Lunes, 27 de julio de 1936
FRENTE POPULAR
Aviso a los obreros
Gráficos
Relación del equipo que debe presentarse esta noche, a las nueve, para trabajar en la edición del FRENTE POPULAR, en Garibay, 34:
CAJAS
Pedro Zaldivar.
Antonio Inchaurrondo.
Pablo García.
Emilio Parrondo.
LINOTIPIAS
José Carrera.
Luciano Echegoyen.
Gregorio Alquézar.
Francisco Arroyo.
Lucio Tellería.
Felipe Parcha.
ESTEREOTIPIA
Severiano Ceballos.
Jorge Lecumberri.
Pedro Polo.
MAQUINA
Carlos Horn.
Primo Pérez.
Jesús Cuello.
Victoriano Castaños.
sentido silbar sobre sus cabezas y entre sus cuerpos las balas de unos fusiles que se decían adcitos y se manifiestan como desleales.
¿Por qué dispara el Ejército? Horas más tarde pretendieron hacérsenos creer que porque se le ha agredido y se hallaba en el trance de replicar a un ataque que, según todas las apariencias, provenía de los enemigos del régimen.
La verdad, sin embargo, era otra. El Ejército, por orden de sus mandos, disparaba como en un tanteo de fuerza. Así se mantuvo toda la noche antes de adoptar una posición concreta y meridiana. Así se puede explicar también la aparición de dos camiones cargados de individuos pertrechados a todo evento, con cascos de acero y fusiles de reglamento; camiones a quienes el rumor popular señalaba como refuerzos navarros integrados por los requetés.
La verdad era que los caminos estaban ocupados por fuerzas del Ejército y habían salido a recorrer la ciudad para contrastar la magnitud de la resistencia que pudiera ofrecer el pueblo armado a la intentona militar.
GOLPE DE TIMON
La táctica era hábil y acaso hasta después de la traición no hemos podido discernir su alcance. Lo que se pretendía, en suma, no era otra cosa que compulsar, “de vista”, sobre el propio terreno en que habría de ventilarse la pelea la magnitud de las fuerzas adversarias, es decir, de las falanges populares que se disponían a defender su libertad.
La requisa y tentativa nocturna convenció a los fracasados de la sublevación de que habían de encontrarse frente a un adversario mucho peor armado, pero indiscutiblemente superior en magnitud física y en impulso moral. Se comprendió que no era tan fácil la partida que se quería jugar. En la escaramuza había muerto un artillero y resultó herido otro.
Al final la decisión de los mandos militares constituía un golpe de timón, un viraje estratégico: suspender las hostiliades, buscar el pretexto de un equívoco o de un error que las justificase y ganar tiempo con dilaciones, aplazamientos y vaguedades para llegar a una situación más favorable en que se pudiese presentar la batalla.
LA NOCHE TRISTE
Pero, realmente, cuando ha ocurrido lo que ocurrió en aquellas hroas de angustiada espera, ¿quién podía llevar su suspicacia hasta el extremo de recelar sistemáticamente de una actitud que parecía leal y de una palabra de honor empeñada con gesto solemne y reiteración casi agobiante.
Horas atrás, el comandante militar de la Plaza afirmó, bajo su palabra, que las fuerzas permanecerían adictas a la República y que sobre ese extremo no admitía la menor duda. Algo más. Consideraba como un verdadero dislate el levantamiento que se acababa de producir en algunas zonas de la República y reiteraba su criterio de que el Ejército debía encontrarse siempre al margen de las contiendas políticas y al lado incondicional del Poder constituído y legítimo.
No había de pasar mucho tiempo sin que aquella actitu que parecía leal se tiñese con los tonos vacilantes de la duda que bosquejaron ya las primeras desconfianzas respecto de lo que podíamos esperar del honor de un hombre.
Eran las dos o las tres de la mañana. El teléfono comenzó a funcionar incesantemente entre el Gobierno Civil y la Comandancia militar. Ya para entonces Carrasco y Batet habían celebrado su conferencia. Las primeras afirmaciones de lealtad se trocaron en las primeras vacilaciones de adhesión. Hicimos ver al comandante militar la gravedad de sus incertidumbres en momentos en que se precisaba actitudes concretas y decisiones inapelables. Le hicimos ver que el tiroteo mantenido entre el Ejército y la ciudadanía combatiente constituía de hecho una ruptura de hostilidades y un principio de subversión. Carrasco dijo que aquello no era un ataque, sino una defensa porque a ellos se les estaba tiroteando y no podían precisar, en la noche, si quienes los agredían eran elementos del Frente Popular o facciones antirrepublicanas.
No fué posible obtener durante mucho tiempo que el jefe de las fuerzas militares nos diese una respuesta terminante que llevar a nuestro espíritu la tranquilidad y a nuestras decisiones la suspensión de las hostilidades. Estábamos viviendo las horas interminables de una noche triste, que no acababa nunca.
Todo cuanto pudiéramos hacer para nuestra defensa, hecho estaba. Había que dejar paso a los plazos de tiempo inexcusables para que el pueblo tuviera en sus manos el instrumento de su propia defensa. Pero llegó un momento en que no se podía espera más. Era cuestión de vida o d emuerte. Ibamos a jugárnoslo todo a una carta.
FIRMEZA ADICTA Y TRAICION PROBABLE
El comandante militar no había declarado el Estado de Guerra, que hubiera sido una declaración facciosa, pero tampoco nos ofrecía una posición diáfana que permitiera confiar en él. Volvimos a hablarle. El que esto escribe recuerda que sugirió una intimidación terminante el Ejército estaba con nosotros o estaba frente a nosotros. Se nos había de decir en un plazo apremiante.
El capitán Cazorla, jefe de las fuerzas de Asalto, se puso al teléfono reclamado por el coronel Carrasco. El coronel pretendía del capitán que acudiera a la Comandancia militar con objeto, según dijo, de cambiar impresiones sobre la conducta a seguir. El capitán se dispuso a cumplir la orden. Nuestras miradas se cruzaron. En todos los ojos brotaba un brillo de sospecha y de incertidumbre. Los rostros, demacrados y macilentos por la trasnochada, se teñían ya con el reflejjo violáceo de la aurora que nacía. Estaba el capitán Cazorla en la puerta dispuesto a salir, cuando resueltamente, un hombre rápido en las iniciativas, le puso una mano sobre el hombro y le dijo con una voz sonriente que, a su pesar, estaba impregnada de vibracioens dramáticas:
-Capitán: es mejor que se quede. Dejemos pasar esta hora del alba, que es la hora de la traición. Después el tiempo proveerá.
El capitán se quedó. Poco más tarde era reclamado al teléfono el teniente coronel de la Guardia civil. La respuesta del señor Bengoa fué breve, tajante y casi irrespetuosa:
-Mi coronel: no tengo por qué ir a la Comandancia militar. Mi único jefe es el gobernador civilo, como representante de los poderes legítimos, y de nadie, sino es de él, tengo que recibir instrucciones.
AL HABLA EL GENERAL MOLA
En aquellos momentos el jefe de Teléfonos comuncia que el general Mola había solicitado desde Pamplona, celebrar una conferencia telefónica con la Comandancia militar. Como se le negase la conferencia, llamó lago más tarde para que el Gobierno civil explicase las razones de tal negativa.
Los instantes eran decisivos. No se podía perder el tiempo en trámites protocolarios. El gobernador civil realizaba en aquel momento otra misión urgente. El que esto escribe, atribuyéndose una facultad que se hubiera podido conferir cualquiera otro de los que vivíamos aquel ambiente espeso manchado de traición, asumió la representación gubernativa y habló con el general. También el diálogo fué breve y se cerró con la siguientes palabras:
-General: la única autoridad que existe en Guipúzcoa, como en casi toda España, excepción hecha de algunos focos sediciosos, entre los que se encuentra Navarra, es la autoridad civil. El general Mola no tiene por qué conversar con el coronel Carrasco. La autoridad civil se halla perfectamente identificada y en contacto continuo con la autoridad militar. Cualquier orden o instrucción que se le quiera transmitir al coronel Carrasco habrá de ser por medio del gobernador civil, la suprema y única autoridad de Guipúzcoa.
Así se resolvió una de las cuestioens acaso más decisiva, de aquella noche triste. Por virtud de ello la acción popular tendría un poco de tiempo para aprestar y disponer elementos de combate.
Porque a la hora de hoy bien seguros podemos estar de que si el general Mola celebra su conferencia con el comandante militar, el coronel Carrasco hubiese declarado el estado de guerra con las luces del amanecer, pronunciándose faccioso y rebelde, precisamente en la hora del alba que se había llamado la hora de la traición.
REUNION DE AUTORIDADES
Serían ya las siete de la mañana del domingo cuando se puso al coronel Carrasco en la disyuntiva de una opción inapelable. A las ocho de la mañana se celebraría en el Gobierno civil una reunión de autoridades. Si el comandante militar no acudía a ella, se le consideraría faccioso.
Carrasco contestó:
-Yo voy a esa reunión, porque mantengo la palabra que les dí antes y ayer. Pero es preciso que cese el tiroteo. Yo mañana, por mi pie, me trasladaré de la Comandancia militar al Gobierno civil.
Así ocurrió en efecto. Poco después de las ocho de la mañana el coronel Carrasco se hallaba en el Gobierno civil y se iniciaba la reunión de autoridades en la que se habían de adoptar decisiones terminantes sobre la situación planteada. El coronel Carrasco abandonó sus indecisiones de la noche última para reiterar sus promesas de lealtad.
Carrasco prometió una vez más que las fuerzas a sus órdenes defenderían al régimen.
Desde ese instante el comandante militar permaneció en el Gobierno civil. Prisionero, según él decía, aunque realmente era incomprensible que considerarse como prisión el recinto donde existía la autoridad legítima a la que él se prestaba a defender.
LLAMAMIENTO A LA CIUDADANIA
Transcurrió el día del domingo sin incidentes notables. El pueblo en la calle, vigilante y avizor, mantenía sus precauciones defensivas.
En las bocas de la ciudad, las barricadas y las zangas dejaban el sitio imprescindible para la circulación ordinaria: y esos pasos quedarían definitivamente interrumpidos en pocos minutos en cuanto se diera la orden de combate.
La vigilancia se redobló en la frontera. Sobre la capital de Guipúzcoa se hizo una concentración de las fuerzas armadas de quienes no se podía desconfiar: Guardia civil y Carabineros. En lo alto de Eguía se había levantado una fuerte barricada que hubiera hecho prácticamente imposible el avance de los elementos rodados del probable enemigo.
Las fuerzas concentradas en la Comandancia militar se reintegraron con sus camiones a los cuarteles de Loyola. Tuvimos unas horas de descanso, durante las cuales, al mismo tiempo que considerábamos la situación general de España, se adoptaron decisiones para poner al pueblo en condiciones de defensa.
El comandante militar adoptó las decisiones pertinentes para la formación de las fracciones de la ciudadanía combatiente y para poner en condiciones de lucha al pueblo guipuzcoano, surtiéndole de todo el material de guerra de que se pudiera disponer.
El lunes por la mañana se hizo un llamamiento general a la ciudadanía para organizar las columnas de combate. En un plazo de cuatro horas, 30.000 ciudadanos habían acudido a la llamada alistándose en las filas del ejército de la libertad.
Articulado el movimiento ciudadano a la manera de una recluta, los hombres distribuidos en secciones de concentración podían recibir rápidamente las consignas y, si fuera perciso, hallarse en pocos minutos en disposición de combatir.
LA COLUMNA SOBRE MONDRAGON
Creyéndose que la actitud de Carrasco no podía ser otra que la de lealtad al Poder constituído, porque, ya que no sus deseos, así se lo imponían las circunstancias, el comandante de Estado Mayor señor Pérez Garmendia, jefe supremo de las fuerzas combatientes, dispuso que, una vez hecha la recluta ciudadana, el martes por la mañana partiera una columna en dirección a Mondragón, con el propósito de unirse a la que, saliente de Bilbao, se disponía a sofocar el foco sedicioso de Vitoria.
Se estaba de acuerdo en que para las doce de la mañana del martes Eibar hubiese trasladado a Mondragón las armas suficientes para avituallar, aunque no de manera perfecta, a un ejército de dos mil hombres. La columna sobre Mondragón tenía por consiguiente dos objetivos bien concretos: reforzar la de Bilbao para dominar Vitoria, en el caso de que Carrasco y sus fuerzas se mantuvieran adictos. Volver sobre San Sebastián, ya con armamento, para sofocar a los rebeldes, en el caso de que Carrasco pretendiera hacernos víctimas de una traición.
OTRA NOCHE ANGUSTIOSA
La noche del lunes al martes fue, tal vez, más angustiosa para los hombres que nos movíamos en las esferas de mando de aquellos instantes dramáticos. Carrasco prometía su adhesión, pero no acabba de contar con la ayuda de sus fuerzas. Toda la noche nos la pasamos intentando obtener la seguridad de que tanto el regimiento de Artillería como el batallón de Ingenieros estaba dispuesto a atender sin réplicas las órdenes de los Poderes legítimos.
El teniente Presilla, hombre de cuya lealtad y de cuya corrección no hemos podido dudar nunca, nos expresaba su creencia de que el Ejército en San Sebastián se constituyera en defensor de los Poderes constituídos, porque él entendía que era un verdadero crimen que los Cuerpos armados interviniesen en acciones políticas.
Tuvo el coronel Carrasco durante las últimas horas de la noche del lunes al martes algunas crisis nerviosas, en las que acaso se diluía la congoja que le poseía. El se veía cercado por miradas vigilantes y por actitudes hostiles. Nadie hubiera confiado en él hasta el momento mismo en que ordenase que sus fuerzas salieran a combatir contra los enemigos de la República.
Eso es lo que queríamos. Pero pasó el tiempo sin que el regimiento de Artillería se movilizase para formar parte de la columna que iba a marchar sobre Vitoria.
Ofreció Carrasco, al fin, ante la vacilación en que parecían mantenerse los jefes y oficiales a sus órdenes, un “modus vivendu”: Que el Ejército permaneciese neutral, encerrado en sus cuarteles, y que las milicias ciudadanas obrasen por su cuenta contra los sediciosos.
No era admisible esta postura. El comandante militar se había comprometido a movilizar sus fuerzas y eso esperábamos de él.
Los hombres de combate de la ciudadanía se hallaban ya reunidos frente al Gobierno civil y en sus secciones respectivas, cuando en los cuarteles de Loyola estaba celebrando la junta de jefes y oficiales que iban a decidir sobre la postura de la guarnición.
LA NUEVA TRAICION
El comandante Garmendia no quiso esperar más. Para las diez de la mañana se le había ofrecido el concurso de una batería de Artillería que reforzase la columna espedicionaria. Pero a las diez de la mañana, formadas ya todo a lo largo del barrio del Antiguo las milicias populares y las secciones adictas de la Guardia civil, Carabineros y Miqueletes, todavía no aparecía el refuerzo prometido.
El comandante Garmendia ordenó la marcha y se puso al frente de su columna. Quería ganar tiempo y le interesaba, lo primero de todo, que sus gentes estuvieran armadas ante al amago de una nueva traición.
Mientras tanto, en el Gobierno civil manteníamos una lucha dialéctica a la que no veíamos desembocadura. Más de una vez a los ojos del coronel Carrasco asomaron lágrimas que no sabemos si eran de amargura o de miedo. Seguramente de las dos cosas. Pero ni el miedo ni la amargura, si los sintió, le impidieron tantear la convicción de los otros jefes que se hallaban con él en el palacio de la calle Oquendo.
Yo seguía atento a los pasos y las palabras de Carrasco. A cada hora que pasaba, las tintas de una nueva traición se iban reforzando. Porque a cada hora que pasaba veía también el coronel Carrasco que con la macha de la columna expedicionaria se alejaba el peligro de una réplica temible. Una de las veces, cuando conversaba con el coronel de la Guardia civil y con el jefe de las fuerzas de Carabineros, le oí a Carrasco decir, con temblores de angustia en la voz:
-Y el caso es que si éstos triunfan, también nos degüellan.
Eran ya las doce del mediodía. Sentí en la garganta el peso opresor de la nueva traición que se diluía en aquellas palabras. Salí de la habitación y exclamé.
-Mano a las pistolas. Nos han traicionado.
Y empuñando la mía me fui hacia el coronel, decidido a que en aquel instante purgase el acto abominable que iba a costar tanta sangre y tantas vidas. A una circunstancia fortuita debe el coronel Carrasco la vida que aun le queda. A que el que esto escribe y otra persona se tropezasen en la puerta, encuentro que dió tiempo a que él detuviera el brazo que se disponía a ejecutar una justicia expeditiva.
Pasado ese instante, había que decidirse por una acción rápida que remediase en lo posible las consecuencias de la nueva traición. Agente de enlace, abandoné el Gobierno civil, porque si se trataba de una emboscada para lso que se encontraban allí, era imprescindible que alguien quedase libre para comunicar las nuevas infaustas al hombre en quien habíamos deposiado nuestra confianza, la suerte de las armas leales.
Subimos hasta lo alto de Eguía. Desde allí podíamos ver que en los cuarteles de Loyola existía actividad. Algunas fuerza abandonaban el recinto castrense y ascendían por el camino del cementerio. No podía ya quedar duda alguna. De haberse mantenido adictas, las fuerzas de Artillería hubieran venido a la ciudad por el camino recto, es decir, por el mismo barrio de Eguía, donde el pueblo esperaba dispuesto a aclamarlas de haberse confirmado la adhesión del Ejército a la República.
Llamamos por última vez al Gobierno civil.
-¿Qué hay, por fin? –preguntamos.
-¡Nada! –nos replicó una voz-, ¡Que estamos en rebelión!
RUTAS DE LA PROVINCIA
Ya no esperamos más. Un coche rápido nos llevó a cuatro hombres por las carreteras de la provincia con dos objetivos urgentes: dar la voz de alarma en los pueblos de tránsito para que los Comités del Frente Popular adoptasen las precauciones defensivas adecuadas y poner el hecho en conocimiento del jefe de nuestras fuerzas, comandante Gamendia. En todos los puntos del trayecto la reacción ciudadan, unánime, pujante, espléndida, se manifestaba con las mismas características:
-¡Qué canallas! –exclamaban el entrarse de la traición militar.
Y luego, con gesto decidido y firme:
-Pero no importa. Lucharemos hasta morir. ¡No pasarán!
Y detrás de nosotros íbamos dejando unos caminos sembrados de obstáculos y unas muchedumbres henchidas de fervor ciudadano, dispuestas a entregar su vida en defensa del ideal.
CONCENTRACION EN EIBAR
Llegamos a Eibar. La noticia, aunque parezca extraño, no produjo sorpresa alguna.
-Lo esperábamos –decían-: de “esos” no se podía creer otra cosa.
Toribio Echevarría, Juan de los Toyos, el alcalde, la masa entera de la ciudad, se levantó como un solo hombre al grito de ¡guerra!
Había que preparamos, y prepararse enseguida. Se recibió entonces la noticia de que la columna de Mondragón venía hacia la Muy Ejemplar Ciudad, y de que el gobernador y sus hombres adictos, persuadidos de que nada se podía hacer en San Sebastián, por el momento, habían evacuado el Gobierno Civil y marchaban también para reunirse con nosotros.
Hubo en esta reunión abrazos y frases emocionadas. Nos encontrábamos otra vez todos aquellos que en la hora de pligro permanecíamos fieles a la idea y sujetos al compromiso. El teniente coronel Bengoa, el comandante Mauricio García Echarri, los tenientes de Asalto Margarida y Conde, el señor García Larrache. Y después todos los nuestros. Los que nos habíamos encontrado tantas veces y en tantas luchas.
La plaza de Eibar fue el escenario de la concentración. El comandante de estado mayor señor Garmendia, este hombre con temperamento frío de estratega y decisión esforzada de gran capitán, trazó su plan de combate. Eran las dos de la tarde del martes y a las seis de la mañana del miércoles, San Sebastián estaría otra vez bajo el dominio absoluto de las fuerzas leales y los combatientes ciudadanos.
Se requisaron todas las armas y municiones disponibles, se articularon las seciones, se organizó la columna; y, por fin, al atardecer, se pusieron en marcha los primeros camiones y automóviles espedicionarios.
Otra noche sin dormir, con los nervios en tensión, en una marcha larguísima, bajo una oscuridad absoluta y entre el zumbido agobiador de los motores.
EN SAN SEBASTIAN.-COMIENZA LA BATALLA
Los primeros objetivos se cumplieron. Fraccionada la columna al mando de los oficiales que el señor Garmendia tenía a sus órdenes, cuatro secciones ocuparon puntos estratégicos para rodear los cuarteles de Loyola y hacer imposible toda salida. Simultáneamente, otro nutrido destacamento penetraba en la ciudad y se posesionaba de la Diputación, y en los puntos donde se consideró preciso se establecían retentes.
San Sebastián quedaba, pues, ocupada pacíficamente; pero el enemigo había tenido noticias de nuestro avance y pronto rompió las hostilidaes. Sobre muchas azoteas, elementos civiles de fascistas y fuerzas regulares que se les unieron iniciaron un vivísimo tiroteo sobre las masas combatientes que se hallaban diseminadas por la ciudad en pequeños y numerosos destacamentos, situándose especialmente en los portales de las calles de tránsito obligado y junto a las barricadas levantadas desde el sábado anterior.
La lucha adquirió inusitada violencia e intensidad en la zona de Amara, principalmente en la calle de Larramendi, dónde está instalada la C. N. T., y en la calle de Easo, donde, provisionalmente, habíamos instalado la Comandancia Militar.
Los elementos facciosos, distribuídos en grupos de seis o siete, se habían hecho fuertes en algunos portales y en algunas azoteas y disparaban a mansalva sobre nuestros destacamentos.
La lucha fué ruda y no podían faltar en ella ni las escenas dramáticas ni los gestos de heroísmo. Todo el mundo se batía con bravura, pero sería injusto silenciar que algunas individualidades llevaban su valor a los linderos mismos de la temeridad. El enemigo, además, podía en la lucha toda suerte de procedimientos inhumanos. Disparaba por la espalda y a traición. Colocaba sus impactos sobre las camionetas de Ambulancia de la CRUZ ROJA y sobre los esforzados combatientes que acudían a recoger sus muertos y heridos.
Bastaría recordar el caso del compañero Asarta. Durante dos horas había desafiado
Este periódico se entregará gratuitamente a los obreros en los Centros respectivos y se venderá en la calle al público al precio de quince céntimos tnato en San Sebastián como en la provincia.
FRENTE POPULAR
Se reparte gratuitamente en los Centros políticos, a los afiliados respectivos.
LA ORGANIZACIÓN DE SERVICIOS
Junta de Defensa
del Frente Popular
Para la mejor organización de todos los servicios de la ciudad, se han constituído las comisarias siguientes, a las cuales deberán dirigirse cuantas personas necesiten de los servicios respectivos:
COMISARIA DE GUERRA (Palacio de la Diputación. Teléfono, 1.104)
Presidente. D. Jesús Larrañaga
Vocales: D. Eustasio de Amilibia
D. Pedro Palomir.
D. Bernabé Orbegozo.
D. José de Rezola.
D. Ascensio de Lasa.
D. Julián Medrano Martínez
COMISARIA DE ABASTOS (Casa Consistorial. Teléfono, 14.001).
Presidente: D. Sergio Echeverría
Vocales: D. Francisco Sáizar.
D. Asensio Arriolabengoa
D. Patricio Ruiz.
D. José María Arrieta.
D. Juan B. Ubillo.
D. José Ferrándiz.
COMISION DE TRANSPORTES (Gran Casino, Teléfono, 11.541)
Presidente: D. José Aguado.
Vocales: D. Miguel Romero.
D. José Leoz.
D. Juan Zarragoitia.
D. Eliseo Pancorbo.
D. Rufino Pastor.
D. Alejandro Elizalde.
D. Abilio Iza.
COMISION DE COMUNICACIONES, INFORMACIONES Y PROPAGANDA (Teléfonos. Teléfono, 3.200).
Presidente: D. Miguel González.
Vocales: D. Juan Callen.
D. Ricardo Urondo.
D. Tomás Michelena.
D. Ricardo Leizaola.
D. José Zubillaga.
D. Ricardo M. Romero.
COMISION DE ORDEN PUBLICO (Gobierno Civil. Teléfonos, 11.002; 10.250 y 10.001).
Presidente: D. Telesforo de Monzón.
Vocales: D. Martín Campos.
D. Modesto Lacuesta.
D. Fermín de Mendizábal.
D. Aniceto Gallurralde.
D. Sabino Laborda.
D. Francisco Celaya.
COMISION DE FINANZAS (Caja de Ahorros provincial)
Presidente: D. José Imaz.
Vocales: D. Guillermo Torrijos.
D. Manuel Asarta.
D. José Iglesias.
D. José Zubimendi.
D. José Zubizarreta.
D. Domingo Martínez Muñoa.
Para acallar rumores de abosluta falsedad lanzados por los que no pueden disparar otras armas contra la República española, sale a la calle con toda la rapidez que las circunstancias han permitido, este periódico del Frente Popular.
Queremos que la verdad se sepa y el pueblo pueda calmar sus inquietudes ante insidias y falsedades que aun perturbar su ánimo en estos momentos en que tanta serenidad necesitamos todos para resolver los complejos problemas de la reorganización de nuestra vida, deshecha por la maldad de unos traidores.
No hemos querido demorar la salida y publicamos este primer número por la tarde; pero a partir d emañana la edición de FRENTE POPULAR será matutina.
Todas las mañanas tendrán los donostiarras y los guipuzcoanos, porque también llevaremos el periódico a la provincia, su órgano popular que les dará la impresión más ponderada y justa de la situación.
FRENTE POPULAR
Se vende por las calles a todo el público en general.
LANGILE GUZTIAK DAKITE ERKAL ERRIAK BAKAR BAKARRIK DEFENDITZEN DITULA ASKATASUNAK ETA GIZONAN ESKUBIDEAK.
BERE BIZIAK SAKRIFIZIOAK EMATEN DIZKIOTE ETA FUSTEN DIZKIOTE ASKATASUNAK ETA ESKUBIDEAK, FATXISMOAN ETA ESKUBIKO GIZONAN TRAIZIOAK