Croniquilla guipuzcoana
Un libelo antivasco
El deber ineludible de todos los católicos este domingo es de votar, sin vacilar, sin tibieza, la candidatura íntegra del Partido Nacionalista.
(De un semanario católico).
Lo que antecede, muy puesto en razón para hacer su propaganda, lo copiaba con motivo de las elecciones que se celebraron el domingo 1.º de marzo un diario donostiarra, propugnador de la candidatura nacionalista.
El libelo que semanalmente se publica en San Sebastián, justificando aquello de que “detrás de la cruz está el diablo”, después de tratar a los vascos poco menos que de salvajes, insultando al pueblo sobre el cual vive con sus inspiradores, se ha atrevido a recomendar una candidatura, precisamente vasca.
Ningún vasco amante de su país, de su idioma y de las libertades originarias de su tierra, puede olvidar los torpes insultos lanzados por el semanario católico.
En sus páginas se han escritos párrafos como éste:
“El pueblo vasco, especie de nuevo rico, cargado de anillos y abalorios, se olvidaba de sus orígenes más que modestos. Un pueblo sin soberanía, sin artes, sin literatura, con un idioma, sí, pero tan plagado de barbarismos que aun hoy día cuesta trabajo definir lo que en su léxico hay del propio; finalmente, un pueblo sin agricultura, porque el suelo no la consentía, y sin industria, fuera de algunas ferrerías y construcciones marítimas.”
Según el libelo, el pueblo vasco era un pueblo sin soberanía, cuando precisamente no se conoció en la antigüedad otro más soberano, pues se gobernaba a sí mismo, haciendo alianzas con los pueblos y países que creyó más conveniente a sus intereses. Tal las uniones con Navarra, Castilla y otros países entonces extranjeros. Y, además, la marina guipuzcoana pactaba libremente tratados de paz con Inglaterra.
Nos habla de libertades y del resto de otras regiones españolas, cuando precisamente estuvieron ocho siglos sujetas al azote de una guerra religiosa librada entre los partidarios de la Cruz y los de la Media Luna, mientras Vasconia tuvo libertad y virilidad suficientes para defender su territorio contra los invasores. ¿Y esto no es soberanía?
¿Hubiera podido dominar la Cruz sobre la Media Luna sin el auxilio de los vascos? La Historia nos demuestra que no. ¿Quiénes fueron los centinelas avanzados que guardaron contra las invasiones el territorio de la Península Ibérica sino los vascos? No entraron por Euzkadi las tropas a las que se alió el obispo traidor don Oppas. ¿Quiénes pusieron, sino los vascos, sus flotas al servicio de Castilla y la defendieron contra sus enemigos?
“El idioma vasco –dice el libelo antivasco- está plagado de barbarismo.” Es posible. Pero al fin y al cabo es un idioma suyo, propio y original. ¿Puede decirse lo mismo del castellano, el francés, el italiano, el portugués, el gallego o el catalán? No; porque todos ellos son derivados del latín, y al euskera hay que reconocerle el valor de su originalidad. Su defecto fué el de no haber sido imperialista, como el castellano, el francés o el italiano, y haberse recluído en su propio territorio, del que está siendo desalojado por la lengua de Castilla y la francesa; cuando pudo haber imperado sobre ambas tanto por su antigüedad como por su riqueza.
Nos llama pueblo sin agricultura, pero todo el suelo vasco está cultivado, mientras que yacen yermos los grandes territorios de otras regiones que podrían ser, al explotarlos, grandes veneros de riqueza agrícola.
Y también califica al pueblo vasco de publo sin industrias, fuera de algunas ferrerías. ¿En qué lugar de España había antaño más industrias que en tierra vasca? ¿Dónde hay en la actualidad –en la proporcionaldiad natural de su territorio y habitantes- mayor variedad y cantidad de industrias que en Guipúzcoa?
Nos fueron importadas dos grandes cosas: fanatismo religioso e idioma, a cambio de nuestras libertades originarias y de nuestra lengua vernácula. En el primero de ambos cambios Vasconia salió hondamente perjudicada. De impedirlo están encargados los que viviendo en Euzkadi la escarnecen, cual acontece al libelo semanal que se dice católico.
Pedro SARASQUETA