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ELEGÍA

He visto un crespón negro ondeando en San Sebastián. El viento trenzaba pausadamente el embrujo del dolor, a flor de ojos, recortado en la inmensidad. Lo he visto y he sentido lágrimas en la garganta. Era una madre. Ardía en sus mejillas el recuerdo de las siluetas que fueron almas de héroe. Recuerdo infinitamente más vivo que la realidad misma. Flotaba con la sobria sencillez de la Dolorosa: con el amor de Julieta; con la arrogancia de Isabel. Elevando sobre el empedrado, peinado por la brisa, la caricia tenue de su mirada. La madre mártir, clavada en elmadero por las tres espadas de los luceros tristes seguía su camino treguado tan sólo por la luz rojiza del crepúsculo hecho aurora y amanecer...

La ví y me dio pena. Abrí esa perla tranquila que calcina el pensamiento; la imagen del 18 de julio enrojecía las mieses, haciendo de la flor, fruto, y envolvía las palmas macilentas del martirio en el azabache del nocturno. Se iniciaba una era de pasión. En el lujoso epitafio que la historia pone en la boca de las tumbas, hubo flores siemprevivas. El sueño mortecino de la noche evangélica exaltada hasta el infinito, el rumor de tres cuerpos adheridos a la agonía de las siete palabras y a la algarabía pelada de la muerte.

Crugía el aroma de sangre, haciendo epopeya el adiós de los camaradas y de los montes.

La visión crece. En el artificio miniado de la hoja amarillenta chocan el acero y el tambor. La Madre se inmuta. Y oye la voz de su hijo Jesús que señala con los labios sediento el horizonte de camisas azules:
--¡Madre! He ahí a tus hijos.
Y a las camisas azules:
--¡Hijos! He ahí a vuestra Madre.

Sería la hora de la resurrecciónd el espíritu, cuando la carne de los Iturrino se envolvió en la esperanza roja y negra.

Su tumba fué cedida por el rico mercader de la victoria. Cuando los llevaron a enterrar, era de noche. Pero amanecía...

J. M. A.

2006 Departamento de Cultura, Juventud y Deporte - Diputación Foral de Gipuzkoa