Miércoles, 29 de julio de 1936
DESPUES DE LA RENDICION
LO QUE CUENTAN SOLDADOS Y PAISANOS QUE ESTUVIERON PRISIONEROS EN LOYOLA
Sin luz, ni agua, ni comida, pasaron días angustiosos.-Los vuelos de los aviones y el bombardeo de los aparatos y baterías.-El corneta que cuando le ordenaban disparar tomaba por blanco árboles y gallinas.-Otros detalles.
A continuación publicamos varios relatos de paisanos y soldados que han permanecido en los cuarteles de Loyola durante los días del asedio. Sus relatos, que coinciden en la mayoría de los detalles, no los recogemos íntegros para no abrumar al lector con una repetición de detalles. Los recogemos, no obstante, aquellos aspectos que suponen una novedad en la información o que aun teniendo analogía con los ya referidos, presentan facetas nuevas que merecen ser conocidas del lector.
Hablan nuestros interviuvados:
El corneta Julio Alonso
Julio Alonso es un mocete irunés de diecisiete años cumplidos: corneta del regimiento de Artillería; permaneció en la guardia del cuartel desde el martes pasado hasta ayer, en que se rindieron los facciosos. Es un excelente muchacho del pueblo, en cuyas venas bulle sangre juvenil, rebelde y heroica, al servicio de la causa de la contrarrevolución fascista.
-Mi único toque era –nos dice- el “alto el fuego”.
-¿Cómo vivieron en el cuartel durante los días de asedio?
-Mal –nos dice-; bebíamos agua, cuando había: y comíamos pan, cuando había también. Un día nos dieron chorizo, pero en una ración reducidísima.
MENSAJES A LOS AEROPLANOS
La semana pasad volaron sobre los cuarteles algunos aparatos de las bases de Pamplona y Logroño.
Una de aquellas avionetas –nos dice Julio Alonos- lanzó un mensaje requiriendo de nosotros detalles acercad e la dirección en que se encontraban las fuerzas del Gobierno. Con sábanas hubimos de hacer en el patio del cuartel general unas flechas indicadoras de la dirección de los elementos que combatían contra nosotros.
-Además, por orden de los jefes, escribimos en el cemento del suelo del cuartel de Artillería, lo siguiente: “Urgen refuerzos por Oyarzun, hoy mismo”.
ALIENTOS A LOS REBELDES
Los aeroplanos que volaron sobre los cuarteles durante los días de la semana pasada arrojaron con profusión proclamas y arengas debidas al ex general Mola.
Uno de los primeros días de vuelo arrojaron paquetes enteros de “Diario de Navarra”, cotidiano de Pamplona, que daba cuenta de la capitulación de la población civil de aquella capital a las fuerzas facciosas del nefasto ex director general de Seguridad. En aquel número se publicaba entre otras fotografías la que reflejaba el acto de imponer un escapulario a un soldado, a guisa de acatamiento, humillante y forzado, de todas las clases humildes del Ejército a la tendencia fascista y reaccionaria del movimiento militar.
CUATRO INGENIEROS HERIDOS
También unos informes del destrozo que en una de las alas del cuartel de Ingenieros causaron los disparos del trimotor de las fuerzas leales que voló sobre Loyola.
A consecuencia de aquellos disparos, resultaron, además, cuatro muchachos del regimiento heridos, si bien no de gravedad.
Cabo Manuel Germelo
Conversamos en el cuarto de guardia del cuartel de Artillería con el cbao de Ingenieros Manuel Germelo, que, desde el primer día de la insurrección fué destinado por los oficiales al pinar situado en las proximidades del Reformatorio de Uba, conocido por el pinar de Ametzagaña.
Nos dice que el domingo por la mañana voló sobre los cuarteles una avioneta que llevaba en la parte posterior, en el timón, dos rayas negras, desde cuyo aparato se lanzaron periódicos de Navarra y proclamas entre las cuales aparecía la del general Mola. En estas proclamas se afirmaba que las tropas rebeldes avanzaban sobre España y que el triunfo de la rebelión era un hecho.
También se lanzó del mismo aparato una toalla en la cual iba envuelto en el que se enviaban las consignas convenidas.
La consigna se entregó a los oficiales. Inmediatamente se reunieron todos los jefes del Cuerpo de Ingenieros, celebraron un pequeño concilio y a continuación comenzaron a disponer las medidas necesarias para la actuación rebelde.
Se ordenó a los soldados que se hallaban reunidos en las Compañías que colocaran en las ventanas superiores del cuartel sacos terreros,y que se dirigieran a comer.
En la comida se les facilitó vino en abundancia, y cuando apenas habían terminado el primer plato, se les llamó para formar.
A cada Compañía acudieron sus jefes respectivos. Hubo breves arengas en las que se enaltecía la necesidad de defender a la Patria, para lo cual era forzoso “salir a la calle”. Estos pequeños discursos terminaban con vivas a España.
Desde este momento, Manuel Germelo abandonó el cuartel para ocupar la segunda línea de fuego en el pinar de Ametzagaña. En este lugar, ocupando la posición de un caserío, permaneció hasta ayer a la mañana. Durante todo ese tiempo, tanto él como los demás soldados que en la misma posición se encontraban, carecieron de lo más elemental para alimentarse, y tenían forzosamente que apropiarse de cuantos víveres encontraron en dicho caserío, so pena de perecer de hambre.
El alférez Rebollar subió ayer por la mañana a la posición que ocupaba, quien nos hace este relato, para comunicarle que había recibido orden del teniente coronel de que abandonaran su puesto y que se trasladaran al cuartel.
El desconcierto que, desde los primeros momentos, se notó entre los soldados que ocupaban el cuartel, no se advirtió en cuantos ocupaban las posiciones destacadas en el pinar de Ametzagaña. Y solamente en estas fuerzas se inició el descontento cuando el día 26, por la tarde, voló el trimotor sobre las posiciones de los enemigos. Desde este momento hubo ya bastantes deserciones, pasando los soldados a las filas leales al Gobierno, ocupando el puesto que les correspondía en la defensa de la República.
SEIS PRISIONEROS PAISANOS
Con el rural Aramendi se encontraban detenidos en los calabozos del cuartel los paisanos Balbino Casares, Honorio Díez, José Cabezón, Aurelio Covrian, Porfirio Peña y Antonio Jimeno Urroz.
Todos ellos, al servicio del pueblo en esta contienda civil, fueron capturados con engaños y a la fuerza por los ocupantes del cuartel.
Al ser libertados ayer mañana, al ver nuevamente la luz del sol después de haber permanecido ocho días en un calabozo húmedo y oscuro, su alegría ha sido inmensa, inefable.
Estos hombres cuentan verdaderas angustias de los ocho días de encierro. Comían mal y bebían peor. El agua que les facilitaban sus carceleros era escasa y sucia.
Uno de ellos, nos dice:
-El jueves, por rara excepción, nos dieron de comer bastante bien; pero la comida tenía excesivo picante, y nuestros carceleros nos dejaron sin agua aquel día. Entonces echamos de menos el porrón de escasamente un litro con que otros días nos hacíamos la ilusión de calmar la sed todos los compañeros de calabozo.
Nuestros interlocutores tienen duras censuras para el comportamiento de los jefes y oficiales de Loyola. Por excepción, se salvan de esta desdichada opinión que los ha merecido la tan cacareada nobleza militar cuatro sargentos con quienes tuvieron más frecuente trato. Uno de estos sargentos se llama Santiago. Nuestro interlocutor no ha podido darnos más detalles.
Simpatiquísimo el proceder de un cornetilla de Loyola, que, en momentos de mayor angustia, se asomaba a lasa rejas del calabozo y consolaba a los prisioneros con frase dulce y esperanzadora. Anteayer, conocedor el cornetilla de los propósitos de rendición de los jefes del cuartel, fué a las rejas del calabozo, diciendo a nuestros interlocutores:
-Paciencia, compañeros, que hoy termina vuestro cautiverio. Yo sé que hoy ha habido cabildeos para parlamentar...
Uno de los mayores martirios de estos hombres fué el de que los encontraron en un calabozo sin comunicación alguna con el exterior, por lo que no veían absolutamente nada. Sólo recibían un poco de luz cuando les llevaban la comida. Pero la oscuridad era tan densa, que para comer, casi siempre unas alubias cocidas, se habían de poner en corrillo y, a tientas, ir metiendo la cuchara en el plato, porque no podían distinguir los objetos.
Corneta Ricardo Santamaría
Estaba afecto este muchacho que acaba de cumplir los 18 años, a la 6.º batería.
Chico muy despierto nos cuenta interesantes incidencias de la lucha.
Sus primeras palabras, ponen al descubierto, de manera indubitable, que los artilleros tenían su propósito de rebelarse desde el sábado día 18, por lo menos.
Ricardo, que tenía concedidos quince días de permiso, había telefoneado a sus familiares que el sábado vendría a San Sebastián para pasar el permiso en compañía de sus padres.
El sábado, en las primeras horas de la mañana, abandonaba el cuartel. Al llegar a la puerta de salida, el oficial de guardia, que se encontraba en la misma, le interrogó:
-¿Adónde vas, muchacho?
-A San Sebastián, pues tengo quince días de permiso.
-No puede ser. Vuélvete adentro, porque estamos acuartelados.
Ricardo volvió al interior del cuartel, donde ha disfrutado tan hermosas “vacaciones”.
Lo observado por él fué lo siguiente:
El domingo, al anochecer, salieron del cuartel dos baterías con los servicios completos y con dirección a la carretera principal. No conoce el destino que estas fuerzas llevaron, aunque por lo que después ha oído, supone que son las fuerzas que los días pasados intentaron por amorada sorpresa de San Sebastián.
El miércoles sacaron del cuartel cuatro obuses grandes y por la parte posterior los subieron a los pinares que dominan Loyola. Aunque él no ha estado en aquella posición, sabe por habérselo oído a otros compañeros, que allí fueron emplazados los obuses que sacaron del cuartel.
También nos dice que en el patio del cuartel fueron colocadas baterías con las que se hicieron disparos, contestando a las de las baterías leales de San Marcos y Choritokieta.
Le preguntamos sobre el efecto que les producía el bombardeo que se les hacía desde estos fuertes y nos dice que la primera granada produjo un pánico espantoso. La vieron venir y rápidamente se arrojaron al suelo, mientras otros buscaban donde guarecerse. El susto les duró poco. Las bombas carecían de espoleta y no hacían explosión, y por eso las venían venir con una relativa tranquilidad.
SIN AGUA NI LUZ
Han pasado grandes fatigas los caballos por la escasez de agua y comida y también por la falta de luz. Respecto a este elemento nos dice que en el cuartel había una máquina generadora de energía a base de motor de gasolina, de la que no se hizo uso, no sabe si por falta de combustible o porque no querríase mantener encedidas las luces por la noche.
Con relación a esto nos cuenta animosos detalles de la muerte del capitán Ferrer a que aludimos en otra parte de este número.
EL PASO DEL TRIMOTOR Y UNA FABULA DE LOS JEFES
El vuelo efectuado el domingo por un aparato trimotor creó el momento de mayor pánico en el cuartel.
Los que se encontraban en el mismo supusieron que sería uno de tantos vuelos de reconocimiento; y que aún en el caso de que iniciase un bombardeo, las bombas no tendrían espoleta, como las caídas anteriormente.
Cuando el trimotor lanzó la bomba explosiva, hizo esta en el patio del cuartel un hoyo hondísimo e hirió a seis soldados.
Desde aquel momento la moral de soldados y jefes desapareció por completo. A tal punto, que para exaltar el ánimo del personal los jefes empezaron a lanzar la especie de que en aquel trimotor iban los ministros del Gobierno de la República, que huían a Francia porque el movimiento militar había triunfado en toda España.
VIVA LA IGUALDAD
Otro detalle curioso es el espíritu de los jefes para con los soldados a quienes contra su voluntad habían metido en la empresa de salvar (?) a España.
Cuando comenzó a escasear la comida, sufrían falta de alimento los soldados, que carecían de dinero. En cambio, los que disponían de numerario, que eran los jefes, adquirían artículos en la cantina y sobrellevaban mejor la situación.
Buena prueba de ello, nos dice el cornetilla, que yo me pude denfeder mejor porque tenía seis pesetas que gané de propinas por limpiar fusiles y con ellos compraba algunos artículos en la cantina.
ESCASEA EL TABACO
No solo de pan vive el hombre y los sitiados sentían también la falta del tabaco.
-Yo –nos dice el corenta- tenía medio paquete de 85 y a un sargento que lo supo tuve que vendérselo y me lo pagó como si estuviera entero.
Los últimos días he visto incluso a oficiales, coger colillas del suelo para poder fumar.
HAY QUE GASTAR MUNICION
También nos dice Ricardo Santamaría que como continuamente les obligaban a disparar, para que no sospecharan los jefes y les impusieran castigos no tiraban al aire. Afinaban bien la puntería y tiraban con cuidado; pero él por su parte, tal como algunos otros soldados, tomaban por blanco árboles y gallinas, disparando sobre ellos. De esa manera no herían a nadie y gastaban munición. También mataron a tiros seis cerdos que había en el cuartel y que sirvieron de alimento.
Otros detalles
Varios de los libertados en Loyola encomian y celebran la actuación de un soldado de cuota apellidado Otaola, afecto al servicio facultativo, de quien hacen grandes elogios por su proceder facilitando alimentos a los prisioneros y atendiendo con solicitud a los heridos y lesionados.
Hay otras varias e interesantes informaciones que apremios de tiempo y espacio nos impiden recoger, como fuera nuestro deseo.
De todas maneras surge de ellos clara y manifiesta la impresión de que la tropa en su casi totalidad boicoteó cuanto pudo la actuación de los rebeldes contra la Patria y contra la República.
DETENIDO POR EL ENEMIGO
Luis Iglesias, rehen de los fascistas, consigue su libertad
Pudo comprobar, desde su calabozo, que los rebeldes perdieron la moral en todo momento.-Otros detalles
Charlamos con Luis Iglesias, concejal del Ayuntamiento de San Sebastián y que en estos momentos se encuentra al frente de la cárcel de Ondarreta, por encargo de los dirigentes del Frente Popular. Su personalidad notoria y su larga vida de militante socialista le confieren la máxima confianza para el desempeño de cargo tan responsable en estos momentos.
Nuestra entrevista con él obedece a que ha sido uno de los protagonistas de las jornadas memorables de la toma de los cuarteles. No desde fuera, desde las barricadas, sino desde el calabozo que le habilitaron en el interior del cuartel de Artillería.
El popular concejal donostiarra, cumliendo sus funciones de vocal de la Beneficencia donostiarra, se trasladó el miércoles pasado al sanatorio de Nuestra Señora de las Mercedes en un automóvil requisado para el servicio de la ambulancia. Su misión consistía en proveer de víveres al citado establecimiento, porque desde hacía días carecían allí de lo más elemental para el sostenimiento de los enfermos.
Luis Iglesias atravesó el puente situado frente a los cuarteles de Artillería e Ingenieros. El centinela le detuvo para averiguar los motivos que le impulsaban a atravesar aquel lugar. Después de las oportunas explicaciones y de comprobarse que en su automóvil solamente se transportaban víveres para los enferemos se le dejó partir. Sin embargo alguien que le conocía le descubrió. Y en el momento de desaparecer con dirección al Sanatorio de Nuestra Señora de las Mercedes, desde el puesto de guardia a la entrada del cuartel se le hicieron varias descargas cerradas. Luis Iglesias, afortunadamente, no sufrió ninguna lesión. Pero hubo de detenerse.
-¿Usted es Luis Iglesias?
-Sí, señores.
-Caramba, esto es muy importante. Venga con nosotros.
Desde este momento el destacado socialista de nuestra ciudad era un rehen de las fuerzas facciosas al servicio de los enemigos del pueblo.
Fué incomunicado. Las duras condiciones de la vida penitenciaria se agudizaron para él, en quien veían la representación genuína del proletariado que luchaba en defensa de la República.
-¿En qué condiciones se denvolvía la vida cuartelera?, le preguntamos.
-Inconcebibles. La desmoralización cundía por todas partes. Se vigilaban los soldados entre sí. No había confianza en nadie. Todos creían ver en su compañero un enemigo. Y el malestar aumentaba a medida que los días transcurrían sin que se viera una solución definitiva a la situación anormal que los facciosos crearon. Intenté hablar con un abo, magnífico muchacho a quien deseo abrazar, con quien pude expansionarme un poco. ¿Qué hacéis? –le decía y se encogía de hombros dando a entender que se encontraba a nuestro lado; pero que por la disciplina y por temor a quienes le acompañaban no se atrevía a hablar claramente.
Los soldados sufrían indiscutiblemente. El alimento era deficinete y al mismo tiempo insuficiente. Carecíamos de agua y hasta de pan. Y el sostenimiento se hacía exclusivamente a base de alubias al mediodía y a la noche.
Encima de mi calabozo precisamente cayó un proyectil que no estalló y que era arrojado desde el fuerte de San Marcos. Los solados –y todavía no me explico el por qué- cantaron “La Cucaracha”. Pero el humor desapareció cuando a los pocos minutos caía una segunda bala que hizo explosión estrepitosamente.
Los oficiales perdían y recuperaban el valor. Y se entusiasmaron cuando voló, sobre el cuartel, el pasado miércoles, un avión que no lanzó ningún proyectil. Creyeron que era suyo.
Pero en cambio la desmoralización cundió al estallar sobre el cuartel de Ingenieros la bomba lanzada por el trimotor. Desde este momento toda disciplina se rompió. Nadie obedecía a nadie. Y los soldados formaban corrillos comentando las incidencias de aquellos días, demostrando claramente su descontento.
De todo lo que he visto y he presenciado estos días que he permanecido detenido por los fascistas, debo decir que encontraron en el Reformatorio de Uba un fuerte magnífico, así como también un fortín colosal para sus designios asesinos.
Terminamos nuestra breve charal con el camarada Luis Iglesias, desde su nuevo puesto responsable, conferido por las autoridades del Frente Popular. Lleno de fe y optimismo por el firme triunfo de la causa del proletariado y de la República se despide de nosotros afectuosamente. A la salida de la cárcel concentrando todo su fuerte carácter y vibrante su voz de ira, termina:
-Sólo quisiera saber quién fué el oficial que el jueves pasado dió dos mueras a la República y a la Unión Soviética.
En pie de guerra
:: permanente ::
Estamos en guerra. No lo olvidemos. Guerra cuya duración sería difícil precisar, pero que no ha de ser tan breve como muchos ingenuamente suponen. La situación en la que nos han colocado la derecha fascistoide y suicida va a ser de consecuencias fatalísimas para nuestra economía. Y es que ahora es cuando se va a realizar la verdadera revolución que alcanzará a todas las ramas de la producción. El timón de la política española ha de dar un quiebro notable para orientar su Estado hacia nuevos horizontes que le garanticen y le pongan a cubierto de nuevas contingencias de tipo napoleónico. Más aún, es prematuro hablar del futuro. Tenemos una realidad presente.
Hay quienes piensan que al caer Loyola en nuestro poder todo habrá terminado. Nada más erróneo. La rendición de los cuarteles no supone otra cosa que un franco avance hacia la consecución del triunfo, en la serie de escalones que nos han de conducir a la cúspide de la victoria.
Nos queda mucho camino que recorrer. Navarra y Alava se encuentran en poder de los sediciosos, y nosotros, como vascos, tenemos el deber principalísimo de ayudar al proletariado de la dos regiones hermanas.
Quien crea que esto se hace paseando en automóvil por las calles, con un alarde y exhibición de armamento bélico, está equivocadísimo. Para vencer a los facciosos es preciso que organicemos un ejército popular, sujeto a una disciplina férrea al objeto de que, dejándonos de necias chismorrerías esgrimidas por nuestros enemigos, se cumplan sin dilaciones y valerosamente las consignas señaladas por el Comisariado de Guerra.
Es indispensable que los milicianos, que acudieron voluntariamente a alistarse, se percaten que han de obedecer aquellas órdenes a las que se sometieron libremente.
A nadie se le obligó a tomar las armas. Todos lo hicieron por defender sus ideales y sus derechos de hombre libre, amenazados por la bárbara reacción fascista. Pues bien: si esta defensa ha de ser eficaz, es preciso organizar militarmente a las masas populares.
De otro modo, el espléndido esfuerzo realizado al tomar Donostia, resultaría perfectamente estéril. Y eso no debe ser. No tenemos que dejar sin digna continuación lo que tan brillantemente empezó. Sería imperdonable que la sangre generosamente derramada por los compañeros que cayeron en la lucha, no fructificara por nuestra incomprensión de la gravedad de las circunstancias y de los medios a que hemos de recurrir para hacerles frente.
Ellos los sacrificados por el ideal, nos imponeneste mandato: organización, serenidad y disciplina.
Animo y adelante, MAOC.
LOS LEALES
El fuerte de Guadalupe, al servicio de la República
Desde el momento en que se produjo en España el movimiento subversivo, fué motivo de preocupada atención para las fuerzas del Frente Popular la actitud en que se pudieran colocar los militares que tenían a su cargo el fuerte de Guadalukpe. No tanto por la fuerza numérica de esta guarnición, que no es de gran importancia sino por los elementos de ataque y resitencia que en aquella fortaleza se encuentran, principalmente las baterías de obuses de largo alcance, que podrían prestar eficacísima ayuda a la rebelión, caso de que ésta se produjera en San Sebastián.
Los elementos del Frente Popular de Fuenterrabía y de Irún, con el valeroso ánimo de lucha que siempre ha distinguido a las izquierdas de los dos pueblos bidasotarras, no descuidaron la vigilancia un solo instante. Había motivos sobrados para no confiar en el jefe de la fortaleza, el capitán Graja, aunque sí se confiaba en otros elementos que había dentro del fuerte.
En estas circunstancias llegó el momento de la sublevación en San Sebastián. Fué entocnes cuando se procedió con toda la rapidez necesaria y elementos del Frente Popular de acuerdo con el sargento de Artillería Angel Blanco, de la guarnición del fuerte, procedieron al arresto del capitán Graja, quien sorprendido por la rapidez de la acción de los leales nada pudo hacer para defenderse.
Desde aquel momento el fuerte de Guadalupe quedó al servicio de la República.
Que los temores de los leales no estaban descaminados, lo acreditan dos hechos elocuentes. Uno que el sargento Angel Blanco, que se hizo cargo de la Comandancia del fuerte, fué llamado por teléfono desde la Comandancia Militar rebelde. No se le dijo nada de la detención del capitán Graja, pero en cambio se le ordenaba que bombardearan San Marcos y Choritoquieta. Orden que el sargento no cumplió, naturalmente.
Más tarde, el sábado se le llamó nuevamente y le ordenaro que de ninguna manera dejara de sacar del fuerte el obús de veintisiete centímetros, que iba a ser traído a San Sebastián, como así se hizo, para bombardear a los sublevados de Loyola.
La orden tampoco fué cumplimentada, pero la repetición de esta comunicación por fuera del control que de las mismas habían de tener las fuerzas leales, hizo sospechar al sargento Blanco de posibles complicaciones rebeldes en aquellos servicios, por lo que dió conocimiento a las autoridades de Irún, practicándose la detención de la persona que había establecido esa comunicación.
FRENTE POPULAR
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Ni ellos se entienden
El capitán rebelde Ferrer hiere a un jefe y es muerto a tiros.
Hacía varios dáis que presentaba síntomas de manía persecutoria
El capitán de artillería señor Ferrer se vió acometido el viernes de la semana pasada por un ataque de locura.
Ello vino a acentuar los tonos patéticos de los instantes angustiosos del sitio de los cuarteles de Loyola por las fuerzas leales y las milicias del pueblo.
El capitán Ferrer fué quien disparó sobre el mártir de Jaca, capitán Fermín Galán, el tiro de gracia.
La locura de este militar se manifestó, especialmente, en una fobia acentuadísima contra la luz. Su obsesión era permanecer en la obscuridad más absoluta. Allá donde sus sentidos descentrados advertían la menor claridad, allá el capitán Ferrer dirigía la ofensiva de sus armas.
Una de las víctimas de esta demencia fué el teniente coronel señor de la Brena, que resultó herido, por disparos de pistola, en un pie.
Un compañero suyo, el capitán Fernández, puso fin a la vida del infeliz demente con un tiro de revólver en la cabeza.
Estas demostraciones de locura del capitán Ferrer venían produciéndose desde el primer día de la rebelión. Constantemente discutía con sus compañeros y daba la impesión de sufrir manía persecutoria. Constantemente paseaba llevando unas veces en la mano y otras colgada al cinto, la pistola ametralladora. También llevaba colgados de la cintura cuatro bombas de mano. Ya hemos dicho que por cualquier momtivo comenzaba a disparar; y en otra ocasión llegó a arrojar sobre el patio dos bombas de mano.
El día de su muerte paseaba con el teniente coronel De la Brena y con el comandante Aradanaz. De improviso, en uno de los ataque disparo contra sus compañeros hiriendo en una pierna, no de gravedad, al tenienteo coronel De la Brena.
Entonces fué cuando se le dió muerte como más arriba decimos.