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Gipuzkoa 1936
Frente de Guipúzcoa
Sin novedad en el frente...
Camiones blindados
Caseríos Vascos

Seguimos acampados en la............; Mari Angeles y Juanita han ordenado bellamente la casa y aromatizan este ambiente de campamento con su risa fresca y sus encantos de aldeanas, y más de un idilio amoroso quedará tal vez roto para siempre a la partida de los voluntarios............. Tengo de ayudante un vasco, casero de Berrobi, que apenas chapurrea el castellano, y “solo haser mirar, mirar a Juanita, que está muy ederra”.
En la cocina ya no nos faltan provisiones y la tropa está contentísima con lo abundante y sabroso de los ranchos; tenemos dos cochecitos al servicio de los blidnados, a los que hemos bautizado con el nombre de “La Pasionaria” y “La Julia Alvarez”, que se encargan de abastecernos diariamente y que vienen de perlas a la tropa para hacer alguna escapada reglamentaria a la vecina villa de Elgoibar.
Las guardias son muy rigurosas, pues estamos en la misma línea de fuego enemiga y desde mi ventana puedo contemplar a simple vista los parapetos donde el enemigo tiene emplazadas dos ametralladoras, que permanecen mudas desde hace varios días; los aviones rojos brillan por su ausencia y nuestros trimotores se pasean dueños y señores del aire en vuelos de reconocimiento y de bombardeo a la pequeña zona enemiga que da acceso a la villa armera. Mutkuruchu, San Miguel, Arnoate, Arrate y Calamua están desde hace días en nuestro poder; el enemigo ha perdido todas las alturas y el sitio de Eibar es tan apretado que, de no luchar en las calles, la entrada ha de ser un paseo militar. Tenemos la suerte de leer con mucha frecuencia “El Liberal” y “Euzkadi Roja” de Bilbao, y en ellos podemos ver las llamadas angustiosas a la población para que acuda a defender el frente de Eibar. Ha llegado un tren especial de Santander con setecientos milicianos y se habla de cinco mil más que han venido de refuerzo de la zona minera; todo será inútil, pues nuestro avance ha de ser arrollador.
Los caseros vascos nos traen leche abundante para la tropa y buenas noticias del enemigo. A cambio les damos pan y algún comestible de que carecen; muchos hacen cola a la hora de los ranchos y dicen estar “agradesios”. Yo aprovecho las horas de las tardes apacibles para salir de paseo en compañía de mis ayudantes a comprar verduras y huevos; trepamos monte arriba y descendemos por las hondonadas de estos valles hacia los caseríos de Urcarregui.
En todos ellos encontramos soldados de Ingenieros y voluntarios de Falange, que hacen el amor a las sencillas aldeanas; éstas se dejan querer dulcemente, pero acostumbradas al galanteo de los mozos y se desviven por obsequiar a los que sueñan esposo de mañana. Yo me adentro en el interior de sus viviendas y quedo admirado de su rusticidad y sencillez; olor a heno, a establo, las personas comparten su vida con los animales. Me encanta sobremanera lo prolífico de esta raza vasca y acariciamos a los pequeñuelos que a brazos de su “amacho” se asustan de nuestra visita.
Les enseñamos a levantar el brazo y gritar ¡Arriba España! Y todavía se confunden y aprietan el puño, como si estuvieran en presencia de los rojos; les decimos que somos fascistas y que queremos a Jaungoikoa, y al oír el nombre de Dios su semblante se inunda de alegría y conversan confiados con nosotros. Solo se entristecen cuando les hablamos de la guerra y pedimos voluntarios para el frente; hemos estado con un casero, padre de doce hijos, a quien nos hemos presentado de parte del capitán para llevarnos a su hijo de veinte años. El dolor y la desesperación ha puesto una mueca de espanto en su rostro y con las manos extendidas nos señalaba los maizales y praderas que hay que trabajar; ha bajado su cabeza y se ha sentado al calor de la fogata, absorto, inmóvil. España no ha entrado todavía en Guipúzcoa...
Volvemos a la caída de la tarde, después de haber hecho un poco de patria con los caseros aferrados a su terruño, preparamos la cen apara la fuerza y charlamos de sobremesa comentando las incidencias del día. La noche está oscura, llueve casi torrencialmente, pensamos en nuestros hermanos que están arropados en su manta en los parapetos y trincheras; solo se oye la voz del centinela y el paqueo de algún rojo empedernido.
Cuando cierro mi ventana para entregarme en brazos de Morfeo, puedo distinguir claramente a mi ayudante............ en dulce coloquio con María de los Angeles.
Y el amor en una noche de guerra...
Casa de Miqueletes, 5 de octubre de 1936

SAJABAN



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