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Gipuzkoa 1936

EL CASO DE RENTERÍA
LA URGENCIA DEL REMEDIO Y LA SOLIDARIDAD GUIPUZCOANA
Por ALCIBAR

El problema de Rentería lo es de Guipúzcoa entera. Uno de los casos en que, por solidaridad, debe prestar asistencia a la hermandad de los Municipios guipuzcoanos todos. Y en su nombre la Diputación. Porque el remedio del mal es de los que exigen un esfuerzo muy superior a las posibilidades locales de un pueblo pequeño. Porque, además, los perjuicios resultantes de la repetición catastrófica, repercutirían, en fin de cuentas, en los intereses generales de Guipúzcoa.
Defendiendo a Rentería, en el caso presente, defendemos la riqueza guipuzcoana. Riqueza que contribuye a la formación del erario provincial.
El presupuesto de las obras proyectadas a que aludí en mi artículo anterior sube a doce millones de pesetas, según me aseguran. Claro es que no debe ser la Diputación la que aporte ese dinero. Aunque tuviera los medios para poderlo aportar. No sería justo. Existe una ley creada para atender, precisamente, a este género de auxilios nacionales. Ya lo advertí días atrás. En la colección de este periódico pueden hallarse los csaos que he solido traer a cuento y en que los millones de pesetas salieron y siguen saliendo del erario nacional español, para atender a casos semejantes de otras regiones. La nuestra puede aspirar con más títulos que ninguna. Los guipuzcoanos somos los que venimos contribuyendo, año tras año, más que nadie, a la nutrición de los presupuestos generales de España.
Sí, pues, tenemos un derecho perfecto a este género de auxilios con arreglo a la ley especial, ¿a qué se espera tanto timpo para resolver el problema de Rentería?

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El espectáculo va siendo bochornoso. ¡Las veces que habrán oído los renterianos esta cantinela: “Ya está el proyecto aprobado; ya está el Consejo de ministros conforme con la ponencia de la Dirección General; ya están, para subastarse las obras...” Pues bien: Al cabo de los años, y cuando creimos que el dinero estaba ya en camino, se ha venido a descubrir hace poco que el ministro señor Lucía desconocía hassta la existencia del expediente. Prometió estudiarlo en seguida.
Ahora mismo, no hace más de ocho días, se ha recibido en la Diputación de Guipúzcoa la notiica de que el Consejo de ministros “acababa de aprobar” lo de Rentería.
En la propia Diputación se quedaron turulatos. ¿Qué sería lo que el Consejo acababa de aprobar? ¿El proyecto? ¿La subasta de las obras? ¿El envío del consabido medio millón? Perplejos los gestores, telegrafiaron pidiendo explicaciones. ¡Nadie ha chistado aún!
¿Pero es que no tiene la Diputación en Madrid agentes y aun oficinas que ella costea largamente, que sepan comunicar noticias de tanta trascendencia con más fundamento aclaratorio?
Si esto no es una burla a la Gestora, se le parece bastante.

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Vamos a tener gestores nuevos. Aunque nombrados por el Gobierno, como los anteriores. En medio del mal que se ha hecho crónico, parece que, sin embargo, hay, por lo menos, entre los nuevos, elementos con prestigio personal que avale cierta prometedora independencia. Siempre, lo nuevo es una esperanza.
Esta vez dirán los renteriamos que no están con el viejo adagio. Que, por el contrario, prefieren, en el caso de las Gestoras, lo nuevo desconocido que lo malo que ya conocieron para desdicha suya.

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Obsérvese que los doce milones de la obra de Rentería no se han de invertir de golpe. Habrán de pasar varios años en la ejecución ordenada de las obras. Pero, ¿y entre tanto ¿Puede Rentería tener pendiente su existencia durante años y años, hasta el término de la magna reforma proyectada? ¿Podrá esperar, siquiera, en el estado actual de zozobra renovada esporádicamente, mientras en Madrid se resuelve en definitiva? Aun suponiendo que venga pronto la inauguración de los trabajos... ¿y de aquí a que terminen? ¿Para quién van a servir tales mejoras? ¿Para las futuras generaciones? Las actuales son las que más deben preocuparnos. Ya se sabe que no sirve de nada la cebada al rabo del burro muerto.
¿Qué dicen a esto los técnicos? Se me ocurre a mí, sin serlo, que debieran iniciarse desde ahora aquellos trabajos que, de una manera inmediata, quiten o amengüen el peligro de las inundaciones. Que el remedio sirva siquiera transitoriamente, o sea para unos pocos años. Esto es: para mientras durasen las obras definitivas.
No olvidemos que la causa principal de las inundaciones está en que el cauce actual del río, en la parte que recorre la villa renteriana, se estrechó por diversas causas. Entre ellas por haberse ido cegando el álveo por los acarreos de las riadas sucesivas a través de muchos años.
Es bien seguro que, mediante un dragado provisional inmediato que limpiase el cauce de buena parte de los acarreos, se alejaría el peligro de inundaciones como las últimas.
Lo que corre prisa no es tanto la aprobación del proyecto o la ejecución de la obra en su magnitud. Sería torpeza supeditarlo hoy todo al pensamiento general de una defensiva definitiva para siglos, desatendiendo el momento actual, más apremiante.
No sé si este dragado está comprendido en el proyecto. Aunque no lo estuviese y resultase, en fin de cuentas, una carga, habría que abordarla como un trabajo auxiliar que formase parte del sistema total defensivo. ¿Qué importaría que, al fin, el presupuesto tuviera el aumento que implicase esta obra precautoria? “Primum vivere”. Lo primero será poner cortapisas a la inundación mienras se logren los auxilios oficiales del Estado. Para ir tirando. Para ir viviendo.
Auxilios del Estado, digo, con los que es evidente que hemos de contar con seguridad cuando se están otorgando a otras regiones. Cuando todos los años hay, para estos casos, una consignación de varios millones de pesetas en los presupuestos. Bastará con que Guipúzcoa sepa plantear y defender la causa con inteligente energía.
Insisto, pues, en que este trabajo de draga o limpieza, aunque tuviese un carácter de paliativo, debe ser ejecutado por la misma Diputación, sin esperar a otros auxilios, para tranquilidad de Rentería.
Ni un instante más debe aguardar la Comisión de Rentería, esperando las soluciones de Madrid, con los brazos cruzados. Lo digo porque he visto que ha dado el plazo hasta abril... ¡no sé a quién! ¿Y si en abril tampoco hay solución alguna? Habremos perdido cuatro meses.
Yo aconsejaría que hicieran su poquito de revolución... todos los días. No dejaría pasar una semana sin enterarme de lo que iban haciendo la Diputación y el ministro. Insistiría, por de pronto, en que se dé comienzo inmediatamente a las obras de limpieza del cauce y su dragado, en la forma que dejo indicada. Esto requiere una suma que está al alcance de la Diputación. Con ello se lograría la tranquilidad del vecindario renteriano, para mientras viniera la solución definitiva, en su día.
Tampoco habría de fiarme de palabras prometedoras de nadie, sin comprobarlas, con mucho disimulo, muy cortesmente. Porque la euforia que se traen los comisionados, aunque tengan categoría de presidente, al regreso de Madrid, suele ser generalmente funesta por equívoca. Es que se contentan con que les haya recibido el ministro. El ministro que les dio palmaditas familiramente en la espalda, al despedirles con buenas palabras. Con palabras elogiosas y con recuerdos a los simpáticos donostiarras. Porque siempre ocurre, por casualidad, que nos conocen mucho de haber pasado aquí temporadas veraniegas las más deliciosas de su vida.
Dejémonos de viajecitos aislados que acaban desprestigiando la causa, con la excesiva repetición de aire pordiosero. En asunto de la trascendencia de éste de Rentería, la Diputación debe actuar de un modo, por decirlo así, integral. Ha de llevar un proyecto bien formado... ¡imponiéndolo! Aunque “suaviter in modo”. Bien asistido por los diputados a cortes. Más asistidos todavía, cuando hiciera falta, por la opinión pública de toda Guipúzcoa, puesta previamente al corrietne de lo que pase y puesta en pie mediante una adecuada propaganda.
Porque no le demos vueltas. A cada cual su trato. A cada circunstancia su modalidad correspondiente.
De una administración pública de esta índole centralista es tontería pretender abrir las ostras más que, como dijo el otro, a punta de cuchillo.
Que es lo que hacen otros varones sesudos de por ahí. Y si no, que se lo cuenten a mi ilustre y querido amigo el ex ministro señor Lucía. Que le pregunten qué cantidades acaba de absorber su tierra valenciana bien amada para obras de esta misma clase. Y ello durante estos últimos meses al cabo de los cuales se nos salió el ministro con que ignoraba hasta la existencia de nuestro expediente.
Es todo un sistema delicioso éste del centralismo. En otra ocasión hube de contar los casos pintorescos. Típicos de la administración española. Verbi gracia, aquel de Ciudad Real, que esperaba a que Gasset –su diputado perpetuo- fuese ministro para que se arreglasen las carreteras de la Mancha con el dinero que se les enviaba desde el Ministerio.
Una vez le sucedió a Gasset, el señor Cambó. Se encontró éste con que todas las apisonadoras de su región se hallaban repartidas por las carreteras de Ciudad Real. Con un telegrama enérgico, el ministro catalán hizo que volvieran inmediatamente... ¡a las carreteras de Cataluña!
Y así, por turno.
Con que a aprender, amigos míos. Que, como dijo el otro, no es lo mismo saber redoblar que saber cuándo hay que dar el redoble en el tambor.

ALCIBAR


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