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Al miliciano guipuzcoano

¡Loor a tí, bravo soldado de la República, que con gran ímpetu, fruto de tus ansias de Libertad y Paz, defiendes con enorme tesón la tierra querida que te vió nacer y te ha acogido durante tus años de vida!

¡A tí, que ofreces tu sangre y tu vida para que los tuyos puedan vivir mofándose del fantasma del militarismo vil y repugnante que ha querido apoderarse de España, sin otro objeto que el de saciarse de venganza y escarnio sobre tí!

Mas el día de tu liberación definitiva está al llegar, por que el enemigo acabará bien pronto por rendirse ante tu valerosa y honrada insistencia de ver una España feliz en lugar de una Alemania o Italia oprimida.

¡Qué grande eres, valiente ciudadano! ¡Qué envidia y feroz odio sentirá al encontrarse frente a tí el cobarde requeté, émulo del fatídico cura Santa Cruz, al verte en tu puesto de la vanguardia, esperando sereno, su traidora acometida!

¡Sigue firme en tu puesto, heroico miliciano, hasta la total desaparición de tus adversarios! ¡Que no se repita ningún nuevo abrazo como en aquella guerra sangrienta que tan profundas huellas dejó en nuestro suelo patrio! ¡Que no quede ni uno solo, pues los que quedaran, irían creciendo hasta formar un nuevo ejército de hombres sanguinarios y sin corazón, que intentarían de nuevo someterte bajo su tiránica y despota opresión, sirviendo tu sudor de sustento a generales y señoritos fascistas que se ensañarían en tí y en tus más queridos eres, evocando aquella tristemente célebre institución “cristianizadora”, que se llamó la Inquisición.

A.

Eibar, 8 de septiembre de 1936.

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