del Cantábrico es cambiante, las mutaciones celestes incesantes, la tierra abigarrada. Esto hace que un paisaje preente un carácter peculiarísimo, no sólo en las diferentes estaciones, sino en los varios momentos del día, o de una fracción del día. Citó, como ejemplo de esto, los tres cuadros de Regoyos, fijando el pueblo de Lezo visto en tres horas distintas de un mismo día. Esto obliga al pintor a sentarse en cada sesión con una compenetración absoluta con el espíritu que el paisaje encierra en aquel mismo momento.
Expuso a continuación la influencia que en los cambios de paisaje realiza el viento, mejor dicho, los tres vientos vascos: el nordeste o “iparra”, con sus brumas norteñas; el sur o “egoaizea”, con su diafanidad, que resucita los tonos, y profundiza las lejanías recortadas netas sobre el cielo claro; y finalmente el ventadaval, de nubes obscuras que impregnan el paisaje de humedad.
Refiriéndose al terreno guipuzcoano, resaltó la belleza que encierra el panorama de la desembocadura del Bidasoa, desde los desfiladeros de Endarlaza, hasta los arenales de Ondarribia. Vale más –dijo- este paisaje, con una caseta de carabineros alargando su sombra sobre el verde, a la luz del sol de la mañana, que todas las vistas del Cap Antibes.
Otra de las zonas en que dividió la tierra guipuzcoana fué la costa, de incomparable belleza.
La zona interior fué subdividada a su vez por el disertante en tres fajas correspondientes a sus tres ríos principales.
El Deva, triste, cerrado, de tonos sombríos, del que Alzola es trozo característico. Según el pintor conferenciante podría ser representado con predominio de colores fríos, del azul.
El Oria es, por el contrario, río alegre, abierto, invita a emplear los tonos rojizos, cálidos. Su símbolo: Segura.
El tercero de los ríos: el Urola, situado entre los dos primeros, es también un nexo pictórico entre ambos. Su color dominante el morado, y su panorama emblemático el que rodea al majestuoso Loyola.
El señor Azcue terminó su conferencia, muy interesante, y en la que hubo descripciones de gran lirismo, entonando un canto a las bellezas de nuestro paisaje, del paisaje guipuzcoano.
Después de su disertación, el señor Azcue aludió a la crisis que atraviesa actualmente el arte en nuestro país, y leyó a guisa de apólogo, que bien pudiera titularse “Historia de un cuadro que se vendió”, un fragmento de las “Escenas de la vida bohemia”, en la que Henri Murger narra las peripecias de una pintura concebida por su autor como “El paso del mar Rojo”. Quiso con esto el conferenciante aludir a que sin el apoyo de la sociedad el artista se ve abocado a abdicar de sus más caras ilusiones, y animó al propio tiempo a los concurrentes a prestar esta asistencia que tan necesaria es al Arte.
La disertación del señor Azcue, llena de agudeza y sensibilidad, fué acogida con una cariñosa ovación por la selecta concurrencia que llenaba el salón del Círculo de San Ignacio.

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