PALPITACIONES
Urgen medidas de profilaxis social
El camarada García Lavid, capitán de milicianos, hizo ayer unas atinadas conservaciones acerca de la necesidad de crear una policía secreta que termine con los espías ocultos al servicio de los facciosos. Es decir, la organización del contraespionaje en beneficio de la causa del Pueblo.
En las palabras “policía secreta” no se encierra nada que pudiera parecer depresivo para cuantos ejercieran ese cargo. No se trata de delatores, de “soplones”, de gentes que pudieran comerciar indignamente con ese cargo de higiene social. Es, sencillamente, poder llegar hasta los más inextricables escondrijos donde se agazapan los malhechores de España, y atacarlos en sus propias madrigueras. Si tuvieran la nobleza, la valentía, el gesto gallardo de dar la cara en la lucha, los procedimientos tendrían que ser otros. Pero para poder dar caza a las alimañas es imprescindible internarse en las cuevas.
El Pueblo es siemple porque nunca desconfía. Es noble porque no sabe de acciones bellacas. Habla a gritos porque no tiene secretos que guardar. Pero el enemigo acecha siempre y siempre encuentra medios para averiguar cuanto le interesa. Poner sordina a las palabras y desconfiar de todos es una obligación imperiosa, hija de los actuales momentos.
La policía secreta del Pueblo tiene amplia zona de trabajo mientras dure la lucha que trueca los campos en cementerios. Basta, para ello, un espíritu, no muy sagaz, de observación. Saber el significado de ciertos colgajos que aparecen en determinados balcones de la ciudad, simulando ropas tendidas a secar; inquirir por qué ciertas gentes hacen ahora una vida distinta de la ordinaria; averiguar qué se habla en esos corrillos que se forman alrededor de algunos milicianos, que ingenuamente relatan episodios de las escaramuzas sin creer en la presencia del espía; indagar el origen de rumores desatinados que, a través de las gentes, hacen que éstas se sientan atemorizadas por la presencia de hipotéticos fracasos; hurgar un poco en el por qué del éxodo de los habitantes de ciertos pueblos cercanos a la capital, cuando en sus localidades respectivas no sucede nada que aconseje la despoblación.
Todo esto, que no es poco, puede ser contenido para evitar alarmas infundadas que deprimen a los timoratos y alegrías insanas a los enemigos de la República. Es, por lo urgentes, necesario crear esa policía de salud pública propuesta por el camarada García Lavid. El enemigo no sólo está en el frete, sino en la ciudad, en las calles, en los lugares donde se reúnen dos personas que comenten los sucesos actuales y en cuantos sitios se relaten anécdotas de trinchera.
La Comisaría de Orden Público, de acuerdo con la de Guerra, tienen en sus manos la profilaxis adecuada para que cese el estado de intranquilidad observando en algunas gentes fácilmente asustadizas. Y los espías, fraguadores de toda clase de falsas alarmas, tendrían que desaparecer por imposibilidad de actuar.
Vigilancia, no solamente en las carreteras y en laciudad, sino también en los ferrocarriles y tranvías, para evitar actuaciones sospechosas que pueden ser fatales para España y para los bravos luchadores del Pueblo.