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Gipuzkoa 1936
“UNIDAD” EN EL FRENTE
IMPRESIONES DEL INSTANTE
EN MONDRAGÓN ESTÁ EL FUEGO
Replegado el enemigo trata inútilmente de defender la metalúrgica villa
¡Arriba España!

A LA SOMBRA DE LA VIEJA UNIVERSIDAD
Oñate, donde ahora estamos, le sobrecoge a uno. Toda la grandez de su historia la vemos reflejada en la austeridad severa de un pasado de magníficas tradiciones, que ahora contrasta con este augusto silencio pueblerino que, como decimos, embarga nuestro ánimo. Oñate, a donde ahora llega de la lejanía el ruido del cañón, es algo muy diferente a cuantos pueblos de Guipúzcoa hemos visto en este victorioso empuje que arrolla al enemigo y le conquista a España.
No es el pueblo alegre de Zarauz, ni el místico de Azpeitia, ni el fabril de Elgoibar, antepuerta de Eibar la roja. Oñate es algo más que todo eso. Es la severidad, el mutismo y la satisfacción callada y el júbilo en silencio. No hay más que ver los rostros de estos vecinos, desde el primer día dispuestos a cooperar con los vencedores al triunfo total. Pero aquí con una gravedad que no refleja lo que de corazón sienten; cuestión de temperamento, de situación geográfica. No sé, pero tal es la sensación que nos produce.
En la histórica Universidad han estado encerrados durante la época nefasta del dominio rojo los muchos presos cogidos por las hordas marxistas en el sísmico movimiento de sus venganzas personales. No pudo encontrar el salvajismo enemigo lugar más apropiado para suponer que así humillaba más al caído. Hoy, después de dos días de reconquista, la Universidad de Carlos VII es Comandancia militar y cuartel de avanzada para las tropas que operan por estos montes.
Al amparo de unos porches, un camión blindado dispuesto a salir augura la proximidad de operaciones. También nos lo da a entender así el movimiento de fuerzas que en estos instantes de la mañana se observa por el barrio de San Pedro.
Otra vez llega hasta la plaza el eco de las detonaciones.

DESDE EL BARRANCO DE ZANDEIA
El ir y venir de tropas-ahora nos enteramos concretamente- indica la salida de un convoy de víveres. Los hombres de Falange son los encargados de hacerlo subir hasta las posiciones ganadas a prueba de heroísmo por las fuezas de España.
Un capellán, que también viste la gloriosa camisa azul, nos habla de lo sucedido la noche pasada.
-Hemos pasado frío y hemos ganado un punto envidiable para la total dominación de ese Mondragón, que con Eibar y Placencia forman el trío guipuzcoano más hostil de la provincia.
Durante todas las horas transcurridas en esta oscuridad nocturna que hemos vivido, el enemigo, convenientemente parapetado, no ha cesado un instante de hacernos fuego. Sabe qu een esta derrota que le espera, se juega la última carga guipuzcoana.
-¿Por dónde andan?
-Por lo que hemos podido apreciar, los fugitivos de Vergara van concentrándose en aquel barranco que desde aquí, con la ayuda de sus prismáticos, puede ver y que tiene para ellos una importancia definitiva.
¡Calcule usted! Ese paso nos da accesos libres por esta parte para dominar desde las alturas de Zubillaga ese Mondragón, centro de la metalurgia regional.
No podemos continuar la conversación. El convoy prepara su salida. Aun debe esperar un poco para recibir las órdenes, pero ya se pone en marcha desde la plaza de Oñate, por el barrio de San Pedro para hacer alto en el de Zubillaga, a dos kilómetros escasamente de las filas rojas. Estamos, pues, a tiro de fusil. Nuestra gente canta con alegría el himno de Falange.

DESDE LA ESPESURA DEL MONTE
Un caserío en esta parte izquierda de la carretera. Un poco más allá unos parapetos y unas vallas de madera que impiden por completo continuar el paso. Al cobijo de la casa aldeana vemos volar sobre nosotros un avión nuestro que explora el movimiento enemigo. Va y viene majestuoso y se aleja al parecer camino de las alturas de Vergara. Ya todo está preparado para ascender a la montaña. El enemigo debe estar alerta y seguramente habrá recibido más de una confidencia. Cerca de nosotros, muy cerca silban las balas. Volvemos a ver un aparato aéreo que vuela ahora excesivamente alto. Desciende un poco y deja caer la metralla de su desesperación en el borde de la carretera de Zubillaga. No ocurre nada. Polvo y un poco de susto. Susto para nosotros, porque nuestros soldados se quedan impertérritos.
Podemos localizar nuestras posiciones. Allá a lo lejos, mejor dicho, en el picacho de Aitzpitarte, ondea la bandera bicolor. En el otro lado, por el monte Olondo, tenemos igualmente fuerzas amigas. Ambas son dueñas desde estas distancias del paso por la grava. El enemigo, por el contrario, no domina más que las entradas al barrio de San Prudencio. Allí sí, fuerte y debatiéndose con la muerte que le aguarda, pugna por sentirse valiente. Desde luego tiene buenas armas, pero le falta el corazón. Desconoce el ideal, ni siquiera sabe lo que defiende. Dispara por tirar y con el único objeto de matar hombres sin saber por qué. Hasta ahora no ha conseguido su propósito mortífero. Ha gastado mucha munición en ruido solamente. No hemos tenido ni una sola baja.
Ya está el convoy en movimiento. Empieza la difícil ascensión monte arriba y por un camino de herradura que la técnica del mando ha hecho para evitar el difícil paso que hay que encontrar forzosamente en la curva de San Prudencio, donde las hordas enemigas se encuentran ahora. ¡Adelante! El convoy es magnífico. Oñate se ha portado bien. Van cajas de vino y licores, buena y abundante comdia, ropa y calzado. Todo se lo merecen los que con verdadero heroísmo van camino de la victoria, en ruta hacia Vizcaya.
De pronto, una descarga cerrada. Nuestar gente no hace caso de minucias y sigue. Otros tiros más. No hay que detenerse por tan poca cosa. Trabajosamente, los mulos siguen su ascensión hasta poder coronar la altura. Desde Zanderia, desde el fondo del barranco, continúa ahora más intenso el tiroteo. Los hombres de la Falange sortean el peligro uscando el abrigo que les proporcionan los accidentes del terreno. Pero aún les queda cerca de tres cuarto de hor de subida.
Otra vez hace acto de aparición el aeroplano. Va tan alto que no sabemos de quién es, pero no tira y deaparece a poco, ruta a Mondragón.

LOS CERRAJEROS DEL PUEBLO VECINO
Casi todo el enemigo que existe en Mondragón pertenece al gremio metalúrgico. A él se le han unido los que huyen de los pueblos comarcanos de Vergara, Escoriaza y Arechavaleta. Tal es la composición de las fuerzas rojas. Estos hombes no tienen más consigna que proteger la entrada de la villa. De cuando en cuando reciben algunos refuerzos de los fugitivos de montes más lejanos, que después de largas horas de joranda en desbandada han conseguido unirse, al amparo de las malezas, con los que defienden Mondragón.
Pero a Mondragón le quedan muy pocas horas de vida. De vida marxista, se entiende. Por todas partes –no he de caer en la imprudencia de decir de dónde- vienen fuerzas muy suficientes para aplastarlos. Ellos lo saben de sobra.
Y como saben también que su caída con la de Eibar, también igualmente muy próxima, es la derrota completa y total de las avanzadas de Bilbao, intentan al mando de estos cerrajeros una última intentona que no pueden conseguir ya. Están vencidos, derrotados por completo. El fuego de nuestros cañones, colocados estratégicamente, van barriendo los focos rebeldes que aún hostilizan nuestros avances. Las fuerzas que proceden de Vitoria continúan arrollando a su paso cuanto encuentran para obstaculizar la marcha. La gente, la gentecilla que todavía defiende el frente impopular corre hacia Elorrio, como podría correr hacia el mar para ahogarse en su humillación.

EL CONVOY LLEGA A SU DESTINO
No me parecen muy de fiar-y que Dios me perdone la suspicacia-estos aldeanos que tengo a mi lado, que me observan atentamente. Con cara de recelo y de incertidumbre están fijos en nosotros, con los oídos muy alertas para no perder ni una sílaba de lo que hablamos. Pero como tienen que hacer de tripas corazón, fingen alegría cuando nosotros lanzamos al aire de nuestra satisfacción un incontenible ¡Arriba España! que nos sale del fondo del alma, al ver conseguido felizmente el arribo del convoy de víveres que ahora, hace justamente una hora, se lanzó monte arriba. Con la ayuda de los prismáticos le vemos llegar perfectametne. Y vemos también el regocijo de aquellos Requetés, Falangistas y soldados que acogen el refuerzo gastronómico con el consiguiente alborozo.
-Y vosotros ¿qué pensaís de todo esto?- preguntamos, por decir algo a los caseros que tenemos al lado.
-Nosotros, qué hemos de decir, alegrarnos.
Y para testimoniar su afirmación hasta tratan de convidarnos a un “chiquito”.
-¿Habéis visto muchos rojos estos días?
-Ya había alguna, ya; pero se fueron todos. Aquí durmieron algunos días y también les dimos vino. Como a todo el que venga por aquí. Nosotros no nos metemos en nada, señor. Somos gente “pasífica”. Que no falte el trabajo y así andaremos bien.
No hay quien les saque nada más concreto ni nada más explícito. La aldeanía no da más de sí. El estar bien con todos y el ponerse al servicio del vencedor es toda la filosofía que encierra el cerebro de estos cazurros impenetrables.
Un avance de nuestras fuerzas por aquellos montes nos hace comprender que se va limpiando de enemigos las frondosidades de aquellas montañas inmensas. En San Prudencio responden a tiros. Vemos caer muchos heridos de las fuerzas rojas. No esperan la técnica militar de nuestras fuerzas, la guardan por lo visto el paso por el sitio peor para el mando; la táctica y la estrategia imponen naturalmente su superioridad.
Y poco a poco, con ordenación y heroísmo, el barranco se va quedando sin gente. Y la compañía de enlace que mandan los capitanes Gorgojo y Vicendoa, auxiliados por el sargento de la Guardia civil Omist, que también lleva el mando del flanco central, continúa hacia Mondragón.
Y ahora en estos instantes en que escribimos se halla bajo el poder inexorable de la metralla nacional, que sabe hacer justicia. ¡Adelante!

Manuel TALAVERA
Avanzadas de Zubillga, tres tarde.


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