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Gipuzkoa 1936

LOS ANARQUISTAS Y LA GUERRA EN EUSKADI
LA COMUNA DE SAN SEBASTIAN
Manuel Chiapuso



15. EL VERDUGO DE FERRER
Es muy cierto que el vuelo ideológico que empuja a las colectividades a abrir nuevas vías no asegura necesariamente la victoria deseada y, aunque se obtuviera, sus frutos pueden a menudo no corresponder a lo que se esperaba.
Jerôme Grinpas

Allá a la una de la mañana alguien alumbró el cuarto donde yo descansaba. Tan a gusto me encontraba que no reaccione. El intruso se acercó a mi cama y me sacudió el cuerpo inerte anunciándose:
-Soy Pepe Iglesias.
-Déjame dormir. Estoy cansado y enfermo.
-Traigo malas noticias. Patrullas de requetés han hecho su aparición cerca de Oyarzun. No tuve necesidad de frotarme los ojos para despertarme. Pegue un salto y ya estaba de pie. La llegada de los navarros se perfilaba en el horizonte y con ello la complicación de los problemas. Esas patrullas eran los signos precursores de que una fuerza militar había sido expedida desde Pamplona.
-¿Son numerosos?
-No lo parece. Sólo se sabe que a su cabeza se halla el coronel Beorlegui.
-Poca gente para atacar a nuestra ciudad.
-Claro, pero los militares del cuartel resistirán sabiendo que han enviado fuerzas a socorrerles. La resistencia se prolongara mis de la cuenta. He aquí el peligro.
Esta llegada de los navarros complicaba nuestra tarea. Un nuevo frente aparecía en el horizonte. Había que apoderarse del cuartel costase lo que costase. El armamento que poseía en sus almacenes nos daría gran vigor.
Así podríamos enfrentarnos con los navarros. Me asediaban estos pensamientos mientras me vestía. Luego le dije a Pepe, en quien tenia confianza absoluta
-Vamos a ver a nuestra gente para ver que piensan de la situación creada del lado de la frontera.
Pepe tenia treinta y dos anos, relativamente mayor que yo. Era hijo de un pequeño industrial, pero su espíritu de aventura le había llevado por el mundo y conocía perfectamente el continente sudamericano. Antes del levantamiento ya me presentaron a él, Pero nuestras relaciones no pasaron de una amistad frívola. Pero desde el primer día del levantamiento se puso a nuestra disposición. Era hombre de experiencia, un tanto frío, y de inteligencia clara. Nos había servido mucho sobre todo en los contactos con los medios no obreros. En cuanto subimos al coche me dijo sonriendo:
-Liquiniano tiene ideas insensatas, salidas de la impotencia frente al cuartel. Habla de fabricar catapultas que pudieran lanzar bombas potentes sobre el cuartel, como única manera de terminar con la resistencia.
Sonreí. ¡Ah Félix y sus ideas estrambóticas! Pero de repente, cogido por esa idea loca, argüí:
-¿Con qué ataduras tirarían los hombres?
-Las tirarían los bueyes. Entonces me reí francamente. Harían falta catapultas monstruosas. No. La idea carecía de viabilidad. Volviendo a los navarros
-¿Qué piensas?
-Que no tardaran en atacarnos. En cuanto concentren mas hombres en los alrededores de la frontera. Ya sabes que de Oyarzun a Loyola no hay mas que diez kilómetros.
Y ambos nos quedamos pensando en los días difíciles que nos esperaban. Subimos la empinada cuesta de Eguia y dejamos el coche a la puerta del cementerio. Nos corrimos por un lado, pasamos una brecha abierta en el muro y caímos sobre un fuerte grupo de compañeros. Me quedé rezagado para contemplar el valle del Urumea. El relieve del cuartel aparecía sombrío y bien delimitado. Algunos rayos lunares se infiltraban por las nubes a iban a reflejarse en las aguas del río. El anfiteatro del cerco parecía más lejano bajo el cielo oscuro y entrevisto a través de las gotas de lluvia que caían, generosamente, Para refrescar la atmósfera. Cuando me junté a ellos, dejaron una guardia bien alerta y nos dirigimos todos a guarecernos del agua en un panteón. Todos estaban hasta la coronilla de la inactividad. Alguien, con verbo grafico, comentó:
-Monotonía y monotonía. Para no aburrirnos hemos cavado unas trincheras que, bien es verdad, nos protegen de la certera puntería de los rebeldes. Pero esta lluvia nos cabrea.
-Si los navarros vienen numerosos, ya me hablaras de monotonía. Vamos a bailar el vals de la muerte. Son mas duros que la pata de un santo.
-Que ataquen de una vez. Sino, nos vamos a fosilizar en estas colinas malditas y, sobre todo, en esta: un cementerio. ¡Que ironía! Los muertos nos protegen...
-Para hacer la guerra qué importan los muertos-subrayó Roque, siempre realista y pragmático-. A propósito de muertos dirigiéndose a mí-, ¿sabes a quien ha matado el grupo de Tximista? Ni te imaginarás siquiera.
Encogí los hombros. Entonces, con acento de revelación, aclaró:
-Al oficial que mandó el piquete de ejecución de Francisco Ferrer.
Mi sorpresa no tenía limites. Al cabo de tanto tiempo... ¿Era posible?
-Sí, compañero. A casi treinta años de distancia. Pensé en cómo los hombres entran en los acontecimientos, a veces forzándolos, otras siendo juego de ellos. Meditativo:
-Alguien guardaba memoria fiel...
-Los recuerdos colectivos persisten pese a todas las contingencias-subrayó Pepe.
El hecho me parecía tan extraordinario que rememoró la época de la ejecución-1909-de Ferrer, el apóstol de la Escuela Moderna, esa época en que el espíritu de la generación del 98 y el de los internacionalistas comenzaban a dar los primeros frutos. Hubo un despertar del país que no quería quedarse demasiado lejos de las otras potencias europeas. Por eso, la tradición negativa yuguló y aplastó el deseo de renovación. La guerra civil tenía una trama honda y complicada de factores múltiples. He aquí un nuevo hecho que haría hablar a los historiadores y a los novelistas. Fidelidad y venganza se titularía esta ejecución. La primera, constancia firme hacia un hombre y una idea. La segunda, discutible. ¿Discutible, por qué? Por inoportuno. Pero, ¿no fue también la sentencia discutible y discutida? La ola de protestas y manifestaciones por el mundo contra la actitud del gobierno de Maura al fusilar a Ferrer, demostraba la iniquidad de los gobernantes. Sentirme vejado por el hecho del grupo de Tximista me parecía traicionar el espíritu de aquellos que murieron en Paris o en América defendiendo las ideas de Ferrer. Y por concatenación de ideas se me ocurrió preguntarle a Roque:
-¿Sabes cómo ha muerto el militar?
Yo deseaba comparar las dos muertes. Si el comandante supo afrontar la muerte tan valientemente como Ferrer. En este episodio, cuanto más se profundizaba, se hallaba toda una lección de moral, de sociología, de sadismo y de demostración de que los acontecimientos que se. fijan en la mente colectiva influencian mis a los hombres que los personales.
Lo del inconsciente colectivo era una realidad después de lo que yo había visto en las calles de San Sebastián los días atrás. El freudismo y el sicoanálisis, me eran desconocidos, pero no se necesitaba ser un lince para descubrirlos. Roque me contestó:
-El grupo Tximista se presentó en casa del comandante por los informes facilitados por un viejo matrimonio que conocía perfectamente la personalidad del militar.
La criada, asustada, les abrió la puerta y les introdujo en un vestíbulo bastante lujoso en donde había diferentes armas en las paredes. La indumentaria de los visitantes no incitaba al optimismo a la criada y se fue a anunciarles. El comandante no tardó en aparecer en el umbral inquiriendo
-¿Qué desean ustedes?
No parecía inquieto. Casi treinta anos le separaban de los trágicos acontecimientos para suponer tal motivo de la visita.
-Venimos a reparar una injusticia.
Estas palabras le inquietaron. Palideció ligeramente, se desabrochó la chaqueta, se pasó la mano por la frente sudorosa. Luego se apoyó en el quicio de la puerta, mientras decía:
-No comprendo.
-La injusticia fue la muerte del revolucionario:
-Pero quién les ha dicho que yo...
Tximista le cortó rabiosamente:

-Usted se presentó voluntario para mandar el fusilamiento. iSanguinario! Usted sabia que ese hombre era inocente, que la reacción aprovechó el atentado contra el rey para eliminar a un hombre que luchaba contra el espíritu retrógrado de los españoles.
-Escuchen, yo no me interesaba a los asuntos políticos. Yo era un militar y nada más. De lo de la ejecución...
-Usted recuerda cómo murió el mártir. Lo recuerda, ¿no? Clamando su inocencia y afrontando la muerte valerosamente. Tendrá usted que seguir el ejemplo.
La prestancia del militar desapareció. Se empequeñeció bajo el peso del destino. No sabia defenderse aplastado por la terrible perspectiva. Tximista insistió:
-Prepárese y venga con nosotros.
-¡Nere jaungoikoa!-exclamó la vieja criada, una vasca que a duras penas comprendía el castellano. Gemía detrás de su patrono.
Lívido, quería hablar, pero ligero temblor de las mandíbulas se lo impedía
-Yo... yo...
-Acabemos. Usted tiembla porque va usted a morir sin defender una causa. Nosotros respetamos al adversario que lucha por un ideal. Despreciamos a quien se presenta voluntario para matar y subir así en el escalafón. Aplanado, vencido, el militar se volvió hacia la vieja criada que no hacia más que gemir:
-¡Nere Jaungoikoa!
Tximista aceleró el desenlace. Cogiéndole del brazo
-Vamos.
El militar se dejó llevar dócilmente hasta el coche. Roto, pegó la cabeza contra el pecho y ya no la movió. Ya no pertenecía a este mundo. En el puente de hierro se bajaron todos. Era casi media-noche. Reinaba un silencio cósmico. Ni coches, ni trenes, ni un tiro en el cerco tan cercano. La luna aclaraba a los protagonistas de esta escena patética. El condenado echó una mirada indiferente al estrecho espacio del Puente. Andaba pesadamente. Se mantenía de pie por milagro. Sólo pronunció:
-¡Que soledad, madre mía!
Este final nos dejó emocionados. Frente a la muerte el hombre descubre su propio fracaso. Y yo pensaba en Unamuno cuando se preguntaba si más allá de la muerte había algo y que si no lo había representaba una gran injusticia. Me dirigí a Roque:
-¿Cómo se llamaba ese militar? ¿Se llamaba el general Escrín?
-No lo sé.
-Pues tengo que saberlo. Escrín mandó el pelotón de ejecución. Marín Rafales fue el fiscal inexorable. El teniente coronel Aguirre presidió el tribunal de la muerte.
Y lo pensé sinceramente. Me interesaba conocer cómo la leyenda Ferrer resistía al tiempo. Pero la situación militar empeoró. Tximista y su grupo se fueron a la montaña a combatir con los navarros y la mayoría desaparecieron. Y con ello la imagen del militar también. Las exigencias del combate eran mas que tiránicas. Pepe Iglesias, muy oportuno, sacó a colación los diferentes cercos que llegaron a ser célebres en la historia, cortando así los pensamientos que nos embargaban:
-Nos haría falta un hombre imaginativo, capaz de encontrar el medio de salvar los muros que rodean el cuartel, como los griegos lo hicieron con el célebre caballo de Troya.
Liqui replicó fulminante
-Si tenemos que esperar diez años como entonces para entrar en Ilion. Por muy poco que podamos entraremos antes. Y que tendremos un pequeño Homero para contar este cerco que tanta importancia tiene para nosotros con los navarros a la puerta.
Pepe continuó:
-La descripción del sitio y de los lugares es un monumento literario. La seriedad con que trata esta guerra se armoniza con la gravedad de las guerras entre los hombres. A mí, personalmente, me gusta el sitio contado por Alejandro Dumas de La Rochelle de forma tan sabrosa, truculenta y anecdótica. Hay críticos que consideran este relato como otro monumento, aunque no tiene la seriedad del anterior.
Estos propósitos volvieron los ánimos a la realidad del cerco. Sin embargo, dichos en un panteón familiar nos situaba en algo irreal.
Diríase que los que hablaban eran cadáveres resucitados y que, con gran desenvoltura, en la oscuridad se movían de un lado a otro aclarados por el fuego de los cigarrillos. Yo remaché el clavo de los cercos recordando el de Numancia, trágico y emocionante, digno de un cuadro áspero a inhumano, inmortalizado por Cervantes. Entonces todos se me echaron encima, diciendo que no se podían comparar con el de Loyola, pues en el valle los militares la estaban pasando no del todo mal, mientras que los numantinos soportaron las más penosas vicisitudes. Y me trataron de patriota. Numancia no era España todavía y estaba lejos de producirse el fenómeno de la unidad española.
La necesidad de acabar con el cuartel y de acuerdo con los militantes que nos representaban en diferentes organismos, me fui a Bilbao para interceder acerca de nuestros compañeros en favor de San Sebastián, ya que en Bilbao la situación indicaba calma chicha. Hable con Foyos y García, miembros del Comité Regional de la C. N. T. La organización de su parte nos enviaría gente y plantearía en el Frente Popular la necesidad de enviar gente y material a los frentes de San Sebastián. Cuando volví, los rayos solares casi herían horizontalmente.
Se anunciaba el crepúsculo con serenidad olímpica. Al entrar en el colegio, hallé animación inusitada: grupos en el patio y en los corredores. Subí a la secretaria. Allí estaba el secretario general, cuya cara reflejaba gran severidad.
-¿Qué pasa, Pablo?
-Vamos a juzgar al «Bilbaíno». Era un sindicado doblado de borrachín. Llevaba siempre una gabardina de algodón mugrienta. La barba hirsuta de varios días le daba un aspecto animal. Encorvado, cual bestia perseguida, mirada de reojo. Su voz aguardentosa dejaba en los oídos una sensación áspera. Analfabeto. Mientras íbamos a la sala del juicio le puse en antecedentes de mis conversaciones en Bilbao y que los resultados no se harían esperar. Nos reunimos en la gran sala del colegio y la presidencia la ocuparon el secretario y dos miembros del sindicato a que pertenecía Arteche, el «Bilbaíno». En los bancos militantes muy conocidos por su probidad y algunos milicianos que estaban descansando junto al estrado el acusado, sentado en una silla. Alrededor de é un espacio libre. Su mirada fugitiva de animal acosado recorría la sala. En mangas de camisa, llevaba parte del equipo militar. El secretario, grave y solemne, habló:
-Compañeros: Debemos deliberar sobre un caso penoso para nosotros. El acusado, ya lo conocéis, ha cometido varios delitos graves: ha matado a un hombre, cuya identidad nos es desconocida y él no quiere darla; ha confiscado arbitrariamente en nombre de nuestra organización sindical, valiéndose de que entraba en nuestra casa del barrio Gros a la oficina y se apoderaba del sello orgánico y establecía bonos que firmaba con el pulgar humedecido en el tampón; ha transformado el colegio del barrio de Gros en un centro de fechorías, traicionando lo que para nosotros significa la revolución. Nos la ha manchado. Estamos aquí para pedirle cuentas, juzgarlo a infligirle el castigo que se impone. Dirigiéndose al acusado:
-¿Has matado?
El acusado se reía y se burlaba del secretario.
-¡Responde!-insistió el secretario.
-Si. ¿Y que?
Se volvió hacia todos nosotros con mirada desafiante. Agresivo:
-Todos matan en este momento. ¿Por qué no yo?
-¿Quién era?
Silencio obstinado lo que evidenciaba de que se trataba de una venganza personal.
-¿Cuantos bonos has firmado con tu pulgar? Lo hemos cogido gracias a un casero en cuyo caserío se presentó Arteche con un bono para una vaca.
-Bastantes, pero siempre lo he hecho para darle a la organización lo que le faltaba.
-¿La vaca también?
-Para carne.
Una voz grave, la de Galo Diez, que había venido de Tolosa, se dirigió a los reunidos:
-Ya lo habéis oído. El caso no deja dudas. Dejemos de lado reservas y vacilaciones para castigar tal inconsciencia. No permitamos que semejantes individuos mancillen el gran trabajo que han realizado nuestros sindicatos.
Ni un solo hombre defendió al culpable. Por unanimidad se pronunció la pena de muerte. El secretario concluyó:
-Si somos duros con nuestros enemigos, con mas razón lo debemos ser con nosotros mismos.
A la luz de estos hechos, las campanas contra la pena de muerte parecían sensiblería mórbida-me decía volviendo a la secretaría-. La piedad de los apóstoles religiosos y la de los sociólogos y utopistas se quedaban enterradas por una realidad desconcertante. La naturaleza de los hombres quizás no permita el idilio social... Las bellas teorías humanitarias iban en dirección del cementerio, como los hombres... Allí me encontró con Félix que me estaba esperando. Algo nuevo debía pasar en el cerco.
Así era, pues me anunció que la resistencia de los rebeldes disminuía. A los disparos de los milicianos no respondían con la energía y el ahínco de los primeros días. Estimaba mi amigo que pronto cederían los militares. Cuando terminó de darme esas noticias alentadoras, me dijo:
-Pero no he venido por eso. He venido para ver si puedes enterarte de la verdad. Han matado al padre de Antxon y eso ha supuesto en nuestras filas un choque.
-Cuéntame.
-Se habla de que han sido los socialistas o los comunistas. Ya sabes que el padre era el jefe de los guardias municipales de San Sebastián. Dicen que si Vivar estaba de acuerdo con los rebeldes. Eso había que probarlo. Entérate, si puedes.
-¿Antxon lo sabe?
-Sí.
-¿Y cómo ha encajado el golpe?
-Bien. Fue Juan quien se lo comunicó con bastante brutalidad. Se retiró del grupo para ocultar la pena. Al volver de nuevo nos dijo con orgullo
-Por lo menos ha muerto como un bravo, defendiendo la piel como se debe hacer.
Antxon Vivar me era muy simpático. Había venido a nuestras filas unos meses antes, cuando ya la situación se iba decantando hacia la gran explicación entre las dos Estañas. Yo le recordaba cuando en la terraza de los inmuebles de Larramendi lanzaba los petardos imitando a los andaluces:
-¡Jezú! Qué ruido va a jasé.
-Para ocuparlo, lo hemos mandado del lado de Uva con el grupo de Germán.

16. SEXO Y REVOLUCION
¿Es compatible una sociedad civilizada con la liberación de los instintos sexuales?
-Sí-dirá Marcuse.

¡La satrapía del sexo! Sortilegio, goce, abismo, dolor, se hallan en la liberación del instinto sexual. Ley biológica que imprimía al individuo reacciones indomables y le descubría metas inaccesibles. Para satisfacerla las especies jugaban con la muerte. El hombre la seguía pese a las cortapisas por encima del ridículo y del constreñimiento. Podía escapar por un genero de castración voluntaria o por prohibición social. En este caso el fruto mas legitimo se aparentaba a la frustración, creadora de tantos problemas sicológicos. Rotas las barreras morales en una explosión revolucionaria o social, como en el caso de las orgías carnavalescas que servían de válvula precisamente a ese instinto durante unos días, el empuje de las fuerzas biológicas se liberaban súbitamente. La noción de amor libre, la no menos célebre de «huelga de vientres» entre los iniciados a una demografía moderada, explotaban en el tumulto de las jornadas épicas y en la alegría de ver desaparecer un mundo arcaico, basado en los privilegios de casta o de clase, únicos juicios de valor. Era un fenómeno digno de estudio, lo que demostraba la realidad de la represión sexual por la sociedad, en las diferentes revoluciones vividas por los hombres el del aborto por ejemplo. Al principio, el aborto se aceptaba y se volvía clínico y social autorizado. Confusamente, el pueblo comprendía que habla una relación entre la liberación económica y la liberación sexual. La pareja moderna salsa ya del cuerpo social. Este, pues, trataba siempre de gobernar la formidable carga creadora de la actividad amorosa.
Y, claro está, el cuerpo social orientaba estas relaciones en el sentido del conservatismo dejando de lado la afirmación individual. De ahí que todas las leyes sobre la pareja y el matrimonio se hayan transgredido. La ley es barrera insuficiente para la sexualidad. La revolución--carga explosiva-acarreaba la exaltación sexual, rica en bienes culturales, en sentimientos repelidos que se, desencadenaban, en necesidad de intercambio que cada individuo conlleva, rica sobre todo porque no esta mandada ni supeditada a una rigidez social. La sexualidad aparecía sin artificios en toda su desnudez. Esta exaltación la favorecían nuevas costumbres, la promiscuidad de los sexos durante el dinamismo revolucionario, el abandono de la mujer que perdía el apoyo de la familia o de los padres, el temor de morir en todo momento. La inestabilidad social no hacia sino acentuar la misma inestabilidad del instinto sexual, abotargado aun por la represión. La guerra favorecía el acoplamiento por la desaparición de ciertos obstáculos morales. Incluso las virtudes probadas vacilaban y se dejaban invadir por la ola amorosa que baria el campo revolucionario. A menudo, el histerismo del triunfo o de la desgracia se terminaba en una fiesta nupcial. En resumen; esta exaltación demostraba el carácter efímero de las leyes sobre esta materia y el vigor y la continuidad de las leyes biológicas. Claro es, estábamos lejos del amor inefable-misterio, belleza, grandeza-con que nos lo disfrazan los poetas, los filósofos y tutti quanti. Seguramente que no lo encontraríamos en la cuneta de la carretera, en un foso o al abrigo de un talud, ni en los encuentros furtivos a la sombra polvorienta y humeante aun de las ruinas de una casa después de un bombardeo. Bajo las estrepitosas explosiones de bombas y obuses, el amor no hacia sino mostrar su vitalidad. Habría en esos acoplamientos un despilfarro de energías, pero era mucho mas enriquecedor que el despilfarro permanente de las parejas que se acoplaban con resignación rozando las fronteras de la frigidez y de la impotencia. Así, muchas chicas se ponían pantalones y entraban en la danza de la acción.
Mucho se ha discutido sobre el papel desempeñado por la mujer en la revolución española, unos con ironía, otros con burla, otros con desenfado.
Yo digo que la mujer española marcó un paso adelante en su deseo de que no la considerasen mujer-objeto. Llevando pantalón mil rayas, una blusa y un jersey, esas chicas encarnaban las fuerzas de una rata femenina que fue enterrada por una civilización refinada y decadente y por una educación judeo-cristiana. El pelo ondulado al viento, recordaban a las heroínas que en la historia nacional supieron brillar por actos de bravura. No desmerecían en nuestros grupos, cuya divisa consistía en ofrecer las reservas físicas a intelectuales al país para salvar el periodo agonizante subsiguiente a larga catalepsia gubernamental. Y entre esas chicas, Casilda había desempeñado el papel de miliciana con mucho valor a la sombra de Félix, quien la aconsejaba y la dirigía en los meandros de la acción. Casi influía sobre muchos jóvenes con su voz de mando empujándoles al combate. Muy desinteresada, se había entregado a la vida dinámica del miliciano, compartiendo las mismas vicisitudes que los hombres, por considerar que servia mas a la causa en la calle. Liqui tenia entera confianza en ella, incluso en los momentos más cruciales. Casilda era su compañera. Desde que ambos fueron liberados del presidio por la amnistía de febrero de 1936, en donde purgaban severas penas por actos revolucionarios. La primera amistad se convirtió en sentimiento más tierno e íntimo. Nunca ostentaban sus lazos con besuqueos o manos entrelazadas. El sentimiento aparecía mas bien en los momentos difíciles de un ataque o situación peligrosa. Allí estaban para respaldarse mutuamente.
Mientras tanto San Sebastián necesitaba la provincia también normalizarse, organizarse, crear el organismo de dirección que acabase con la provisionalidad del Frente Popular, heredero del incapaz gobernador de la provincia, Artola. Mal que bien los partidos políticos y las organizaciones sindicales hicieron frente a la situación. Hubo severas agarradas, fricciones que rayaban la ruptura, ante los «paseos». Todos comprendían que el «paseo», justicia primitiva y brutal, debía acabar. Cada partido y organización debía dominar a sus huestes, para luego acabar con los incontrolados que satisfacían instintos ocultos en las células humanas. Así nació...

La junta de Defensa

... el 26 de julio. La C. N. T. y los anarquistas entraban por primera vez en un organismo oficial para dirigir la política de guerra y de organización social. Representábamos la savia ardiente de la novación a impugnación. ¿Sería canalizada debidamente en las nuevas estructuras que nosotros prefigurábamos en nuestras actitudes precedentes? El primer acuerdo consistió en lanzar el periódico «Frente Popular», órgano oficial de la junta. Seria respetuoso con todas las ideologías y no trataría de envenenar los desacuerdos, ni las rencillas, entre partidos y organizaciones. El primer numero apareció el 27, poniendo en relieve la constitución de la junta de Defensa con sus correspondientes Comisarías. En cada Comisaría había un representante de partidos y sindicales. Y cada uno de éstos era Presidente de una de ellas. Defensa recayó en el Partido Comunista quien nombró a Jesús Larrañaga, el ex seminarista. Cabe decir que la personalidad de éste, por carácter y dinamismo, fue la que decantó hacia la obtención por el Partido Comunista de esta Presidencia tan importante. A la C. N. T. la representaba Falomir, ferroviario muy conocido por sus dotes oratorias y actividad sindical, huésped circunstancial en nuestra ciudad por aquellos días. La Diputación Provincial la cobijaba. La Comisaría de Abastos no sólo se encargaba del abastecimiento de la ciudad, sino que se ocupaba, de acuerdo con los sindicatos, de comer a quienes asediaban el cuartel de Loyola. Fue el hotel Central el encargado de este menester. Abastos nombró un delegado, quien se entendía con los enlaces del cerco, quienes a su vez comunicaban las necesidades presentadas por los jefes de grupo de milicianos. También daban comidas en las Escuelas del Ensanche Oriental (Aldamar), diferentes bares conocidos por sus ideas progresistas como Jáuregui, Inchausti, El Riojano, etc. En las Escuelas de Amara, la C. N. T. se ocupaba de alimentar a sus militantes. Asimismo ocupó algunos hoteles, como el Hispanoamericano, para que descansaran quienes venían del cerco. Abastos prohibió la venta de carbón para necesidades domésticas. Prohibió asimismo la venta de ropa y calzado.
Todas las existencias debían servir para vestir y calzar a los milicianos. A fines de mes las colas hicieron su aparición delante de las tiendas de comestibles. Comenzaron a escasear el azúcar, el café y otros artículos, sino de lujo, menos indispensables en la alimentación humana. El gobierno de la República había puesto una suma a disposición de la junta de Defensa para que pudiera hacer compras en Francia con vistas a abastecerse. Gracias a ese crédito San Sebastián pudo alimentarse sin grandes apuros. En esta Comisaría nos representaba Patricio Ruiz, nuestro secretario. Si se conseguía abastecer convenientemente era un buen punto en el devenir dramático de la ciudad. Esta Comisaría se instaló en la Casa Consistorial. A la Comisaría de Transportes le recayó la responsabilidad de hacer un censo del parque automóvil y de abrir algunas líneas de tranvías y autobuses, poniendo coto al desorden en el uso del transporte rodado. La presidía José Aguado, republicano. En ella nos representaba Pancorbo, el ex legionario, militante, después de una vida aventurera en diferentes países. Nos cupo a nosotros la presidencia de la Comisaría de Comunicaciones, encargada del control del periódico y, claro esta, de las Comunicaciones. Se encargaba también de los mensajes familiares. El levantamiento militar había separado muchas familias y por medio de la radio se buscaba la manera de soldarlas. La Comisaría de Orden Público, la más difícil dadas las circunstancias, con la rebelión de los militares y policías, vivita y coleando en el cuartel de Loyola, creaba tensiones constantes, pues cada partido y organización se creía posesor de la justicia. Se vivía en estado de guerra y la ley marcial la imponían las circunstancias. Recayó la presidencia en el Partido Nacionalista, partido que quería presentarse mas allí del bien y del mal. Lo más difícil para ella no era los interrogatorios en busca del culpable, sino que el sospechoso no desapareciese en la origine de la venganza, puesta en libertad por el execrable levantamiento. La presidía Telesforo Monzón, ex diputado, el que asistió a la reunión habida en San Sebastián el mes de abril entre los militares y otros conjurados del golpe de estado. Era ya una referencia para aquellos que seguían de cerca la posición claroscura del Partido Nacionalista.

En nuestra jerga irreverente de jóvenes dispuestos a romper con todos los tabúes de la sociedad española, le llamábamos el poeta, el niño bonito, el beatón, pues era una debilidad suya demostrar sus creencias religiosas. A mí siempre me han sido sospechosos todos aquellos que exhiben sus ideas sin ton ni son. Nosotros nom-bramos a Julio Gómez, panadero, viejo militante respetado, Pero a quien una voz afeminada no le daba la autoridad Para enfrentarse con militantes de otras fuerzas. La Comisaría de Finanzas nombró a José Imaz de presidente. A nosotros nos representaba José Iglesias. Me propusieron a mí, Pero Inestal y Ruiz echaron el grito al cielo y se opusieron rotundamente. Donde está ahora «lo esta haciendo bien». Dejémoslo tranquilo. Entonces, yo mismo propuse a Pepe por su seriedad y sus conocimientos. La Comisaría nombró un delegado en cada Banco. Había que evitar excesiva corriente fiduciaria y, sobre todo, la evasión de los capitales. Y ejercer vigilancia estrecha sobre las operaciones bancarias y un control serio. Sin embargo, garantizaba la salida de fondos a todo veraneante, casi sin cortapisas. Los altos cargos de la Banca no fueron molestados.
Esta vasta reorganización de la vida social y militar se vio animada por un hecho importante. El cerco del cuartel de Loyola entraba en nueva fase. Ante los ojos atónitos de los milicianos vieron salir una tanqueta que se dirigió al fielato. Llevaba bandera blanca.
En el fielato mismo se bajó un ocupante que se dirigió a las filas republicanas. Se trataba de Ignacio Aramendi, guarda rural, prisionero desde los primeros días de los militares. Era portador de unos pliegos correspondientes al cuartel y de las condiciones en que los militares aceptarían discutir la situación. Reunida la junta, acordó proponer estas condiciones:
1.a Rendición incondicional.
2.a Respeto de las vidas hasta el sumario.
3.a Aconsejar el indulto en el caso en que los tribunales les condenaran a la pena de muerte.
En cambio, la Junta aceptaba que la representaran los diputados, pues paradoja a la altura del absurdo comportamiento de los militares, estos sólo aceptaban la discusión con los representantes del parlamento, con aquellos mismos contra quienes se sublevaban. No querían saber nada con quienes ahora dominaban en San Sebastián. Sabían que con estos la negociación seria más difícil. Restablecido el contacto con los militares, hubo sus dimes y diretes Para llegar a un acuerdo en el sitio en que se encontrarían las dos delegaciones. Los militares se mostraron muy reacios en cuanto a alejarse excesivamente del cuartel. Por fin, la junta aceptó que diputados y militares se viesen cerca del Puente y a la vista de los sublevados y bajo el fuego de sus ametralladoras. Le interesaba ante todo acabar con el cerco y, Para ello, no había que mostrarse quisquillosa. El día 27 tuvo lugar la primera entrevista entre cinco diputados y tres militares. El jefe del cuartel, Vallespín, se mostró intransigente, brutal, con frases como «el ratón imponiendo condiciones al gato». Carrasco en lo que poco que hablé se mostró favorable al acuerdo con la junta, siempre que los acuerdos se cumpliesen. En cuanto al comandante Erce se mostró francamente en disposición de concordia y, en cierto modo, de mea culpa. El gobernador militar, coronel Carrasco, había rogado a los diputados que acogiesen a un oficial enfermo y que le hospitalizasen. Se comprendía perfectamente que en el cuartel había dos corrientes: la de la capitulación y la de la resistencia. Vallespín insistía en que las condiciones de la junta no estaban de acuerdo con la relación de fuerzas. El cuartel tenia muchos hombres a echar en la batalla y mucho armamento. Desde ese instante él haría lo necesario Para que los que quisieran resistir fueran hasta el extremo. Pese a esta profesión de fe en la sublevación, Vallespín tuvo que admitir, en razón de la opinión de Carrasco y Erce que los militares estudiarían las proposiciones de la junta y que, al día siguiente, a la misma hora, darían la respuesta. Vallespín no dejo de mostrarse desdeñoso hacia sus compañeros. La atmósfera no dejó de ser leal, pero sin la-presencia de Vallespín las conversaciones hubieran seguido un desarrollo más rápido. Y seguramente la cordialidad entre hombres hubiera, ganado y el sentimiento humano de la comprensión y del error hubiera abierto la brecha de una franca explicación. Probablemente, los militares hubieran salido ganando.
Es por eso que los diputados mostraron intransigencia y no salieron de los, acuerdos. Pero pronto se dieron cuenta que los militares estaban en situación de inferioridad y que, por lo tanto, tendrían que plegarse a la ley de la necesidad. Sin agua, sin tabaco, sometidos a una higiene lamentable, no podrían aguantar mucho tiempo. La realidad de la situación, pese a la superioridad del armamento, les obligaba a parlamentar y con toda seguridad a rendirse mas o menos pronto.
Reinaba en el cerco, como en el cuartel, un silencio absoluto. Los ojos estaban fijos en la entrevista que a la vista de todos se estaba efectuando. Separadas las dos delegaciones, los milicianos se preguntaban cuales eran el tono y los resultados de estos contactos. Entre ellos, Liqui y Casi. En cuanto se marcharon los diputados, con tres libertarios más, desde la ultima villa de la aglomeración en donde habían pasado la noche, cogieron el Fordingo que les permitía pasar por los sitios más intransitables. En un dos por tres se personaron en el puente que daba entrada al cuartel. Lo estaban atravesando el coronel Carrasco, con capa militar, y Erce. Vallespín ya se había retirado, completamente desolidarizado de sus compañeros de armas. Al crujir los frenos del Fordingo, Carrasco se volvió y acogió a los jóvenes con frialdad de témpano:
-¿Qué pasa, muchachos?
Con simplicidad rayana en ingenuidad, Liqui le contestó:
-Somos el pueblo.
-Ya, ya.
-Mire alrededor. No hay escapatoria.
-Sí. Tenemos que entendernos. Hemos decidido estudiar las condiciones de la junta de Defensa.
-Es lo mejor para todos. Salud.
Los jóvenes dieron media vuelta. Se dirigieron a Eguia. El ultimo puente, frente a las marismas de Amara, se quiso volar con objeto de aislar totalmente por carretera a los del cuartel, Pero por falta de pericia o de carga, la explosión dejó el puente en pie, aunque bastante estropeado. El Fordingo lo pudo atravesar con mil precauciones. Y a toda mecha atacó la cuesta que conducía al barrio de Eguia. Los milicianos que guardaban la enorme barricada levantada en la encrucijada de Loyola y Polloe se quedaron viendo visiones al acercarse a toda velocidad un coche con dos banderas rojinegras. Desde lo alto de la barricada, a la altura.de un segundo piso, lo apuntaron creyendo en una encerrona. El Fordingo frenó violentamente y del interior saltaron los libertarios haciendo senas de calma. Liqui y Casi fueron reconocidos. Mix, con la autoridad de estar al tanto de los acontecimientos y de la aureola ganada en los hechos de la calle Larramendi, gritó, adelantándose a los acontecimientos
-Hay que abrir paso. Los militares van a tener que aceptar. Están dando las ultimas bocanadas. Abajo todo esto.
Aquello fue prodigioso. Se formó una cadena de seres que en poco tiempo dejaron el paso libre a la circulación rodada. La «vox populi» se encargó de hacer llegar a los oídos de San Sebastián que los cuarteles estaban en la agonía.
El rumor corrió tan rápido que llegó a mis oídos antes de que me lo comunicaran oficialmente y antes de que viniera a verme Liqui con un plan tan audaz que me dejó al principio entre admirado y asustado. A la luz de la probable rendición de los militares, me propuso la necesidad de apoderarnos del armamento del cuartel, con objeto de que las armas no fueran a parar a manos poco seguras. Según él no se debía repetir lo sucedido con las armas recogidas en el hotel Maria Cristina. El Frente Popular no distribuyó a la C. N. T. ni una simple pistola. Larrañaga se las arregló para entregarlas a los suyos, a las M. A. O. C., Milicias Antifascistas de Obreros y Campesinos, y a los nacionalistas. Con habilidad, Larrañaga tiró el ascua a su sardina: No protestamos, Pero la guardábamos bien presente. La caída del cuartel nos iba a permitir una revancha con creces.
Liquiniano justificó su plan:
-Tiene que salir la revolución triunfadora. Nada de política de partido, sea la del socialismo, del comunismo o del nacionalismo vasco.
-Tienes razón. Pero si hacemos eso, imagínate las secuelas. Todos se van a echar sobre nosotros. Sin embargo, el juego lo merece.
-Es ocasión única para afirmarnos como gran fuerza y como garantía revolucionaria. Conozco bien el cuartel, pues, como sabes, ahí hice el servicio militar y ahí fomentó un plante que me costó anos de presidio militar. Tú encárgate del aspecto técnico del transporte. Con tres camiones nos bastara.
Yo sopesaba los meandros de la lucha política de los que Liqui se burlaba republicanamente. Yo conocía las reservas, las discusiones, entre unos y otros. Íbamos a incurrir en grave responsabilidad, incluso frente a la organización. Por fin accedí y me encargué de enviar los camiones detrás del cuartel, junto a la puerta de servicio. Luego consultó con Pepe Iglesias. Aunque salido de la pequeña burguesía, Pepe navegaba en el medio anarcosindicalista como pez en el agua. Le gustaba nuestro espíritu fraterno, nuestra generosidad y el olvidar de nosotros mismos. Además nos admiraba por la osadía, las perspectivas nacionales que defendíamos. Recíprocamente, los jóvenes veíamos en él al espíritu maduro y al espíritu critico justo. Con su seriedad costumbrera no vaciló en considerar nuestro plan conveniente. Y esa noche nos fuimos a pasarla en el cerco Pepe, Consuelo y yo. Eran ya las once de la noche cuando llegamos arriba, al alto de Polloe. Andábamos en la oscuridad total y a tientas buscamos la trinchera que defendían nuestros amigos. Yo sentía cerca de mí a Consuelo quien ejercía una atracción cada vez más devoradora. Las vividas horas criticas, la autoridad ejercida sobre tantos hombres, borraron en mi el complejo adquirido a lo largo de mi encierro en diferentes presidios de querer con ganas a una mujer y, sin embargo, evitarla para demostrar el dominio sobre mí mismo. La miraba con arrobo interesado cuantas veces podía, sobre todo cuando dormía. La respiración regular del sueño justo me hacia desearla más.

Su pobre madre que vino a vernos cuando yo estaba enfermo unos días atrás se quedó de piedra cuando comprendió que su hija dormía conmigo en aquel piso. No se atrevió a reñirla, Pero la mirada fue elocuente. Andando en la oscuridad, ella se juntaba más a mí, como si comprendiera mi estado de animo respecto a ella. En el fondo no hacíamos sino repetir lo que ejecutaban las parejas desde los tiempos mis remotos. Ya habíamos tejido la telaraña que nos envolvía visiblemente. Felina se apoyaba en mi. Nuestras miradas se cruzaban cargadas de mensajes biológicos. La pasé la mano por los hombros y así llegamos a la trinchera de los amigos.
El optimismo reinaba en el grupo. Los militares entraban por la vía de la capitulación. Entonces, la ciudad podría ocuparse seriamente de los navarros. Había mucha gente en la trinchera. La tregua permitía esa reunión. Incluso nos encontramos con Valentín -había abandonado el taller-que quería. saborear los prolegómenos de la rendición. Ver salir a los militares después de los días de sitio no era un espectáculo corriente. Cuando nos juntamos todos, Valentín estaba contando un espectáculo que le había extrañado:
-Tres de las muchachas que liberasteis de las Arrepentidas iban con un grupo de milicianos.
Iglesias, didáctico:
-Servirán de pasto a la ola sexual que va a cubrir el país. Una vez mas la ley del péndulo se aseverara. El tabú sexual en nosotros tenia casi carácter hereditario.
-¿Quién lo impedirá?-dijo Casilda. Esta inscrito en la naturaleza de las cosas pese a todos los moralistas.
La noticia de Valentín dio en el blanco, pues Félix rumiaba las consecuencias de la liberación. Por eso escuchó con atención las palabras proféticas de Iglesias. Le ganaba terrible contradicción.
Se preguntaba si esa liberación estaba bien fundada, como paradoja curiosa del hombre de acción. Las reflexiones de la madre superiora le servían de contrapunto. Y expresó sus dudas:
-Veis, me pregunto si no obramos a la ligera. Los impulsos del corazón a veces nos hace equivocarnos sobre la realidad de las cosas.
Casilda se enfadó:
-Siempre las teorías. Nuestra acción valía la pena. Eso cuenta. En su claustración forzada esas muchachas se hallaban moralmente en un estado lastimoso.
-No es eso, Casi. Me es difícil...
Pepe le socorrió:
-Quiere decir que hubo, además del impulso generoso, otro cómplice, oculto y materialista: el sexo, por ejemplo. Ese motor oscuro obró sobre ellos a pesar suyo.
-Quizás-concedió. No lo sé. Nunca me ha gustado reflexionar oficiosamente. Sin embargo, hoy dudo sobre la eficacia del acto.
Iglesias quiso alejar del espíritu de su amigo la posibilidad de un conflicto intimo:
-Hicisteis bien en lanzarlas al mundo. La contemplación conviene a la gente que busca la perfección comulgando con el infinito. Para las chicas la existencia con todas las vicisitudes presenta mayor atractivo.
Valentín dio más detalles:
-Una de ellas, al verme, me saludó con el puño levantado. Quería decirme que estaba con el pueblo. Graciosa y alegre, se cogió al brazo de un joven.
Pepe concluyó:
-Lo que pasa es que ya comienza a fabricarse la generación de la guerra. Las incubadoras naturales se preparan a crearlas enfebrecidamente.
Piaroa parodió clínicamente una escena de amor:
-¡Ah! esas mujeres que cortan el hipo. ¿Cómo no sucumbir? Son una tentación constante. Quitarle eso a la vida y decidme lo que queda. A lo sumo lo insulso.
-Calla con tus chorradas-protestaron muchos. Se hubiera dicho que cada uno se vio retratado en esos comentarios. Roque luchaba interiormente, preguntándose si debía descubrir un sabroso secreto. Por fin se decidió a hablar. Enfático:
-Sí, Pepe. Me parece que tienes razón con eso de la generación de la guerra. Aquí hay uno que se ha entregado a ese juego y que enmudece como una carpa.
-¿Quién?
-Si se calla... yo no me atrevo...-dijo hipócritamente.
-Yo-confesó Valentín bajando los ojos como una doncella.
Sorpresa y alegría general en la trinchera.
-¡Olé!-exclamó Piaroa dando un pase de torero.
Valentín, un conquistador, ¡formidable! El místico aprovechándose de los placeres terrestres. Había sucumbido como el más vil de los mortales. Roque machacó aun más
-No tiene mal gusto, no. Una rubita de cara virginal. Dentro de la mística, claro. Una chavala de pómulos sonrosados y línea esbelta. Manjar delicado, creedme, manjar de festín místico.
Piaroa bromeaba:
-Pero Roque, estas torturando al pobre Valentín. No te burles así.
-¿Cómo se llama?
-Mariquita. Valentín pronunció el nombre en un suspiro.
-Mariquita... de mi corazón-entonó Piaroa el estribillo popular. Grotesco, se arrodilló y se pegó el pecho y cerró los ojos. Alegría general. Incluso Valentín se reía a carcajadas.

17. ¡AH, LA MUJER!
Evolución de los hechos. Persistencia de las ideas.
Emile Roche

Era difícil retrotraer esa evasión juvenil en una trinchera a la realidad. Quise exponer el. motivo de mi visita, pero se me echaron encima gritando
-Deja para luego, ¡hombre!
No insistí por el momento, tanto más cuanto que. Roque, esa noche pretendía revelar las confidencias que sus amigos le habían hecho durante las horas de tedio en las malditas colinas que rodeaban el valle de Loyola. Sin duda, la tregua le daba pie a que sacara a colación ese juego divertido. Con tono misterioso:
-Hay aquí todavía alguien...
-¡Aún!-le cortó Piaroa-. Se trata de una epidemia amorosa.
-¡Y vaya mujer! Rostro clásico de rasgos regulares de virgen italiana, cuerpo escultural y vibrante. Arrogante, da la sensación de intocable. Pero nada detiene a los revolucionarios...
-Que se denuncie...-exclaman algunos.
-Yo-confiesa Juanito. Su mirada desafiaba a todos.
-Se sacrifica en el altar de Venus a toda pompa-gritó Piaroa, encantado del giro que tomaba la conversación.
-Explícate, ¡hombre!-le ruega Roque-. No les hagas sufrir.
-Una aventura extraordinaria, incluso increíble. Sólo en situaciones únicas pueden producirse tales cosas.
-¡Vaya novedad!-se burla Piaroa-. Todos dicen lo mismo. La más bella, la más... Claro, un universitario ha sabido valorizar sus conocimientos...
-Estas lejos de la realidad, alcornoque.
-¿Yo alcornoque porque digo las verdades?
-No os peleéis y cuenta, Juanito, tus aventuras -intervine yo para calmar los ánimos.
Juanito reflexionó algunos instantes. Después con tono natural:
-Corría yo por el Paseo de los Fueros, seguido por un grupo de jóvenes del barrio de Amara, el día... el día de la toma del hotel Maria Cristina. De una de las villas salía una mujer, la mujer descrita por Roque. Lloraba con aflicción profunda. Vestida de negro, como una viuda, desamparada, debió descubrir en mí no sé qué potencia, pues me abordó:
-Usted es un jefe, ¿no?
-Yo, mujer...
-Sí, usted es uno de ellos. Haga algo por mi hermano. Le han detenido esta mañana.
-Tengo mucha prisa...
Nos rodearon todos los que me seguían. Sus miradas me invitaban a enviarla al diablo con sus historias familiares. Una frase me contuvo.
-Entonces la justicia revolucionaria es un cuento.
Quiso pronunciar el fin con rabia, pero la pena se lo impidió. Fue una protesta afligida y se puso a llorar de nuevo. La palabra mágica de justicia, invocada en esos momentos, me impulsó a escucharla. Me hubiera enfadado conmigo mismo si la hubiera abandonado en su desamparo.
-¿Su hermano tenia actividades políticas?
-Ninguna.
-¿Su nombre?
-Víctor Calatrava.
-No le prometo nada. Iré al gobierno civil y ya veremos.
En el gobierno civil, con nuestro representante sindical, consultó la lista de los detenidos. Allí estaba. ¿Qué delito? Ninguno. Fue recogido en un registro general de esa zona. Entonces, nuestro compañero le interrogó sobre su identidad, su situación social y sus actividades. Acaba de terminar sus estudios de ingeniero y pertenecía a una familia rica. Su padre, accionario de diferentes bancos y miembro de varios consejos de administración. Víctor y Encarna su hermana, se habían adelantado a los padres para pasar el verano en Donostia. ¿Su domicilio? Madrid. Consultamos con los otros colegas de gobernación y nada permitía creer en la culpabilidad del detenido. Entonces, decidieron ponerlo en libertad. Nuestro compañero me aconsejó:
-Acompáñale hasta casa, no vaya a tener un mal encuentro por la calle.
Salimos juntos. Se parecía mucho a su hermana. Simpático, optimista ante la vida, pese a los malos momentos que acababa de atravesar. Al llegar a la villa me rogó que entrara. Y me encontró delante de Encarna. ¡Y de qué manera! Sin ningún complejo se me echó al cuello y me plantó dos besos en los carrillos que me dejaron aturdido. La dureza de sus carnes fue también cómplice de mi turbación. Y exclamó medio riendo y medio llorando
-He aquí un hombre que cumple la palabra. ¡Qué alegría, Dios mío! Entre, por favor.
Yo estaba confuso. El zaguán lujoso contrastaba con mi mono sucio, mi barba de varios días, mi pelo despeinado y, mis botas polvorientas. Yo me sentía desplazado. Encarna adivinó mi pensamiento. Espontáneamente:
-Todo es suyo. Haga lo que le plazca.
-Sí. Está usted en su casa-agregó Víctor-. Tome un baño, aféitese. Le hará mucho bien. Quite unos minutos a su tarea.
-Me esperan los amigos-me justifiqué sin gran convicción.
-Sería una ofensa -intercedió Encarna simulando una mueca de enfado.
Y acepté...
-iBravo! -exclamó Consuelo-. Hay que demostrar que no somos ogros.
Me acompañó al cuarto de baño. Ama de casa diligente me trajo jabón, alcohol y abrió el grifo. ¡Qué delicia! Cada célula del cuerpo suspiraba de placer. En el agua tibia me parecía flotar, perdido en fabulosa ingravidez. Volvió varias veces para traerme las toallas, la bata, sin prestar atención a mi desnudez. Yo, amigos, a cada aparición la encontraba más apetitosa. Espiaba sus movimientos y os aseguro que no había nada místico en mis miradas. Cuando me vio afeitado, peinado, limpio, me dijo burlona:
-Ahora tiene los aires de ser alguien.
Me cogió del brazo con brío y me acompañó al salón. Víctor nos esperaba. Sentados alrededor de una mesita guarnecida con tres copas y una botella de anís, ella escanció y al llenar la tercera copa me mostró el agradecimiento que la embargaba:
-No bebo alcohol. Hoy haré una excepción.
Brindamos en nombre de la Revolución. Su sinceridad se evidenciaba. Victor me preguntó muy interesado por la situación social:
-¿Cree usted que el gobierno republicano llegará a dominar la situación?
-¡Cómo!-protesté-. El pueblo en la calle salvará la República, aunque se haya mostrado mezquina con él. Nada se opondrá a la marcha victoriosa en cuanto reunamos todas las fuerzas.
-Aquí, está el problema del cuartel de Loyola; allí, hay ciudades en las que los enemigos son vencedores.
-El cuartel caerá como el hotel María Cristina, recuérdelo. Todos los enemigos de la Revolución volverán a la vía de la comprensión.
Después de esta declaración contundente me despedí, no sin antes ser invitado a cenar aquella misma noche.
-Nos estás contando una pagina de novela-ironizó Iglesias-. Por lo menos tú no has escogido la sombra de los panteones, el cuadro fúnebre a lo d'Annunzio, para jurar amor eterno.
Piaroa tosió para aclararse la garganta. Declamó bajo la mirada benevolente de los amigos:
-Pues a mí me gusta el cielo como tejado y los muertos como testigos de los amores, teniendo como cama la tierra, nuestra madre nutricia, respirando el aroma de los campos cercanos, símbolo de la multiplicación, experimentando las delicias del amor vivido lejos de la alcoba, lugar vergonzoso en donde el sublime sentimiento es humillado por el perfume barato y por el cuadro poco insinuante...
Consuelo le cortó:
-¡Anda, cállate! Y dirigiéndose a Juanito:
-¿Fuiste a cenar con ellos?
-No. No olvidéis que era el día de la rendición del hotel María Cristina y yo quería estar presente en el desarrollo de la ceremonia y las consecuencias. Aunque Encarna se me aparecía como mujer deseable, el sentido de las realidades hizo que hasta el recuerdo se me desvaneciera.
-¡Qué ingrato!-exclamó cómicamente Casilda.
-¡Ah!, pero el destino, cruel y delicioso, me la envió al sindicato. El paso dado por Encarna debió ser violento. Tenía las mejillas encendidas. Me quede cortado. Más aún cuando con tono guasón me envió una andanada:
-¿No tiene la burguesía derecho a algún miramiento? -
No he tenido tiempo -me excusé torpemente-.
- La lucha embriaga...
-Ya lo sé. ¿Y el teléfono? Es usted un ingrato.
La entrevista fue corta. Se marchó con la promesa de que iría a verles al día siguiente. Rehusar la amistad que me brindaban tan generosamente hubiera sido digno de un patán. Llegué a las nueve de la noche, casi al crepúsculo. Una mesa bien provista. Acogida afectuosa. Nada de hipocresía. Encarna quiso agasajarme y darme confianza en ese cuadro, cuan diferente de la realidad brutal de la lucha emprendida por los militares contra el país, al comentar:
-Noté gran movimiento en sus sindicatos. La C. N. T. atrae a la gente.
-Al pueblo le gusta la fuerza. Cree ver en nosotros el poder que liquidará el pasado. No le defraudaremos.
-Luchar por un ideal, dominar el escepticismo, vivir con una fe, llena la vida del hombre. Nada más triste que sentirse al margen de la corriente vital -se expresó con acento nostálgico Víctor por su ineficacia. Calló unos instantes y prosiguió:
-Entonces lo áspero y lo árido de la vida desaparece. Las aristas mortales, limadas por el espejismo del futuro, pierden la aridez de los ángulos. Les admiro a ustedes, quizás más por la acción que por el ideal que sustentan.
-Qué sería la acción sin el ideal, Víctor... Tiene que basarse en el espíritu.
-Acepto gustoso su explicación. No crea que le interrogo, pero me gustaría saber si piensan ustedes en ir lejos en sus afirmaciones revolucionarias. Ustedes pertenecen a una organización apolítica. Actualmente hacen política, ya que intervienen ustedes en los organismos de dirección de la ciudad. ¿Por qué? ¿Por pretender a su revolución libertaria o por temporizar?
Estas preguntas candentes me catapultaron al dominio de nuestra acción política que, por el ardor de la lucha, la había omitido completamente. Era verdad. Nos echamos a la guerra para oponernos a los militares y, ¡tente tieso!, nos encontrábamos mezclados íntimamente a la nueva realidad social. Calatrava miraba todo eso como espectador y suputaba nuestras posibilidades de triunfo en la coyuntura. Confesé, pues, un tanto desconcertado
-Iremos hasta donde podamos. Ellos lo han buscado... Peor para ellos.
-Y para todos -rectificó Encarna.
Piaroa protestó con vehemencia:
-Pero dónde está el amor. Yo, la política, ya sabéis, me la paso por la cruz de los pantalones.
-Hice un canto a la Revolución. ¡Ah la Revolución! Cuán difícil era ceñirla. Forjadora de sueños la veía acometer los destinos del país. Yo me sentía avanzar en columna cerrada hacia Pamplona, ciudad que respira el incienso y el absolutismo.
No vibraban los pamplonicas sino dos semanas al año, durante las fiestas de San Fermín, bajo los vapores del vino, en una evasión tumultuosa de cincuenta semanas apagadas, neutras, agonizantes. Conquistar a Navarra sería quitar a los rebeldes una fortaleza. Esa tarea nos esperaba, aún cuando los navarros daban muestras de actividad por Oyarzun. Por eso lo imperioso de la caída del condenado cuartel de Loyola. Las montañas que nos separan de Navarra encierran un maleficio -concluí-y tenemos que acabar con él.
-¿Por qué?-interrogó, impresionado, Calatrava.
-Ocultan la fuerza y la obstinación, el fanatismo y la voluntad de vencer de los navarros. El primero que las salve victoriosamente ganará la primera parte.
- ¡Pues adelante! - exclamó Víctor ganado por mi idea -. Yo también seré de la partida. Mi saber y mi honor me pondrán a la disposición de aquellos que han sabido oponerse a la fuerza bruta. ¿Nuestro pueblo? Grande por su valor. El único que en Europa se ha atrevido a afrontar los designios del fascismo, forma política degradante.
-¡Bravo!-aplaudió la hermana.
-¿Y los padres? ¡Que dirán!
-Lo sentirán y nos excomulgarán. Es clásico en estos casos. No importa. Le aseguro, nuestra neutralidad en esta ocasión nos producirá gran amargura. Puestos a escoger, nos quedamos entre ustedes.
Entonces Encarna me aclaró algunos puntos del pensamiento del hermano:
-No crea usted que en las palabras de Víctor sólo hay agradecimiento por el gesto en nuestro favor. Hacía ya varios días que discutíamos seriamente sobre la realidad española. Llegamos a la conclusión de que el mundo en donde habíamos vivido -al cual le debíamos nuestra educación -era una falsificación de la vida y una rémora para el progreso.
Yo comprendía el dilema en. que se encontraban. El acento sincero no podía engañar a nadie. En el fondo, se pasa por ese estado dialéctico cuando se plantea en cada uno de nosotros el problema ideológico. Roque no pudo por menos que ironizar:
-Nuevos adeptos en perspectiva. ¡Qué locura! Hasta los burgueses se sienten influenciados por las jornadas revolucionarias. Pronto ya no encontraremos enemigos.
-¿Y el amor?- insistió Piaroa.
-A eso voy. Llegó a su debido tiempo. Cenamos. Encarna nos trajo un café humeante y perfumado y los licores. Poco después Víctor se levantó diciendo:
-Voy a visitarle a un colega. En estos tiempos tenemos que respaldarnos mutuamente.
-Ten cuidado, Víctor. No lo pasees demasiado por las calles.
No insistía. Estaba visto que quería dejarnos solos. Y así llegó el amor, imperioso, con la vitalidad de dos cuerpos jóvenes que se buscaban y se entrelazaban. Cantó un himno triunfal cabalgando la flecha que hiere y no mata. Transformó nuestros sentimientos y reavivó nuestra savia. Y lo respire hasta hartarme. Al abandonar la casa con la nostalgia del enamorado, me murmuró al oído:
-¿Volverás?
-Soy tu esclavo.
-Ya está el español -dijo riendo -. Hiperbólico a imaginativo... -
Eso es todo, amigos míos.
Iglesias, después del desenlace, comentó sabiamente:
-Esos amores prueban la unión de la reacción con la revolución. La duquesa de Alba y Goya en pequeño. Aquello produjo « La maja desnuda», según las malas lenguas. Veremos lo que nos producirán esos...
-El amor- aclaró Consuelo -. Es lo bastante.
-No lo sabemos -dudó Pepe-. Pudo haber curiosidad o gratitud. De todos modos, Encarna se ha burlado majestuosamente del tabú sexual.
Juanito concluyo seriamente:
-Yo os digo que Encarna es afectuosa, bella y que me gusta. No os preocupéis de lo demás.
Satisfecha, pues, la curiosidad y la necesidad de descansar para estar frescos al día siguiente, favoreció el que yo pudiese intervenir y explicar como dejaría los camiones cerca de la tejería de Eguia para realizar los planes de la recuperación del armamento del cuartel. El entusiasmo fue general. Luego nos volvimos a la ciudad, Iglesias, Consuelo y yo.

18. LOS CUARTELES DE LOYOLA
La moral del más bravo general se queda minada. No es extraño, pues, que el desgraciado, en cuanto las circunstancias se prestan, busca en el golpe de Estado -legal o no- las satisfacciones profesionales que se le niegan.
Robert Scarpit

¿El levantamiento de San Sebastián? Una caricatura. ¿El rasgo más característico? La desorientación, motivada por una vacilación inicial que pesaría después en el comportamiento de los rebeldes. Las medias tintas eran peligrosas para un pronunciamiento. Se rumoreaba que un general no acudió al llamamiento. De ahí la falta de unidad de acción indispensable para dirigir la lucha. Con o -sin general, cuando -se tiene fe en una causa se lucha sin reservas. No era extraño, pues, que sus colegas del resto de la península se hayan burlado y las hayan execrado, pese al fin trágico. A esta indecisión de origen se alía el desaliento. Sin los socorros de Navarra los rebeldes no podían resistir el cerco. Este estado derrotista lo evidenciaba las inscripciones: «Urgen refuerzos», «Situación crítica», «Digan situación Beorlegui», escritas en el suelo con letras colosales para ser distinguidas desde un avión. Llamamiento patético y revelador. Desde el 16 de julio los rebeldes no obtuvieron una sola victoria importante antes del mes de agosto. Sin ayuda extranjera estaban completamente perdidos. Según los frentes de guerra, los rebeldes buscaban un objetivo primordial: cerrar la frontera a las fuerzas populares en Badajoz con Portugal, en Irún con Francia.
Pero sobre todo era el dominio del estrecho de Gibraltar que les era indispensable para acarrear el material, el armamento y los hombres, pues los frentes eran vastos y extensos.
El estrecho lo guardaban un acorazado, tres cruceros, varios torpederos y ocho submarinos. La marina, en su conjunto, se mantuvo republicana gracias al valor de las tripulaciones. Por eso, por esta presencia, los rebeldes comenzaron a enviar refuerzos a la península por los aires, primero con medios de fortuna, luego con la ayuda de los italianos que aportaron aviones de combate y de transporte. Las dos primeras semanas, los rebeldes no pudieron forzar el bloqueo de la marina republicana. Los encuentros entre la aviación italiana y las unidades navales republicanas fueron cada vez más frecuentes. Incluso ya la aviación italiana penetró en la península para bombardear Guadix y Badajoz. El primer paso se había dado ya para la internacionalización del conflicto. Y un hecho sintomático se produjo. La escuadra republicana iba a abastecerse de mazut a Tánger. De esta manera podía bombardear las costas marroquíes. Franco protestó por la violación de la neutralidad del puerto internacional: Las potencias firmantes del estatuto de Tánger-Francia, Inglaterra, Italia, Portugal -enviaron navíos de guerra para respetarla. Franco ganó este primer pase de armas internacional, ya que las unidades republicanas no pudieron abrigarse más en ese Puerto. No hay que olvidar la presencia de las tropas franquistas en la frontera de esa zona internacional. El jefe de control reclamó de Madrid la retirada inmediata de la escuadra. Esta obtemperó. Aprovechando el envío de aviones italianos con su tripulación, Franco decidió forzar el bloqueo. Un convoy protegido por los aviones y por las pequeñas unidades navales sometidas a su autoridad, así como el cañonero «Dato», salió el 5 de agosto de la costa africana para llegar a Algeciras con tres mil hombres y material. Cinco barcos mercantes de la Compañía Mediterránea descargaron, demostrando así que podía establecerse el enlace necesario entre el protectorado y la península. El día 6, Franco trasladó su cuartel general a Sevilla. Ya estaba seguro del apoyo italiano. Todo esto lo seguíamos por la prensa extranjera que nos llegaba de Hendaya. La guerra tomaba el aspecto de ser larga y compleja. Y en San Sebastián seguíamos teniendo la pesadilla del cuartel de artillería de Loyola.
Amaneció. La segunda entrevista entre los diputados y los militares iba a celebrarse a las siete de la mañana. Todo estaba preparado. Gran bandera blanca frente al cuartel por el lado de las fuerzas populares y otra en el recinto militar. Un cielo nuboso escondía las crestas elevadas, Pero permitía la aparición del sol por intermitencias, acariciando el valle del Urumea a iluminando el teatro guerrero. La noche había transcurrido entre la angustia de un avance navarro y la esperanza de un acuerdo con los sitiados. Los diputados Lasarte, Amilibia a Irujo se presentaron en el mismo sitio que la víspera, cerca del puente. Dos diputados faltan: Picavea a Irazusta. En cambio, los militares son más numerosos que el día anterior. Entre ellos el oficial enfermo. Y una ausencia de marca: el teniente coronel Vallespín. Traen una carta escrita de la mano de Vallespín en la que trata de salvar los muebles de los rebeldes. Esta ausencia favorecía un acuerdo rápido. El oficial enfermo lo trasladaron al hospital.
Y entonces los diputados, para ganar tiempo, exigieron que los militares devolviesen al gobierno de la República el, cuartel con todo el armamento y el dinero. Los militares vencidos, aceptaron rendirse dos horas más tarde, el tiempo indispensable Para hacerlo ordenadamente y con garantía de la vida de ellos.
D. -¿Dónde esta Vallespín?
M. -Se ha escapado durante la noche. No quería rendirse. Creemos que ha sido la mejor solución.
D. -¿Ha ido a encontrarse con Beorlegui para tratar de salvar el cuartel?
M. -No lo sabemos. De todos modos, ya es tarde.
D. -Prepárense a entregar el cuartel a las nueve.
M. -Conformes.
Los militares se volvieron al refugio tristes y resignados. El comandante Erce se quedó unos instantes contemplando las aguas del río. Pensaba probablemente que era su último paseo de hombre libre. Pero estaba orgulloso por haber contribuido a evitar el choque entre los militares y el pueblo. Nosotros pusimos en marcha nuestro plan. Los tres camiones nuestros, por la carretera de Hernani, en lugar de pararse junto al río, como los demás, se apostaron en la puerta lateral. Mientras tanto, nuestros hombres, deslizándose por las abruptas pendientes que iban casi a tocar los muros del cuartel, se acercaron. Liquiniano conocía perfectamente los lugares por haber hecho el servicio militar allí. Vivió meses de celda penosos, condenado a diez años de prisión militar, como organizador de una planta en ese cuartel contra la mala alimentación, pues las celdas sumamente pequeñas se aparentaban a tumbas. Era una tradición en el ejército que los oficiales de semana sisasen del presupuesto alimenticio por turno. Todo se desarrolló a pedir de boca.
Los soldados subían a los muros y les hacían signos de que saltasen. La mayor parte estaban en mangas de camisa, algunos llevaban boina, creyéndose ya libres de la carga militar. Fueron estos soldados los que abrieron la puerta lateral para que nuestros camiones entrasen los primeros. Así, pues, nos hicimos los dueños del cuartel. Nadie se había percatado de nuestra maniobra. Los sitiadores habían abandonado el cerco y esperaban cerca del cuartel, unos en la carretera que venía de Eguía, otros delante del cuartel o en las colinas próximas. Para los libertarios el espectáculo fue edificante. Los oficiales retiraban sus galones, ponían las guerreras abandonadas por los soldados, trataban de parecer simples reclutas. Liquiniano reconoció a algunos que durante su proceso se mostraron benevolentes. Simuló que no los conocía. Los libertarios no estaban allí para castigarlos, sino para armar al pueblo. Un hecho vino a favorecer la adquisición de las armas en la persona del sargento Vázquez que apareció gritando
-iLiquiniano! ¡Liquiniano!
Le había reconocido el sargento cuchara que a fuerza de años había llegado a ser sargento instructor. Abriéndole los brazos, como quien encuentra a un salvador, se le acercó:
-Acuérdate, Félix, cómo lo dejaba salir de la celda a pasear cuando lo condenaron en contra del reglamento. A Liquiniano le interesaba otra cosa que recordar tiempos pasados. Autoritario:
-¿Quién tiene las llaves del depósito de armas?
-El capitán Conrado.
-Dile que lo de las llaves en seguida y sin réplica.
Vázquez desapareció encantado de ponerse al servicio de los ganadores. Encontró al capitán en el cuarto de banderas. Aquí jefes y oficiales estaban preparándose a la rendición.
-Mi capitán, ¿quiere darme las llaves del armamento?
-¿Para qué?
-Para dárselas a los revolucionarios. Están dentro y con los naranjeros dispuestos a meternos mano.
-El Frente Popular va a llegar de un momento a otro.
-Deme las llaves, va a ser mejor si queremos salir vivos de aquí.
El capitán accedió. Después de todo ya no le concernía el depósito. Los revolucionarios se las arreglarían con las autoridades republicanas. Vázquez volvió con las llaves. A todo correr entraron en el almacén y se quedaron deslumbrados ante lo que consideraron como Eldorado del armamento. En estos unos soldados abrieron la puerta lateral y los camiones avanzaron. Liquiniano ordenó:
-Todos a cargar. Pronto.
Soldados y tres o cuatro sargentos se encargaron de la tarea. Mientras tanto, la larga fila de coches que representaba el cortejo oficial se paró en el puente medio dinamitado. Luego se adelantó a pie para apoderarse del cuartel en nombre de la República. Entre las personalidades conocidas el diputado Amilibia, Larrañaga, comunista que representaba a Guerra, el comandante García Larrea que sustituyó al comandante Pérez Garmendia después de la desaparición de éste en los alrededores de Oyarzun, pese a los esfuerzos que hizo González Inestal, nuestro compañero que le acompañaba en la incursión por traerlo hasta nuestras filas pese a la grave herida del comandante. Se hallaba también Leizaola, secretario de la Diputación de Guipúzcoa. Había periodistas y fotógrafos. La rendición iba a ser inscrita en la película Para la posteridad. Este lado protocolario favoreció la realización de nuestros planes. Abiertas las puertas de par en par, las autoridades republicanas se presentaron ante los jefes y oficiales en un género de la rendición de Breda, de Velázquez. Instante solemne y patético. La transmisión de poderes se hizo con sencillez. Mientras tanto, a las órdenes de Liquidiano se iban cargando los camiones. Los libertarios se creían encontrarse en un arsenal de tipo jauja. Y cuando en uno de los almacenes estaban ocupados en cargar la munición para las ametralladoras y los naranjeros, apareció Larrañaga, seguido de Leizaola. Al verlos, Larrañaga se percató de la realidad. No hubo necesidad de explicaciones.
Cerrando los puños se cagó en Dios. Larrañaga siempre me fue simpático. Enérgico e inteligente, no es extraño que en el Frente Popular jugase un papel preponderante. Antiguo seminarista, habla conservado ciertas fórmulas clásicas de la enseñanza religiosa. Se dio pues media vuelta jurando como un carretero. Se daba cuenta de que la relación de fuerzas tomaba otro carácter y que a la C. N. T. habría que tratarla con guante blanco. El Frente Popular se encontraría dueño de los cañones y de los obuses únicamente, y algunas ametralladoras que no tenían munición. A esta escena muda, pero cuán dramática para los oficiales, asistió Leizaola en espectador también mudo. La verruga que le afeaba a este la nariz parecía vibrar de cólera dominada y no blasfema, como la de Larrañaga. AM se terminó este episodio que tanto iba a dar que hablar, como me lo imaginaba. Los camiones se dirigieron a Bidebieta, en donde los pescadores de Trintxerpe habían instalado el cuartel general. Las autoridades se encargaron de los prisioneros y dieron la libertad a los elementos civiles que fueron hechos prisioneros por los rebeldes durante el ataque a San Sebastián. Estos saltaban de alegría después de haber visto el cielo oscuro durante el cerco. Entre los detenidos había:
Artillería: 3 comandantes, 5 capitanes, 12 tenientes y 7 alféreces.
Zapadores: 1 comandante, 5 capitanes, 3 tenientes y 6 alféreces.
Carabinero: 1 coronel, 1 teniente coronel, 2 comandantes, 2 capitanes, 2 tenientes y 2 alféreces.
Guardia Civil: 1 coronel, 1 comandante y 1 capitán.
Había también 21 policías y 12 paisanos pertenecientes a diferentes partidos de derecha. En total, 86.
Rodeados de milicianos armados, el impresionante grupo de prisioneros fue conducido a pie hasta el puente. Aquí arrancó el cortejo camino de la ciudad. Carrasco, tratado con muchos miramientos, ocupaba un turismo. Le acompañaba el comandante García Larrea. Los otros presos montaron en camiones.
Caras dramáticas las de aquellos hombres, las del vencido que se plantea el terrible dilema del porvenir incierto. El uniforme arrugado y sucio recuerda su antigua condición. En la Plaza de Guipúzcoa fueron recibidos hostilmente, pero nada grave pasó gracias a la autoridad de los dirigentes de partidos y sindicales. Amilibia habló al publico desde el balcón de la Diputación y anunció que los prisioneros serian procesados y traducidos a un tribunal cuanto antes, con todas las garantías de defensa Para ellos. Recomendó paciencia y serenidad. Nada de cometer actos injustos con hombres desarmados. El pueblo se retiro y se esparció por la ciudad creyendo en la justicia popular.
El cerco había producido graves -daños a los caseríos del Alto de Eguia, particularmente a Txukoena, Moscotegui, Udamberri, Etxetxo, Sibili, Tunis, Lorencienne, Sibili. La junta tuvo que ayudar a sus moradores Para que pudiesen albergarse y proseguir las faenas del campo. Pero la gran polvareda del cerco fue el hecho de que los jóvenes libertarios se hubiesen apoderado de las armas del cuartel. Hubo un griterío cacofónico. Nuestros representantes oficiales fueron los primeros sorprendidos y tuvieron que arrostrar una responsabilidad que, en realidad, no les incumbía. A todos quienes invectivaban a la C. N. T. por semejantes procedimientos prometían que las armas se repartirían debidamente entre todos los elementos de la junta.
Fueron los nacionalistas y los comunistas los que calificaron de traición. Entonces comprendí verdaderamente que ese hecho representaba mucho mas que la simple toma de las armas. Paletos en política no comprendíamos aun que la relación de fuerzas era el abc de equilibrio favorable o desfavorable. Los partidos políticos en seguida captaron la importancia política y económica de la nueva situación. Para mí significaba una revelación, pues en el ambiente de combate y de sobrevivir no mirábamos ese aspecto político. A poco, Patricio Ruiz y González Inestal me llamaron Para que les pusiera en antecedentes de lo ocurrido. Cuando les conté hicieron algunos remilgos, Pero en el fondo estaban contentos de que hubiéramos obrado así. En el Frente Popular se decía que habíamos dado un golpe de estado los de la C. N. T. y que el Frente Popular estaba a la merced de los anarcosindicalistas. El secretario vino a verme. Había que preparar la parada a las discusiones del Frente Popular en donde nos atacarían continuamente. Sabia que Para la buena armonía del conjunto antifascista era necesario calmar a los partidos y a las organizaciones obreras.
-¿Por que habéis hecho eso?
-Muy simple. En la distribución de las armas siempre hemos sido los de la C. N. T. la cenicienta. Y eso se ha acabado. Es muy bonito escuchar continuamente, todavía me lo decía ayer Sasiain, el ex alcalde que la C. N. T. había salvado a San Sebastián. En, cambio, se nos impedía reforzarnos con armas.
-Es que la habéis hecho gorda. Si hubieras visto nuestras caras delante de los otros miembros del Frente Popular... No sabíamos cómo capear el temporal.
-El secreto era la clave del éxito. Ahora vosotros, amigos míos, porque pertenecéis a un Comité extrasindical, no vais a ser mas papistas que el Papa. Que les otros protesten. Nosotros estamos en posición de fuerza.
-Seamos razonables, Manu. Debemos cohabitar con todo el mundo.
-De acuerdo si todos se comportan lealmente.
-Bueno. Háblame del botín. ¿Cuántos fusiles?
-Están haciendo el inventario. Se calculan alrededor de mil cuatrocientos fusiles. -¿Ametralladoras?
-Pocas.
-¿Munición? -Bastante, Pero habrá que fabricarla en nuestros talleres.
El teléfono. Estaba al aparato Tatxo Amilibia, el diputado socialista. Me habló sin preámbulo
-Oye, hay urgente necesidad de enviar gente armada a Rentería, unos ciento cincuenta hombres. Parece que los navarros se acercan a la villa. ¿Podéis armarlos?
-Claro que sí. Nosotros pondremos la mitad de los hombres y la otra mitad que venga aquí a ser armada.
-Muy bien. Te enviare ocho camiones y que desde la C. N. T. salgan todos camino de Renteria.
-Vale. Entonces me dirigí al secretario:
-Ya ves, el armamento será distribuido en función de las necesidades. Mientras sea empleado nunca diremos que no a nadie. Se ha acabado de que las armas vayan a la basílica de Loyola Para engordar a los nacionalistas que únicamente están pensando en sus planes políticos. Todavía no han tirado un tiro. Eso de que hemos dado un golpe de estado, como están diciendo los nacionalistas, es una broma. Amilibia sabe muy bien que nosotros no somos capaces de guardar las armas para un museo y menos aun Larrañaga. Puedes contar a tus colegas del Frente Popular la conversación que he tenido con Tatxo.
-Ahora voy comprendiendo mejor lo que habéis hecho sin contar con la organización. Te dejo y preparad bien la operación de Renteria.
Hacia las seis de la tarde salieron de la calle Larramendi los ocho camiones con ciento cincuenta hombres, dotados con sendos fusiles y munición a defender Renteria ante el empuje de los navarros. La expedición despertó curiosidad en el vecindario. Gritos y juramentos. Ordenes y contraórdenes. Y cuando se instaló una ametralladora pesada con su alto trípode, vivas y aclamaciones acogieron aquella presentación, en un camión, la gente se creyó más segura de sí misma. Esos hombres Ilevaron a Renteria un aliento que falta le hacia. Al verles armados la idea de la resistencia se afirmó. Al enemigo le costaría llegar al mar cortando Irún de San Sebastián. La gran ametralladora se colocó en la torre de la iglesia desde donde batía buena extensión de campo.
Se puso a escupir para ensayarla y para hacerle ver al enemigo invisible que la caída del cuartel de Loyola había cambiado los datos del problema en la frontera. Renteria se defendería contra viento y marea. Desde Oyarzun, desde las alturas que dominan la carretera nacional, los navarros cortaban la circulación. Se salvaba esta dificultad pasando por Lezo y circulando por la carretera vecinal a lo largo del monte Jaizkibel. Luego se volvía a la nacional hasta Irún. Claro esta, la ciudad fronteriza se preguntaba como resistir a los navarros. Los S. O. S. se multiplicaban. En la frontera sólo había algunos carabineros inconscientes de lo que se ventilaba en la batalla. En cambio, los rebeldes, vencidos en la provincia de Guipúzcoa, gracias a la bella resistencia de San Sebastián y la habilidad demostrada para terminar con el asunto de Loyola, comprendieron la necesidad de atacar Irún y Behobia. Pronto se iba a librar la primera batalla del Norte con fuerte aparato militar.

19. AHORA, LA GUERRA
La necesidad, vaya violenta maestra de escuela.
Montaigne

El refuerzo de las posiciones en Renteria acarreó la confianza y la calma en San Sebastián. El peligro navarro ya no parecía inminente. Corriendo por las alturas próximas a Oyarzun, Félix y su hermano José Antonio que trabajaba en una farmacia en Hernani, con un grupo de reconocimiento, se preguntaron por que no se les atacaría a los navarros por detrás. Dominando las crestas fronterizas se podía cortar la cuna que presentaban los rebeldes en la zona de Oyarzun. Vueltos a las posiciones discutieron entre ellos la viabilidad de una operación que demostrara el espíritu de iniciativa en el dominio desconocido de la guerra. Con mucho optimismo se contestaron que sí. Al verle entrar a Liquiniano, acompañado de Iglesias, me dije que algo serio me iban a presentar. Varias personas estaban haciendo antesala para. presentarme mil dolencias propias de la situación excepcional en que vivíamos. Yo hacia todo lo posible por sacarlas del atolladero. Sobre todo cuando se trataba de detenciones. Yo había pasado por ello y sabia la amargura. Les dije que me esperaran o que volviesen por la tarde. Iglesias me dijo:
-Deja todo eso. Tenemos que discutir.
Pasamos a una salita en donde podríamos hablar tranquila-mente. Nos sentamos en los bancos de clase como para escuchar una lección. Fue Iglesias el introductor:
-Venimos a proponer a la organización un plan de ataque que descargara a San Sebastián. Ya que tenemos las armas demostraremos que podemos hacer operaciones contra el enemigo en plena montaña.
-Es peligroso. Nada sabemos del arte de la guerra.
Liqui intervino:
-¿No recuerdas las excursiones que hacíamos a las Peñas de Aya? Pues bien, se trata de salir de Irún hasta dar con el camino del abastecimiento de las tropas rebeldes en Oyarzun y cortarlo.
Hacía cuarenta y ocho horas que el gobierno republicano nos había enviado dos militares: el coronel San Juan y el capitán Montaut, para dirigir las operaciones dichos militares y eventualmente la defensa de San Sebastián. Les dije que seria conveniente consultar con ellos antes de emprender nada. A mí me parecía el plan viable, pero seria mejor que si en la expedición pudiéramos contar con algunos caseros andarines que empujaran a los componentes de ella, la mayoría sin duda marinos de Trintxerpe.
Decidimos que Iglesias y yo propondríamos el plan a los militares, a tiempo que le pedíamos un buen mapa de la frontera, y que Liqui iría a Irún para que en el «batzoki» le dieran algunos jóvenes vascos conocedores del terreno y buenos montañeros.
El Circulo Mercantil formaba parte de la atmósfera de la ciudad. Hermoso edificio, buen emplazamiento en Alameda frente al Casino. Numerosas familias ardían por pertenecer. Era el centro de la pequeña burguesía. Conferencias de pretensiones intelectuales querían mostrar el interés acordado al arte y al espíritu, pero en realidad el circulo servia de distracción y de diversión con bailes y fiestas. Los jóvenes de la clase media tenían horror a mezclarse con los asiduos de La Perla. Estimaban que en la Perla se frotaban al pueblo y que en el Circulo Mercantil la atmósfera se conformaba mejor con sus pensamientos y fines nada elevados. Las chicas de cara mona pensaban en cazar a un petimetre, pájaro abundante en ese medio y acudían esperanzadoras. Presuntuosas, lo -eran mucho mas que Sancho en busca de la ínsula. En los sótanos de este Circulo tenían las oficinas los dos militares recién llegados de Madrid. Entramos como Pedro por su casa. Varios mapas en las paredes, dos mesas-una para el jefe y otra para su ayuda de campo-llenas de papeles dibujados. Dos hombres estaban examinando un mapa extendido sobre una mesa en el que algunas banderitas rojas marcaban los frentes del sur y del norte que defendían a San Sebastián. Al oírnos entrar se incorporaron y nos interrogaron con la mirada. San Juan llevaba una chaqueta de cuero, camisa militar y corbata verde, cuyo nudo pretendía esconderse bajo el cuello de la camisa, un pantalón de paisano completamente arrugado. Bajo, delgado, no parecía tener personalidad enérgica. Se diría un militar honrado, leal a la República por el juramento y nada más. En cambio, Montaut impresionaba más. Mis inquieto también. Se veía en él que deseaba subir el escalafón y la ocasión se presentaba a pedir de boca, pues en el campo republicano los militares de carrera escaseaban. Hablador, había descubierto el punto débil de los paisanos en materia guerrera y les hacia comprender las grandes virtudes de los hombres educados en las Academias Militares. En resumen, un ambicioso.
Un mes antes una irrupción de este género en una oficina de Estado Mayor hubiera sido inconcebible. Ahora se admitía todo en una sociedad democrática y revolucionaria. Nos presentamos Iglesias y yo en nombre de la C. N. T. Abrí el fuego:
-Venimos a exponerles un plan de defensa de Irún.
-Uno mis...
La sonrisa irónica de Montaut y la mirada dirigida al jefe decía mas de la cuenta. Esta acogida burlona nos estimuló. Iglesias replicó masticando las palabras:
-Uno más o uno menos... Sepan que no nos gusta perder el tiempo.
Mordaz, intervine:
-El deber de ustedes es escucharnos. Sean francos. Son ustedes figuras decorativas. Nadie sigue sus consejos. Sin embargo, nosotros, los anarcosindicalistas, venimos a explicar nuestras intenciones en la frontera y a que nos las rectifiquen, si hay lugar.
San Juan, confuso, accedió. Sobrepasados por los acontecimientos, parachutados en la ciudad sin el menor conocimiento de la atmósfera reinante, chocados por la indisciplina natural, dadas las circunstancias, no sabían cómo ejercer su cometido.
-Hablen.
-Se trata de llevar fuerzas a Irún enviadas desde Pasajes.
-Sigan. Ambos militares se interesaron súbitamente. Husmeaban algo serio.
-Hay que pedir a Irún el abastecimiento de estas fuerzas, cuya misión consistirá en atacar el flanco enemigo para cortar la curia avanzada de Oyarzun. Según los resultados se estudiaría la necesidad de penetrar en Navarra.
Instintivamente los cuatro nos inclinamos sobre el mapa desplegado en la mesa y estudiamos el recorrido propuesto. Puntxa, Endarlaza, Erláiz, Pikoketa, Pagogaña, Peñas de Aya, se presentaban como los puntos que había que defender Para conservar la frontera irunesa y, claro está, San Sebastián.
San Juan objetó:
-¿Y los medios? El plan, teóricamente valido, comporta la incógnita de las posibilidades para obrar. -
Prepararemos varios camiones. Los pescadores de Trintxerpe se unirán a esta expedición. Podremos contar con un centenar de hombres.
-Muy bien, pero seria mucho mejor que se transformaran en guerrilleros, en acosadores mas que en soldados. Harían mucho mal por esas montanas-comentó Montaut.
-Ya lo hemos pensado y para ello un amigo nuestro esta en Irún para ver si puede en el «batzoki» arrastrar a varios jóvenes montañeses. No estamos seguros de que lo obtengamos, pués ya sabe que el Partido Nacionalista Vasco no ha entrado aún en la batalla. De todos modos, la operación la llevaremos a cabo con nuestra gente.
San Juan rectificó inmediatamente:
-Los problemas políticos no me conciernen. Claro, yo estoy por la concordia, pues si no nos unimos todos el enemigo se encargara de destrozarnos uno a uno.
Montaut nos miraba fijamente. Pertenecíamos a los anarcosindicalistas que le habían pintado como terribles aguafiestas y peligrosos. Y comprobaba que de quienes se habían acercado a ellos, los desplazados de Madrid, éramos nosotros los más cooperativos y lucidos. No nos quería, pero reconocía que gracias a nosotros, quizás, se podría guardar la frontera. Su jefe tenia razón. Ellos no estaban allí para juzgar las fuerzas políticas y sindicales.
San Juan se abrió a nosotros:
-Debemos salvar Irún. Tarea esencial. Mientras guardemos la frontera podremos esperar la llegada de armamento y de abastecimiento. Miren el mapa. La situación de la costa cantábrica es desfavorable. Se trata de una banda de terreno frente a gran extensión del enemigo. Él tiene libertad de maniobra. Mientras que nosotros...
Después de corta pausa:
-Puedo certificarles que el Gobierno de la República esta dispuesto a enviarnos armas, incluso quitándolas a otros frentes menos estratégicos. Ha comprendido el valor de la frontera.
-Da gusto oírle.
Nuestra espontaneidad hizo sonreír a ambos. Civiles y militares nos acercamos de repente. La entrevista salía a pedir de boca. A esta euforia puso fin Iglesias
-¿Cómo se abastecerá a esos hombres?
-Ya haremos lo necesario con el Frente Popular de Irún.
Esto nos pareció muy vago a insistimos:
-Hay que considerar la organización de la intendencia militar. Con esta pequeña operación se va a abrir un nuevo frente en la montaña con todas sus consecuencias. Este esfuerzo nuestro, ya veremos si los demás lo respaldaran. Lo tendrán que hacer pues nos une un destino común.
-Ciertamente. Estoy con ustedes-nos dijo San Juan. Pero lo que ustedes hacen no basta. La guerra nos obliga a mostrarnos menos políticos y más guerreros.
Examinamos de nuevo el mapa fronterizo. San Juan marcó con tinta las posiciones que convendría tomar Para evitar nuevas infiltraciones hasta Renteria y jugando con la pluma auguró:
-Si logran ustedes cortar el camino del abastecimiento de los navarros, la lucha tomará otro carácter más violento y más importante. -Sin duda-confirmó Montaut. Para mí esta operación tendrá otra virtud. El pueblo tendrá que aprender a hacer la guerra. Se acabó la lucha en las calles.
San Juan se puso a zanquear por la oficina. La necesidad de nombrar un jefe de esa expedición le acosaba. Y por fin lo declaró. Nosotros sonreímos y nos cruzamos una mirada cómplice. San Juan desconocía la sicología reinante entre los milicianos. Hablar de jefes era hablar del diablo. Sólo aceptaban el jefe consentido deliberadamente. Iglesias se lo hizo comprender:
-No conviene herir la susceptibilidad de nadie con títulos y otras mandangas. A ese jefe le considerarían como impuesto y, por lo tanto arbitrario. Nos las arreglaremos como podamos...
San Juan no insistió. Los jóvenes sabían mejor que él de qué pie cojeaban los combatientes. Además, el tabú militar se había desvanecido en la tormenta. Todavía no había llegado el momento de volver a imponer la disciplina. Mas tarde, si la guerra continuaba, se impondría por la fuerza de las cosas la voluntad militar. Y salimos del Circulo contentos con haber obtenido el aval de los militares y un mapa. Si la cosa salía mal nadie diría «ya está, otro golpe de esos revolucionarios aventureros». Iglesias y yo nos separamos en la Avenida de la Libertad. Él se marchó para Trintxerpe y yo volvía a los sindicatos.

20. UNA OPERACION MILITAR C. N. T.
Primero la Guerra. Luego la Revolución.
Diarios de la época

Estábamos a uno de agosto. Los acontecimientos seguían su curso inexorable. El levantamiento militar se estaba transformando en conflicto europeo, sino mundial. Por el puerto de San Sebastián pasaban barcos de todas las nacionalidades con objeto de interesarse por la situación de los extranjeros y por conocer la situación de la ciudad después del descalabro de los militares. Dos barcos alemanes nos visitaron con ínfulas de matamoros, dispuestos a bombardear si no se les entregaban determinados personajes alemanes y nacionales. Tres barcos ingleses nos aportaban una ayuda moral equivoca. Un barco norteamericano con sus correspondientes palabras de simpatía de eunucos. Y el barco francés que venia a diario a saber noticias y a mostrarnos el interés del gobierno francés por nuestra contienda. Todos sin excepción se lamentaban de los muertos sin proceso, pero se quedaban mudos cuando se les decía que en el otro lado de la barrera sucedía lo mismo y si les hubiese gustado que los militares nos hubiesen fusilado o encarcelado. La dura ley de combate a muerte había exigido esos procedimientos nada humanos idealmente, pero muy humanos biológicamente. La junta de Defensa tenia que tener en cuenta estas visitas para que los extranjeros no fueran molestados y para salvaguardar ciertas personalidades que iban apareciendo al creerse protegidos por estas visitas extranjeras. Debido a esto, se dispuso que el Hotel Continental serviría de domicilio a los diplomáticos y el hotel Ezcurra para los nacionales que podrían ser intercambiados o recogidos por esos barcos. Y mientras en las tiendas de comestibles se iban formando las colas para obtener los articulo de base, en esos hoteles se servia al mediodía: sopa, garbanzo y pescado y por la noche: sopa de arroz y salteado de ternera. El puertecito de La jarana pescaba poco y fue Trincherpe el que enviaba varias parejas a la pesca con objeto de abastecer los hospitales y enfermos. Asimismo creó dos turnos de treinta hombres cada uno en la Pysbe para que el bacalao en existencias pudiera ser consumido por la población.
El sindicato Avance Marino organizaba el trabajo y entregaba la producción a las autoridades. Se decidió que algunas líneas de tranvías funcionasen; que los guardias urbanos canalizasen la circulación y que comenzase el trabajo parcial en la alimentación, autobuses, metalurgia, Banca y Bolsa y oficinas. Se había establecido un control diario de Entradas y Salidas en Abastos con vistas a evitar el despilfarro y la escasez. Hubo un nombramiento importante, el del comandante de la Guardia Civil Mariano García Ezcurra como jefe de la Guardia Cívica. Este nombramiento calmó las protestas de quienes se alarmaban por las ejecuciones sumarias. Y así fue. Por una parte el espíritu de venganza se desvanecía y, por la otra, la autoridad de la junta se hacia sentir en esta materia. Y tanto mejor para una sociología de la justicia popular en la que se tendría en cuenta el trastrocamiento de la sociedad donostiarra. El 1.º de agosto era ya muy diferente del 20 de julio.
Por otra parte, se movilizó el personal afecto a los garajes. Había que establecer un parque móvil con garantías de seguridad por las carreteras, dada la cantidad de chóferes que se crearon en un santiamén, pero que estropeaban rápidamente los coches. Abastos tomó también una decisión importante: no vender ropa ni calzado para guardarlos en favor de los milicianos. En el hotel Central se habían establecido cuatro turnos de seis horas en donde trabajaban camareros y cocineros, así como zapateros y peluqueros. La villa se iba organizando mal que bien, pese a las dificultades de la guerra, de la improvisación y de nuevas estructuras que iban a modificar la vida donostiarra profundamente.
El primer articulo en vasco apareció el 29 de julio y desde ese día hasta la pérdida de San Sebastián, diariamente se honraba el Frente Popular de insertar en lengua vernácula un articulo. El diario no gustaba a mucha gente por anodino y excesivamente oficial. La necesidad de mantener un equilibrio entre las fuerzas republicanas y el no favorecer a unas o a otras hacia que la realidad de la vida donostiarra escapara a los periodistas que lo tiraban. No expresaba el fundamento de una transformación, si no la voz oficial que carecía de vitalidad y de enjundia.
También, atando hilos y conversando con los protagonistas, se iba obteniendo un balance de las pérdidas de mandos durante los diez primeros días. El capitán Arana, rebelde, murió en las primeras escaramuzas. Y también un teniente de carabineros. Amén de guardias de asalto y de guardias civiles. Precisamente, hubo una gran manifestación de duelo por la muerte del teniente de asalto Rafael Conde. Fue un entierro popular, deseado por la junta, para jugar con los sentimientos dramáticos del pueblo: En cuanto a los heridos los hubo numerosos. En el Euskal Billera se curó a más de doscientos, hospital provisional de la parte vieja de la ciudad. En cuanto a los botiquines de urgencia que actuaron casi en los focos de combate se hicieron numerosas curas. Los médicos, de una forma general, respondieron a la llamada del pueblo en armas. El problema de la Sanidad era uno de los mejor organizados. A los médicos se les dejó vara alta para establecer una medicina social y guerrera. La junta tomó la decisión de incautarse de una avioneta particular, pues habían aparecido tres aviadores dispuestos a entrar en favor de los republicanos: San Vicente, del Río y Bellido.
Una avioneta que servia en sus vuelos para animar el entusiasmo de la gente, pero sin ninguna eficacia. Se hablaba de que llegaran aviones atravesando el Pirineo desde los confines de Huesca hasta Guipúzcoa. Deseos que se tomaban por realidades. A fines de julio-el 29 publicó una nota Gipuzkoako Mendigoizale Batza, diciendo que había entrado en contacto con el Frente Popular y pidiendo que se alistasen en sus fuerzas quienes sentían el fervor republicano y la causa vasca. La Comisaría de Finanzas tomó importante decisión: pagar vales y facturas de deudas contraídas con los comerciantes. Al mismo tiempo se abrió una suscripción en favor de la junta. En resumen, se pedía a los particulares que ayudasen a financiar el gran esfuerzo económico de una guerra fratricida. En cuanto a... la situación guerrera...
la situación de San Sebastián hasta la caída del cuartel de Loyola nos había ocultado la situación en el frente Norte, esto es, la zona de Beasain. Villafranca, Tolosa. Los navarros, sin grandes fuerzas aun, progresaban a paso de tortuga. Hubo episodios dignos de una película del Far-West, con descarrilamiento de trenes y todo. Eso ocurrió en Ollo, no lejos de Andoain, en la accidentada línea de ferrocarril de Plazaola, cuyo perfilado de curvas cerradas y túneles sucediéndose unos a otros, acortaba la distancia entre Pamplona y San Sebastián. En una zona montañosa en donde no hay el menor valle, un tren de navarros no pudo seguir su viaje hasta Andoain gracias a la iniciativa de unos milicianos mal armados y poco protegidos. Empleando piedras y aprovechando las pendientes empinadas en las que el tren las subía a paso de burra, lograron finalmente que la expedición fracasara. Los navarros se perdieron por las montañas y volvieron luego a sus bases. También se apresaron unas decenas de requetés en la zona de Gaztelu, Leaburu a Izaskun y en las inmediaciones de Lazcano. En esta zona la resistencia republicana era más débil por falta de medios y de iniciativa popular. El P. N. V. no supo galvanizar esos pueblos industriales haciéndoles vibrar la fibra nacionalista. Se ve que todavía no había conseguido sus deseos en Madrid y que, por lo tanto, seguía pasivo el desarrollo de la lucha armada, aunque no la lucha política.
En Irún, Liquiniano no consiguió nada del «batzoki», vacío totalmente. Sólo un hombre viejo, antiguo marino, le acogió. Al hablar en vasco, el representante del P. N. V. se abrió algo, aunque Liqui notó gran desconfianza hacia él. El libertario le explicó la idea del ataque en la montaña. Al nacionalista le pareció estupenda y sus ojos brillaron por las posibilidades abiertas. Por eso transmitiría los deseos a las autoridades superiores del partido. Tenia que volver al «batzoki» al día siguiente. Iglesias y Liqui decidieron aplicar el plan proyectado. Se explicaron delante del comité de pescadores. Argumentaron que tal operación tendría gran resonancia y que en ella se jugaba todo el porvenir del Norte.
El lema de Liqui «defender las montanas para salvar los valles» hizo efecto en los, hombres de mar. Y para eso necesitamos los hombres más jóvenes, porque la sorpresa la tenemos que dar con la marcha rápida.
-Armados, ¿no?
-Claro. Con lo que tenéis aquí.
El secretario, silencioso hasta entonces, apoyó la petición de los amigos
-Trintxerpe tiene que pagar su tributo a la guerra. Tendréis los hombres. Todos serán voluntarios, ya lo veréis a nuestro llamamiento. El compañero Lerchundi armará los hombres para la expedición.
Liquiniano se fue a Renteria en busca de un fuerte grupo de compañeros para retirarlos de allí en cuanto yo le enviase otros tantos desde San Sebastián. Iglesias salió a pasear, buscando algo de soledad, por el bosque que rodeaba el nuevo domicilio del sindicato «Avance Marino». Árboles esbeltos mostraban copas tupidas encendidas por los últimos rayos del sol a punto de esconderse detrás del monte Ulía. Las flores comenzaban a doblar los tallos, disponiéndose al descanso nocturno. La tierra quemaba y exhalaba el aroma de la hierba seca en las partes descubiertas. Detrás de la pantalla arbórea distinguía la masa sombría del Jaizkibel, recorrida por bandas violáceas. La limpidez de la atmósfera permitía abrazarlo con nitidez de líneas. Daba la impresión de un gigante que fuera a dormirse apaciblemente. Iglesias, devorado por la pasión del dinamismo percibió en ese instante sereno y mágico la sencillez del platonismo revolucionario. Nada de lo que se estimaba en las charlas, en las lecturas y en las conferencias, como el abc de la Revolución se había producido. La toma del poder costaba muy caro. ¡Qué de sangre y qué traiciones al idea! El revolucionario y la idea sufrían de rebote la imposición de una realidad feroz en la que la lucha y el' instinto de combate dejaban de lado las argucias ideológicas. Quien sonase en el advenimiento de la Revolución por vías mágicas iba a despertarse trágicamente, como estaba ocurriendo en San Sebastián. El Jaizkibel evocaba las montañas que tendrían que trepar por la frontera para salvar cuanto fue adquirido duramente los días precedentes.
Una vez mas se verían enfrentadas en las montanas limítrofes de Navarra y Guipúzcoa las banderas del Progreso y del retroceso. ¡Pobre país! Siempre condenado a luchas fratricidas, porque una fracción poderosa era partidaria del inmovilismo. Luego se interfirió en sus pensamientos una silueta femenina, la de Clara, la enérgica maestra de escuela del barrio de Gros en cuyas relaciones hallaba un refugio que le alejaba de la acción, tan exclusiva y tan indispensable. La muchacha se le aparecía prometedora de oscuras a inciertas esperanzas. Esta silueta venia oportunamente a disfrazar la realidad compleja y grave en la que estaban insertos. Se acogió a ella y se divirtió armando un andamiaje de escenas paradisíacas. Ambos, en un rincón de Euzkadi, en una cresta milenaria y solitaria, vivirían un idilio vigoroso en plena comunión con la naturaleza cercana. Sus ojos ya no reflejaban el escepticismo amoroso; mucho tiempo dueño de sus sentimientos. Clara y él no se quedarían al margen del mundo exterior, sino que se compenetrarían para asegurar mejor su asociación.
Treparían juntos las mis abruptas montanas y gozarían maravillosos panoramas, llamada a la conciencia del hombre. Dormirían apelotonados bajo la manta, al abrigo de una roca, Para saludar al crepúsculo y al primer rayo de sol.
Un tumulto cortó su visión arcadiana. Iban llegando grupillos de pescadores discutiendo sobre las faenas del mar. Había en ellos la fiereza- de sentirse útiles en un momento critico. Gestos rudos, miradas nobles. Sin comerlo, ni beberlo, se hallaban mezclados en una aventura que les sobrepasaba. El vigilante del armamento les recibió, quien les dejó entrar cuando explicaron que Juan; el secretario, les había comunicado que se presentasen en Bidebieta.
-Bien. Podéis pasearos por el jardín en espera de que se agrupen todos.
-¿De qué se trata?
-No lo sé.
A las diez de la noche volvió. Liquiniano con un grupo bastante numeroso. Quiso que los pescadores tuvieran confianza en la empresa que iban a llevar a cabo. Se sirvió de corta arenga:
-Compañeros: Estamos aquí reunidos para una expedición contra el fascismo. Los navarros atacan por las montañas y quieren borrar los efectos de nuestra revolución. Los rebeldes quieren dorar sus armas aplastándonos a imponiéndonos su triste divisa: Dios, Patria y Rey. Les gustaría volver a la época del absolutismo, en la que el pueblo sólo servia para dar gusto a los poseedores. Como lo hemos demostrado en la calle, lo tenemos que hacer por las montañas, esto es, que el pueblo cuenta para algo en la gran aventura de nuestro país.
-¿A dónde hay que ir?
-Vamos a embarcarnos para Fuenterrabia a Irún. Luego cogeremos el camino de la montaña para ejecutar una maniobra que pueda destruir las intenciones del enemigo. La expedición no será un juego, ni una excursión. Ya lo sé. Vosotros no estáis acostumbrados a correr por los montes, Pero la C. N. T. os pide ese sacrificio. Nuestra organización, símbolo de la revolución donostiarra, tiene que dominar el porvenir político demostrando su fuerza y su iniciativa. Sólo de esta manera nos acercaremos a la meta revolucionaria.
-¡Viva la Revolución
-Bien están los gritos. Ahora vamos a cenar en las escuelas y nos acostaremos tempranito para estar mañana preparados a las cuatro de la madrugada. Saldremos del muelle.
Donostiarras y gallegos simpatizaron rápidamente. El mismo ideal les unía. Discutiendo se dividieron en grupos, camino del comedor. Pepe, Félix y Juan cenaron juntos. La cena fue alegre. Hubo vino también. Liquiniano habló de la revolución rusa para hacer comprender cuán diferente era la revolución donostiarra. En ningún momento tuvo que tomarse el acuerdo de apoderarse de las bebidas Para que el pueblo no se refocilara en una borrachera general, como en Leningrado. Los sindicatos sabían darle a la nueva vida un aspecto grave y responsable.
¿Que hubo desmanes? ¡Quién lo duda! Todos esos preparativos le daban a la lucha un carácter despiadado. A los milicianos se les había hablado de la Revolución, ahora se trataba de la guerra. La sociedad ideal con que sonaban iba a nacer entre los dolores de un parto difícil, en el que los fórceps serian mas que necesarios. Al día siguiente, descansados, salió la expedición del muelle, saludado por amigos y familiares de los de Trintxerpe. Una mujer y dos nititos se despedían del jefe de familia en la incertidumbre y en la esperanza. Iglesias no quitaba los ojos de ese grupo, cuyas formas brotaban en las brumas del amanecer. Simbolizaban la aventura humana de esas jornadas inestables y cargadas de emoción combativa. Y pensando en esos tres seres, Pepe estimó que la Religión y la Filosofía se hallaban lejos de tal realidad sociológica. Su corazón de combatiente comprendió la gran significación de esa despedida. Oyó un llamamiento patético
-¡Papa!
Emocionado se mezcló a las operaciones de embarque. Por fin, en un turismo que se colocó en cabeza iban él, Liqui y Rivera, quien guardaba el mapa de la frontera. Los camiones con los hombres armados de fusiles seguían detrás. Pronto se enfrentaron con la ruda realidad. Los navarros habían colocado unos cañones en Arkale y desde allí tiraron contra la expedición. Como los obuses explotaban bastante lejos de la carretera, los expedicionarios no hicieron mas que acelerar la marcha de los vehículos. Desde ese momento quedó cerrado el paso por la carretera general entre Irún y San Sebastián. Afortunadamente quedaba la posibilidad de pasar por Lezo, tan conocido por su basílica milagrosa, y salir a Gainchurizqueta y Ventas. Este paso, saludado por los rebeldes a cañonazos, enardeció a la tropilla. Desde el Paseo de Colón de Irún columbraron Hendaya. La villa dormía aun con sueño tranquilo. Aparecía un tanto brumosa en la lejanía. Lugar de veraneo, los bañistas seguían en la playa francesa gustando de las delicias del baño. A ellos les parecía un sacrilegio y un desafío. ¿No se daban cuenta los obreros franceses que los españoles se defendían contra el fascismo? Nadie habló. Cada uno rumiaba a su manera el rudo contraste de dos vidas diferentes en ese instante histórico para España y para Europa.
En Irún los madrugadores les vieron pasar preguntándose hacia dónde se dirigirían esas fuerzas populares. Su entrecejo se arrugó previendo nuevas situaciones en la frontera. A la izquierda los combatientes -distinguieron el fuerte de San Telmo de Fuenterrabia, el palacio de Carlos V, majestuoso a impasible, el campanario de la iglesia; a la sombra del Jaizkibel, cuya vertiente este se presentaba miss acogedora que la marina. Los ataques impetuosos de los vientos marinos no azotaban al estrecho valle que tenia la sonrisa amable de los venteros. Y como limite costero, en la desembocadura del célebre Bidasoa, el cabo Higuer, característico de la costa cretácea, acantilada y rocosa. Pronto iban a entrar en contacto con las asperidades quebradas y montuosas de la frontera.

21. EL CORONEL CARRASCO
¿Quiénes sois para matarme? Sí, ya lo sé los enemigos trágicos de una España ilustrada.
Palabras, ante el tribunal, de un libertario fusilado en el fuerte de San Cristóbal

El pueblo vela en el coronel Carrasco el arquetipo del militar sedicioso a impugnador. A lo largo de los siglos xrx y xx el ejército se había visto mezclado en todas las soluciones políticas azarosas de una España sin audiencia en el extranjero. De esta forma salvaguardaba el presupuesto exorbitante que la nación concedía a un ejercito que, por sus estructuras, estaba lejos de convenir a las posibilidades económicas. El pueblo vela en él modelo típico para el pronunciamiento. En esta palabra, vacía de todo contenido sociológico y doctrinal, se resumía su valor intelectual. Bastaba pronunciarse para tomar el poder y borrar de la vida nacional toda critica y todo impulso intelectual. En las esferas gubernamentales se decía que el obrero practicaba la acción directa, característica del hombre que no ve sino el triunfo y el botín del instante entre el menor numero posible. Sin embargo, este ejemplo nos venia de los de arriba. Hay que ver ese siglo xrx empañado por el brillo negativo de la actividad militar o política que actualizaba el dicho: «quítate de ahí para que yo me ponga». Y fueron esas mismas fuerzas que en 1936 se levantaron contra él poder civil Para imponer el orden, suprimir los atracos a implantar la paz social, según lo decían en sus primeras proclamas. Para establecer esos fines, no vacilaban en pegar fuego a la nación. Ya Ramiro de Maeztu calificaba a la derecha española de estulta en un artículo publicado en 1897 y reproducido en 1899 en «Hacia otra España». No habían comprendido que sus intervenciones hablan hecho perder ya treinta anos de la evolución normal. De ahí nuestro gran retraso sobre los otros países europeos. En 1936 volvían a la carga con el mismo espíritu. Nada en sus proclamas busca el dar un paso adelante. Al contrario, pues las ideas admitidas por la República son colocadas en el índice. ¡Cómo, pues, el pueblo de San Sebastián no vería en la persona del coronel Carrasco el representante legitimo de unas clases sociales más que aberrantes! La muchedumbre llenaba la Plaza de Guipúzcoa. En uno de sus lados se yergue el edificio clásico de la Diputación. Ahí fueron conducidos los prisioneros de Loyola. El secretario de la C. N. T., junto con Torrijos, se paseaban debajo de los arcos en espera de la llegada, dispuestos a intervenir si la muchedumbre intentaba pasar a los actos. A la vista del cortejo se elevo inmenso clamor. Toda clase de gritos surcaban los aires liberando así el odio concentrado en el curso de generaciones contra los militares.
Desde los otros arcos, aceras y jardines, la gente se echaba hacia los coches llenando la calzada, dejándoles un paso estrecho. Gritaban, amenazaban, golpeaban los vehículos, trataban de abrir las portezuelas y saltar el cerrojo de la tabla trasera de los camiones. Se detuvo la caravana. Entonces los dirigentes corrieron a evitar que linchasen a los prisioneros. La gente, movida por oscuros resentimientos, deseos de vengar las docenas de muertos y los centenares de heridos, por la psicosis propia de un pueblo exaltado que se sentía ahora dueño de su destino. Fue un instante critico. Qué cólera caótica, desencadenada. En un desorden, pese a todo satisfactorio, en el que las amenazas de las armas, los palos, se mezclaban, los dirigentes y los miqueletes lograron impedir que se aplicase la ley del Talión. Estos hombres desempeñaron el papel de los mansos en un rebano de toros: recibir los golpes irritados de las bestias. Los prisioneros, descompuestos ante la reacción popular, comprendieron que en San Sebastián había hecho de aprendices de brujos. Habían puesto en marcha un mecanismo cuyas consecuencias eran imprevisibles. La perspectiva del futuro se les aparecía dramática. Algunos, rabiosos, sentían haber capitulado. En él espíritu el castigo se les perfilaba con contornos más que amenazadores. El mundo había cambiado de cara para ellos. Solo existía ese pueblo que exigía justicia ejemplar. Otros quisieron mostrarse fuertes, esconder sus pensamientos lúgubres. Pero el rostro lívido, la mirada de fiera acosada, traicionaban la tormenta interior y la desolación ante la impotencia. Otros, herméticos, con cara de palo, confesaban más de la cuenta los sobresaltos del corazón pese a que los dominaban. Poco después, el secretario me comunicaba la salvación de los prisioneros frente a la vindicta publica. En el fondo los incidentes fueron menores y la cólera explosiva calmada con algunos empujones y palos. Y con su gravedad costumbrera, agregó:
-Si hubieras visto a la gente. Nos trataba de vendidos al capitalismo internacional.
--Son reflejos, no digo condicionados, Pero casi.
Este hecho mostraba que el Frente Popular haría todo lo posible porque los militares fueran juzgados por los tribunales, teniendo en cuenta la gravedad de los hechos. Ya la actividad de los piquetes de partidos y de organizaciones, mas o menos responsables, mas o metros incontrolados, hablase conseguido eliminar casi total-mente. Las detenciones eran normales para asentar la autoridad del Frente Popular frente a los enemigos. Era una necesidad política. Asimismo lo era el cumplir los compromisos de la rendición. Los militares serian juzgados debidamente a despecho de las circunstancias poco favorables para instaurar el derecho. El trastorno publico fue general y las viejas estructuras se hundieron calamitosamente. Había que tener en cuenta esta realidad, como habla que tener en cuenta que el enemigo estaba a las puertas de la ciudad. La retaguardia debía limpiarse de enemigos con objeto de combatir al enemigo cara a cara en los frentes. Nadie podía negar que en la represión hubo abusos y venganzas personales y robos característicos. Sin embargo, San Sebastián podía envanecerse de haber reducido a lo mínimo este aspecto innoble. Raramente en una tormenta social y política los dirigentes pudieron establecer un balance tan favorable de esa ingrata tarea. De ahí que se llegara a dar un genero de extraterritorialidad a dos hoteles, uno el Ursula, con objeto de cambiar prisioneros por medio de la Cruz Roja.
Yo intervine directamente en el proyecto de canjeo entre el industrial Ajuria, detenido en San Sebastián y nuestro compañero el doctor Isaac Puente, detenido en Vitoria. A este efecto recibí una carta manuscrita de él, fechada en agosto sin el día, sin sobre. Cuantas veces me he lamentado por no haberla conservado, Pero en la vorágine de los tres años de combate uno fue perdiendo todo. Tenia dos caras de pagina de cuaderno escolar. Nos decía que le trataban bien y que estaba esperanzado en que las negociaciones serian favorables. Nuestra emoción fue enorme al saberlo en vida. Su influencia, grande, en el movimiento libertario. La ultima vez que le vi fue en Bilbao, en la Federación Local, en 1932, quince días antes de que me detuvieran. Amable y generoso, he aquí el retrato. Pero también nuestra decepción fue mayor, pues ante nuestra insistencia para llevar a cabo el canjeo se nos comunico que le habían pasado por las armas. La idea de los canjeos surgió a causa del incidente del submarino alemán. Un buen día ancló en la bahía. El comandante exigió que se le entregaran determinado numero de personas. La lista era bastante numerosa. Nos amenazó con las represalias del Gran Reich. Se le dieron algunas y de ahí nació la idea de juntar sin ruido ni alharacas a personas conocidas del mundo de las derechas en sitios digamos neutros. Todos estos planes humanitarios fueron barridos por los acontecimientos que se burlaban de los hombres y de las ideas. La lucha tomó tal intensidad poco después que todo eso quedó relegado en el furgón de las buenas intenciones.
El Partido Nacionalista Vasco no tomó parte en la lucha contra los militares y sus militantes no murieron ni fueron heridos. Se jactaba de que no poseía piquetes de represión. Muy probable. Su posición fue entre Pinto y Valdemoro, una adhesión de principio al Frente Popular. Se mantuvo con fuerza neutra que buscaba -únicamente aprovecharse de una situación confusa y explosiva, Hasta la caída del cuartel de Loyola, no hizo sino crear piquetes de defensa de las iglesias, omitiendo el lado combativo contra los militares. Quizás por no haber cortado enteramente las amarras con la reacción española. Por lo tanto, no había que comprometerse excesivamente con el otro lado de la barrera. Nadie sabia lo que el día de mañana pudiera deparar. Sabia, eso sí, que para discutir con los unos y con los otros, derechas o izquierdas, había que ser fuerte. De ahí el apetito súbito de fuerzas militares vascas concentradas en la Gran Casa de Loyola, tierra natal del fundador de la Compañía de Jesús. Había que armarse, buscar apoyos con objeto de perseguir la idea fundamental: la autonomía del País Vasco. Gracias a la victoria de las izquierdas aparecía la dicha autonomía con carácter posibilista. Su juego de defender y salvar algunos hombres comprometidos en la rebelión no estaba basado únicamente sobre fines humanitarios, sino también con fines políticos. Atraerse otras fuerzas para consolidar una barrera contra las izquierdas que, súbitamente, parecían imponerse.
El hecho que todos temían se produjo.
El Partido Comunista, poco influyente en la ciudad, sobre todo después de la escisión de la Federación de Sindicatos Obreros Autónomos, quiso adular al sentimiento de venganza de la gente. Un piquete de ese Partido quiso apoderarse del coronel Carrasco para ejecutarlo sin ninguna forma de proceso. Presentó a la guardia encargada de vigilarle, una orden firmada y sellada para ser transferido al fuerte de Guadalupe en el lomo del Jaizkibel. La guardia sospechó la maniobra. La orden se la pasaban de mano en mano. Por fin el jefe decide:
-Voy a consultar.
-¿Estas loco? ¿No le basta la orden? ¿A ver si eres más, fascista que el coronel?
Los milicianos armaron los naranjeros. La guardia se sometió. Al fin y a la postre poseía el papel que justificaba la entrega del prisionero. En el corredor, el piquete se topó con el diputado Irujo. Siguió fuerte discusión. Por fin Irujo consiguió recuperar al coronel, quien fue encerrado en el mismo cuarto que le servia de celda. Luego siguió una discusión de aupa entre Larrañaga a Irujo. Se cambiaron prepósitos vivos y nada amenos. Larrañaga le trató de fascista. El gesto de Irujo no hizo sino retardar la suerte del coronel. La noche acababa de caer. La diputación, centro nervioso de la acción política y militar se recortaba en la oscuridad total de las calles casi tenebrosa. Nubes de verano se preparaban a transformarse en tormenta veraniega. De pronto el trueno rompió el silencio lúgubre a iluminaron los relámpagos la plaza. La atmósfera tan eléctrica come los hombres se volvía sofocante. Un coche, con los faros apagados, se acercó prudentemente al palacio. Luego un segundo. Se apearon unos milicianos. Después de comprobar que los alrededores estaban desiertos, el jefe les hizo seña de que le siguieran. Entraron en tromba y se dirigieron directamente al lugar donde estaba detenido el coronel. La guardia comprendió en seguida el estado de animo de aquellos hombres y no quiso chocar con ellos. Carrasco retrocedió frente a ellos. La alerta anterior, tan reciente, no le permitía conservar grandes esperanzas.
-Venga con nosotros.
-Quiero ser juzgado. No quiero morir sin explicar mis razones y mi conducta dura en el levantamiento.
-Aquí nadie habla de matar ni de morir. Le llevamos a la cárcel de Ondarreta.
-Un pretexto como el de esta mañana. Queréis aplicarme el «paseo».
-Ande y no sea cobarde.
-¿Yo cobarde? Estoy listo.
De repente Carrasco había aceptado el destine cruel impuesto por una situación critica creada por ellos mismos. Digno, salió por su pie. Este golpe fue ejecutado con las reglas del arte: rapidez, audacia y sangre fría. El Frente Popular no pudo impedirlo. La muerte, vuelta al universo mineral y a las combinaciones químicas infinitas se presentaba una a indivisible. Las maneras de morir, en cambio, numerosas. Una, la del ser resignado, impotente, frente al destino. El coronel Carrasco fue victima de la fatalidad y de las pasiones humanas indomables, victima también de la convulsión revolucionaria. Los acontecimientos vividos, densos, emotivos, preparaban a los hombres a todas las situaciones, incluso para la muerte en un género de vorágine que ocultaba el irreversible fin.
¿Era culpable? ¿Fue prisionero de subordinados fanáticos y ambiciosos en el cuartel? Sin embargo, esta muerte no serviría de ejemplo, como la de otros hombres frente al destino trágico, esto es, la muerte heroica que vive y se transmite a través de generaciones. Bajo ciertos aspectos, aparecía más instructiva la muerte del miliciano desconocido que violo a una joven durante un registro, por lo menos, más humano. Frente al pelotón de ejecución, el miliciano mostró su fiereza aullando:
-¡Cobardes! Apuntad bien a la punta del haba.
O la de otro miliciano fanfarrón que durante el sitio del cuartel de Loyola contaba maravillas de su valor personal en la batalla de San Sebastián. Un día le atajaron brutalmente:
-Si tan valiente eres acércate a las tapias del cuartel. Así veremos la reacción de los sitiados.
-Eso y más.
-Entonces lárgate. Así podrás contar otra historia, esta vez delante de testigos.
Cogido por su propia jactancia hizo honor. Claro que si vaciló y hubiera vuelto atrás. De cuando en cuando miraba hacia los compañeros en espera de que le llamaran. A unos cien metros del cuartel murió acribillado por las balas, victima de sí mismo. Para quienes respetan el derecho ante todo y su aplicación, la ejecución del coronel Carrasco se asemejaba a un crimen. Para quienes se penetraban de la atmósfera dramática en que la ciudad estaba envuelta, las circunstancias atenuantes eran de rigor, pues el alzamiento de los militares no tenía nada de romántico. Las ramificaciones del golpe de Estado con Roma y Berlín aparecían palpables. San Sebastián no podía olvidar la audacia del submarino alemán exigiendo personalidades comprometidas en el levantamiento y amenazando con terribles represalias caso de negarse. Todos estos hechos, en una capital de provincia ponían los nervios a prueba. En el Frente Popular la discusión fue tormentosa entre moderados y extremistas. Es un crimen-decían los primeros. No; justicia expeditiva, pues según las leyes en vigor merecía la muerte-alegaban los otros. Estamos a merced de cualquier piquete de partido-insisten los primeres. Exageráis, no podéis compararos a los militares, ¿no?-argüían los segundos. Finalmente se decidió que los otros militares fuesen encerrados en la cárcel de Ondarreta con objeto de que no se renovasen tales maquinaciones. Había que respetar el derecho contra viento y marea. El traslado se hizo casi al alba en atmósfera de nerviosismo y temor.
La guerra se volvía más total. La ciudad y la provincia podía conocer situaciones difíciles. Aislado del gobierno de Madrid, se vería obligada a tomar decisiones capitales para la conducta de la guerra. Todavía no se había comprendido por parte de todo el Norte que su porvenir se estaba jugando en las estribaciones de los Pirineos.
La gran tarea consistía en enfrentarse con el enemigo que se iba acercando por el sur de Beasain y por la frontera. En esas malas condiciones había que combatir en plena montaña con milicianos que desconocían el arte de la guerra, Pero que poseían buena voluntad. Se epilogará mucho sobre el valor militar de los milicianos. Se les ridiculizará, se les atacará por indisciplinados, pero gracias a ellos estaba San Sebastián de pie y en el campo republicano y que los navarros tendrían que emplearse a fondo, allí donde creyeron dar un paseo militar. En aquel momento no existía el sentido de los valores ni organización militar. Todo era improvisación y empirismo. Los grupos de combatientes se organizaban por simpatía y por afinidad, al mando del más valiente o del más conocido en la lucha social. No concebían la guerra de posición, la de estar pegados a una colina por si el enemigo atacaba. Obraban con la mayor desenvoltura y la mayor libertad. Iban a apagar la sed allí donde les parecía mejor, pues la intendencia no existía aun. No sabían aun la importancia de vigilar durante la noche en un para-peto o en una trinchera y sucumbían al deseo de acostarse en la cama y, quizás, en generosa compañía. Todavía se vivía bajo el efecto de la victoria urbana. Románticos, la habían saludado como un hecho definitivo. Hacer desaparecer esta mentalidad no era la menos penosa de las tareas. Fueron los mismos acontecimientos que iban empujando a la creación de batallones con mandos no experimentados a incompetentes, pero en los que la disciplina comenzaba a implantarse. Se iba dando un paso hacia la militarización, tan necesaria, para hacer la guerra contra un enemigo bien disciplinado. De ahí que se levantaban voces que expresaban gravemente la necesidad de crear el ejercito popular. Arreglar las cuentas por envidias, querellas, odios íntimos o clasistas, entraba en la normalidad. La junta de Defensa obtuvo gran triunfo moral eliminando de hecho la imposición del «paseo», recuerdo de historias sangrientas, forma primitiva de hacer justicia personalmente. Nada era simple y trivial tras el proceso sicológico de tales hechos que comunicaba con las complejidades sociales y administrativas. Nadie se mecía en ilusiones al conocer a la sociedad española. Las clases sociales, tan dispares, significaban resentimientos hondos, envidias feroces. El proceso inconsciente primero va tomando carta de naturaleza a través de los acontecimientos sociales volcánicos. La conciencia domina mil que bien al individuo en tiempo normal. Esa barrera durante una explosión social, como la española, se resquebraja y los sentimientos reprimidos a duras penas por las leyes brotan en verdadera erupción. Esta trama emocional y sicológica pide venganza, cual fatalidad biológica. Los odios político, social y religioso-a veces reunidos en la misma persona-destruyen toda parcela de sensibilidad y compasión para con el enemigo. Pero, paradoja excitante, esos mismos individuos se juegan el pellejo y se sacrifican por sus amigos o por desconocidos. Basta que estos militen en su campo político.
El Frente Popular había nacido espontáneamente por la presión de los acontecimientos. Era un Comité que, pese a todos los errores, tuvo que afrontar una situación poco común y a la cual nadie, ni partido político ni organización sindical estaba preparado. Entre las numerosas decisiones sabias que tomó antes de su desaparición, sustituido por la junta de Defensa el 27 de julio, fue la aparición del Diario «Frente Popular», defensor de la política del Comité. Fue un acuerdo tácito de tregua entre los componentes. Salud, pues, periódicos burgueses «El Día», «Las Noticias», la «Prensa», «La Voz de Guipúzcoa». Por primera vez los partidos obreros y las organizaciones sindicales tuvieron voz y voto en la prensa gubernamental.
El camino recorrido en dos semanas representaba una fábula sociológica. El comercio abrió las puertas. El mercado abastecido. La situación interior se mejoró a pesar de la proximidad de los frentes. Se eliminó la confiscación intempestiva de los coches. Los primeros días cada ciudadano se tomó el derecho de ir a un garaje, poner en marcha el primer motor, llenar el depósito en la primera gasolinera y correr por la carretera a lo divo. Esta mejoría debida a la organización de los donostiarras fue favorecida por la buena voluntad del gobierno republicano que, desde Madrid, cubría con su tesoro las compras hechas en el exterior, particularmente las de alimentos, para que la ciudad pudiera sobrevivir en aquella atmósfera revolucionaria y guerrera.

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