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Gipuzkoa 1936

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UNA NOTICIA DEL DÍA


PALPITACIONES

Sábado, 5 de septiembre de 1936

Páginas:

Redacción, Oficinas y Talleres:
GARIBAY, 34

FRENTE POPULAR
DIARIO DE LA REPUBLICA

Teléfonos: 14.621 y 14.634
San Sebastián, 5 de Septiembre de 1936


CORRESPONDENCIA ABIERTA
CARTA A FRANCIA

Bien sé yo que tú, pueblo francés, propulsor de todas las creaciones políticas que alumbraron la Historia de la civilización, has sentido latir en tu pecho el diástole del corazón de nuestra España. Bien sabemos todos que tú, pueblo francés, debates los generosos impulsos de tu solidaridad en un laberinto inextricable y absurdo de consideraciones diplomáticas. Si de ti dependiera, a estas horas estaría zanjado este arduo problema, sin precedentes en el derecho internacional, que permite discutir la licitud de la ayuda a un Gobierno constitucional en lucha contra un núcleo faccioso, rebelado en armas contra el Poder legítimo.

Ni tú, gran pueblo francés, ni nosotros, sufrido pueblo español, nos acostumbramos a discernir lo admisible de una neutralidad que no tiene par en los anales de la Historia. El pueblo tiene siempre de los hechos una visión simplista, no contaminada de consideraciones subjetivas. Llama pan al pan y vino al vino. Las altas y sutiles razones de Estado están reservadas a los rectores de la política, que hoy permiten la ocupación violenta de Abisinia sin que conmuevan las esferas ni salte, hecha añicos en sus cimientos jurídicos, la Sociedad de naciones; y mañana niegan su ayuda a un Gobierno legítimo, adoptando una incomprensible y cómoda postura de neutralidad, como si un núcleo subversivo fuese Poder beligerante, y no un quiste nocivo que hoy sufre España y que otro día, acaso próximo, puede sufrir cualquiera de los Estados que se oponen incluso a la normal relación del intercambio comercial.

No eres tú el responsable, pueblo francés. Pero tú, Gobierno de Francia, vinculado a España no tan sólo por una razón de latinidad, sentimental e histórica, sino hasta por una exigencia geográfica que debiera engendrar, con el egoísmo bien entendido, el impulso de solidaridad, cargas sobre tus hombros una auténtica y tremenda responsabilidad, estableciendo un precedente cuyas consecuencias siembran de zozobras y de peligros el rumbo de la civilización europea.

No hay ya opciones en la lucha. Todo un amplio y hondo movimiento germina sordamente en la entraña de los pueblos de Occidente. O estamos con él o estamos contra él. Cuando un Estado declara su neutralidad en el conflicto que se suscita entre el movimiento faccioso y el Gobierno legítimo de una nación, reconoce de hecho a los rebeldes como Poder beligerante. ¿Adviertes tú, Gobierno de Francia, lo que esto significa? Pues significa hacer tabla rasa entre el Derecho y la subversión, entre el Poder legítimo y la facción levantada en armas, entre el Estado legal y el Ejército traidor que se alza en rebeldía para destruirlo. Si la rebelión es fascista, el Gobierno que discierne tan mosntruosa neutralidad se sitúa al lado del fascismo, aunque se llame Gobierno de Frente Popular, y burla y envilece los mandatos del pueblo que le eligió para regir sus destinos.

Gobierno de Francia: Gobierno del Frente Popular francés. la lucha está entablada entre el fascismo y la democracia. Tú has tenido y tienes la oportunidad de asestar al fascismo, nuestro común enemigo, un golpe de muerte. Detrás de ti está el gran pueblo francés, todo entero, en demanda de que cumplas con el mandato que te dió hace aún pocos meses.

Pero sobre todo, el Gobierno democrático de un país grande y glorioso como es Francia, no puede actuar de espaldas a la tremenda responsabilidad histórica que pesa sobre él. La consigna de la democracia europea es tajante: “el fascismo no pasará”. El Gobierno francés tiene en sus manos la llave que le cierra el paso. Sería un suicidio y hasta una traición que le dejase la puerta abierta.

Juan de ESPAÑA


PALPITACIONES
Urgen medidas de profilaxis social

El camarada García Lavid, capitán de milicianos, hizo ayer unas atinadas conservaciones acerca de la necesidad de crear una policía secreta que termine con los espías ocultos al servicio de los facciosos. Es decir, la organización del contraespionaje en beneficio de la causa del Pueblo.

En las palabras “policía secreta” no se encierra nada que pudiera parecer depresivo para cuantos ejercieran ese cargo. No se trata de delatores, de “soplones”, de gentes que pudieran comerciar indignamente con ese cargo de higiene social. Es, sencillamente, poder llegar hasta los más inextricables escondrijos donde se agazapan los malhechores de España, y atacarlos en sus propias madrigueras. Si tuvieran la nobleza, la valentía, el gesto gallardo de dar la cara en la lucha, los procedimientos tendrían que ser otros. Pero para poder dar caza a las alimañas es imprescindible internarse en las cuevas.

El Pueblo es siemple porque nunca desconfía. Es noble porque no sabe de acciones bellacas. Habla a gritos porque no tiene secretos que guardar. Pero el enemigo acecha siempre y siempre encuentra medios para averiguar cuanto le interesa. Poner sordina a las palabras y desconfiar de todos es una obligación imperiosa, hija de los actuales momentos.

La policía secreta del Pueblo tiene amplia zona de trabajo mientras dure la lucha que trueca los campos en cementerios. Basta, para ello, un espíritu, no muy sagaz, de observación. Saber el significado de ciertos colgajos que aparecen en determinados balcones de la ciudad, simulando ropas tendidas a secar; inquirir por qué ciertas gentes hacen ahora una vida distinta de la ordinaria; averiguar qué se habla en esos corrillos que se forman alrededor de algunos milicianos, que ingenuamente relatan episodios de las escaramuzas sin creer en la presencia del espía; indagar el origen de rumores desatinados que, a través de las gentes, hacen que éstas se sientan atemorizadas por la presencia de hipotéticos fracasos; hurgar un poco en el por qué del éxodo de los habitantes de ciertos pueblos cercanos a la capital, cuando en sus localidades respectivas no sucede nada que aconseje la despoblación.

Todo esto, que no es poco, puede ser contenido para evitar alarmas infundadas que deprimen a los timoratos y alegrías insanas a los enemigos de la República. Es, por lo urgentes, necesario crear esa policía de salud pública propuesta por el camarada García Lavid. El enemigo no sólo está en el frete, sino en la ciudad, en las calles, en los lugares donde se reúnen dos personas que comenten los sucesos actuales y en cuantos sitios se relaten anécdotas de trinchera.

La Comisaría de Orden Público, de acuerdo con la de Guerra, tienen en sus manos la profilaxis adecuada para que cese el estado de intranquilidad observando en algunas gentes fácilmente asustadizas. Y los espías, fraguadores de toda clase de falsas alarmas, tendrían que desaparecer por imposibilidad de actuar.

Vigilancia, no solamente en las carreteras y en laciudad, sino también en los ferrocarriles y tranvías, para evitar actuaciones sospechosas que pueden ser fatales para España y para los bravos luchadores del Pueblo.


LECCIONES
Industrias de guerra en Cataluña

En pocas semanas se han creado en Cataluña, por creación o por transformación, múltiples industrias de guerra. En nuestras casas son fabricadas hoy armas y municiones de cualidades técnicas excelentes. Nuestra tierra, después de improvisar un ejército, le proveyó de material bélico. Por la vountad y por el entusiasmo, se ha conseguido el milagro inesperado.

Es éste uno de los más admirables aspectos de la acción de Cataluña. El florecimiento rápido de las industrias militares tiene aquí mucho más mérito, porque se había perdido la tradición de estas industrias.

En la vieja Cataluña ya había fábricas de armas y de municiones, fundiciones de piezas de artillería y aprestos militares. Ahora, al hallarnos con el resurgimiento de las industrias de guerra, comprendemos que este hecho es una prueba más de renacimiento nacional de Cataluña.

* * *

¿Os habéis fijado que la España unitaria, por desconfianza o por malevolencia, había prescindido de Cataluña en la distribución de las industrias militares?

No había aquí fábricas de material ni de municiones. Ninguna fábrica de cañones, ninguna fábrica de fusiles, ninguna fábrica de ametralladoras, ninguna fábrica de aeroplanos, ninguna fábrica de bombas ni de cartuchería, ninguna factoría militar. En la distribución geográfica de los establecimientos de esta clase hubo un evidente proteccionismo del cual Cataluña quedó excluída. Diversas poblaciones del Estado poseían industrias de guerra con una fuente de vida económica. Cataluña, que con una cifra tan gruesa contribuye a los ingresos de la Hacienda pública, no poseía ninguna de estas industrias en las cuales no es de temer la competencia.

Y bien: ahora se ha visto pronto que Cataluña no sólo tenía derecho a poseer industria militares, sino que era absolutamente necesario que las poseyera.

* * *

He aquí otro caso donde vemos que Cataluña devuelve bien por mal.

Privado nuestro pueblo de toda industria de guerra, la ha creado de prisa, tan a punto como ha sido indispensable. Y de la actividad de Cataluña en tal ramo ha resultado fuertemente favorecida toda la España democrática y obrera.

Los catalanes demandan libertad en todos los aspectos de nuestra vida. Y esta libertad es altamente beneficiosa para los otros pueblos de la Península. Si Cataluña, en las últimas semanas, en lugar de mostrarse como una nación viva, se hubiese mostrado como un grupo de provincias muertas, muerta estaría a estas horas la República.

ROVIRA Y VIRGILL (De “La Humanitata”.)


FRENTE POPULAR ha salido a la calle para oponerse a toda falsedad y a todo rumor mal intencionado. Sus informaciones son absolutamente veraces.
Nada aparece en estas columnas que no haya sido concienzudamente comprobado.
El ciudadano tiene en FRENTE POPULAR el perfil más exacto de la situación de cada día; el trabajador, el órgano que ha de defenderle en sus libertades y en sus derechos; el combatiente, su aliento y su brújula, la vibración del espíritu de ciudadanía, que le acompaña siempre.


COMENTARIOS DE ACTUALIDAD
Democracia y lucha de clases

Ha afirmado recientemente en Londres el camarada Marcos Oliveira, en un discurso pronunciado con ocasión del acto que los proletarios de la capital inglesa celebraron como homenaje y adhesión a sus heroicos hermanos de España, que la lucha que ensangrienta los campos de nuestra nación no es en verdad una guerra civil, una guerra entre hermanos. Es –vino a decir- un acto de violencia, de exaltación, de paroxismo, un instante de extremadísima agudización de la lucha de clases.

Tiene razón Oliveira cuando asegura que nuestra lucha no es una lucha entre hermanos. Efectivametne, un obrero no puede considerarse jamás hermano del capitalista feroz que le explota. Pero no se halla en lo cierto el autor de “Nosotros, los marxista” cuando nos dice que la guerra que estamos librando en España no es una guerra civil. No será una guerra entre hermanos, una guerra fratricida; pero sí es una guerra civil, una guerra entre ciudadanos de un mismo Estado. No siempre una guerra civil es lucha fratricida. En muchas ocasiones, sí lo es; en otras, como esta de ahora, no.

Tampoco goza, a mi juicio, de rigurosa exactitud su afirmación de que esta lucha tremenda, que a tantos hogares españoles está sumiendo en el dolor, es una lucha de clases. No, no es exactamente una lucha de clases. No pelean las dos clases en pugna por exterminarse muturamente. Pelean, una, el capitalismo, por destruir, y otra, el proletariado, por conservar un régimen democrático y liberal. Es, pues, más bien, una derivación, una consecuencia de la auténtica lucha de clases.

El capitalismo, clase opresora, anhela aniquilar a la democracia. El proletariado, clase oprimida, la defiende con tesón y heroísmo insuperables. Ante este hehco singular, cabe preguntarse: ¿Qué valor entraña para el capitalismo y para el proletariado la república democrática? ¿Qué representa para la lucha de clases ese régimen político fundado en la igualdad de derechos de todos los hombres y el respeto sagrado a su libertad? Veámoslo.

* * *

La lucha de clases es una realidad histórica innegable. Desde el preciso momento en que la humanidad halló la manera de actuar sobre la Naturaleza para forzarla a engendrar en abundancia los productos que el hombres necesita para su vida, quedó dividida, escindida en dos grandes clases sociales. La clase de los que se adueñaron de los medios-tierras, ganados, instrumentos de trabajo, etc., de producción de las riquezas; y la clase de los que encontrándose privados de dichos medios, se ven precisados a trabajar en beneficio de aquéllos.

Antes, en los primeros momentos de su existencia, la especie humana, la humanidad, aprovechaba para poder vivir elementos, cosas que la Naturaleza producía espontáneamente. Se alimentaba a expensas de los animales que cazaba o pescaba y de los frutos y raíces que cogía; utilizando para protegerse de la inclemencia del tiempo, cavernas que descubría en las montañas. En aquella época, los hombres se agrupaban con objeto de ayudarse mutuamente y vencer en la dura lucha que sostenían contra las fuerzas adversas de la Naturaleza, principalmente con el resto de los animales. Estas agrupaciones, estas “hordas”, entraban frecuentemente en colisión, en lucha, unas con otras. De la lucha resultaban prisoneros; pero estos prisioneros no eran convertidos en esclavos. No hubiera tenido objeto. El trabajo humano no era entonces explotable, porque el hombre no producía. Se limitaba, ya lo he dicho, a apropiarse de lo que hallaba hecho en la Naturaleza. Nadie pensaba en hacerse dueño de un pedazo de tierra, ni de unos cuantos animales, porque se ignoraba el modo de explotarlos, de sacarles provecho.

Pero cuando el hombre aprende a cultivar la tierra y a domesticar los animales, la posesión de estos elementos adquiere un gran valor. El trabajo humano es ya susceptible de explotación, puesto que produce al actuar sobre la Naturaleza, riquezas en cantidad superior a lo estrictamente necesario para el sustento de quien lo ejecuta. Así es ya posible que un hombre viva sin trabajar, aprovechando lo que otro produce.

Es en este momento cuando los fuertes se hacen dueños de tierras y ganados y esclavizan a los débiles; y éstos se ven obligados a trabajar en beneficio de sus esclavizadores. De esta manera la Humanidad se dividió en dos claes que, desde entonces, no han cesado de luchar: la de los explotadores por conservar su privilegiada situación y la de los explotados por abatir los injustos privilegios de sus opresores.

* * *

La Revolución francesa, el derribar el régimen político feudal, fundado en el privilegio (sólo el clero y la nobleza gozaban del derecho de dirigir la vida de la nación entera), reemplazándolo por el régimen democrático, cuya base es la igualdad en derechos de todos los hombres, ofreció la coyuntura, la posibilidad de dar una solución jurídica, una solución de derecho a la lucha de clases. La democracia se presentaba como un palenque en que la lucha de clases podría resolverse por la vía del Derecho, abandonando el camino de la violencia, seguido hasta entonces por ambos bandos.

Que los explotados expongan sus anhelos; que los privilegiados defiendan sus intereses, y que se haga lo que la mayoría estime de justicia. Almirable modo de resolver pacíficamente el antiguo pleito.

Pero he aquí que por la vía de la democracia, por la vía de la razón y del derecho, se marcha rápidamente a la extinción de los privilegios injustos y al establecimiento de un régimen social fundado en la igualdad de todos los hombres ante el trabajo. En una democracia acaba siempre por triunfar la causa de la Razón, la causa de la Justicia. Y esto al capitalismo no le conviene; porque significa su muerte, su desaparición para siempre. El capitalismo lo comprendió perfectamente y, egoísta y rapaz, no aceptó la democracia como campo de batalla en que dirimir su querella con el proletariado. Dedicóse activamente, por el contrario, a la tarea de derrocar los regímenes democráticos de libertad, substituyéndolos por otros autoritarios, de opresión. Contaba para ello con tres armas poderosísimas: el dinero, el engaño y el ejército.

Utilizando en conjunción el dinero y la mentira ha logrado frecuentemente triunfar sobre el pueblo laborioso en las contiendas electorales, adueñándose del Poder. Y siempre que ha podido ha anulado las libertades populares, impidiendo por la fuerza el fortalecimiento de las organizaciones proletarias. Pero el pueblo es cada día más culto; cada día ve con mayor claridad en la cuestión social. Ya al pueblo no se le puede engañar. Y por esto mismo, por no poder engañar al pueblo, el dinero no le sirve al capitalismo para conseguir la victoria en las urnas.

Triunfante en España el 19 de noviembre del 33, el capitalismo fué decisivamente derrotado el 16 de febrero del 36. De nada le valieron dinero, derrochado a raudales, ni mentiras propaladas falsamente por todo el ámbito nacional. Sólo le quedaba a la clase capitalista un arma que utilziar: el ejército. Y al ejército ha recurrido para intentar imponer en España una dictadura, un régimen de fuerza y opresión que, ahogando en sangre todo esfuerzo emancipador de las masas explotadas, le permitiera seguir viviendo, gozando de sus privilegios.

Nos encontramos, pues, en la fase final del proceso que ha seguido la lucha tenaz de los privilegiados contra la democracia.

Merced a la decisión y heroísmo del pueblo, fruto sin duda de su experiencia política, de su acendrado amor a la Libertad y de un sentimiento altamente delicado de la responsabilidad que en estos históricos momentos contraía ante el mundo entero –dada la notoria trascendencia universal del movimiento sedicioso de los fascistas españoles-, este postrer intento del capitalismo por derribar el régimen democrático ha fracasado rotundamente. Ya no pueden los facciosos lograr otra cosa sino prolongar desesperada e inútilmente su agonía; hacerla más lenta y dolorosa.

Sobre las ruinas del capitalismo, el pueblo español ha de edificar una España nueva. Y conviene desde ahora ir pensando en las bases y fundamentos de la futura organización política y económica de la nación española. Sin descuidar, desde luego el objetivo inmediato del aplastamiento total del criminal alzamiento fascista.

Federico Angulo Hernández


Combatid el rumor

Cerrad los oídos a toda información que no haya sido contrastada por el Frente Popular o por sus órganos autorizados. El enemigo tiene una táctica: difundir noticias falsas para rebajar la moral de los elementos adictos a la República. Prestar crédito y difundir esas informaciones, es hacer el juego al adversario y favorecer su táctica.

Una información falsa y alarmista hace más daño que cien cañonazos. Toda noticia que no provenga del Frente Popular es falsa, y hay que rechazarla, porque es contraria a la salud de la Repúblcia y a la tranquilidad ciudadana.

El que difunde un rumor es más enemigo del Frente Popular que un auténtico faccioso. Combatid el rumor. No hagáis caso de ninguna noticia que no haya sido contrastada por el Frente Popular o por sus órganos autorizados.


LOS QUE SE VAN
PRUDENCIO OCHOA
Un grupo de milicianos nos ruega que nos refiramos a la muerte de Prudencio Ochoa, perteneciente a la sección “Bala Roja”, que murió gloriosamente en la defensa de Irún.

Prudencio Ochoa era uno de los más entusiastas elementos de la fracción combatiente a qu enos referimos. Su temple de ánimo, su entereza ante el peligro, su arrojo en las acciones decisivas, y de manera especial su carácter envidiable y su optimismo sin límites, le habían granjeado el afecto y la estimación de todos sus compañeros de lucha.

Ayer ser verificó su entierro. Modestamente, silenciosamente, con una sencilla digna y emocionante.

Descnase en paz el bravo defensor de la ciudadanía. Sirva su muerte gloriosa de ejemplo a todos los que, con el fusil en la mano, han de defender palmo a palmo la tierra de nuestras libertades.

* * *

Prudencio Ochoa pertenecía a la Federación Gráfica Española, cuya Directiva, ante la imposibildiad de dedicarle un sencillo homenaje por las circunstancias en que acaeció su muerte, se asocia al dolor que en estos momentos aqueja a sus familiares y camaradas que le conocían.


Compañeros:
Ni un solo combatiente debe desmayar. En los frentes está la victoria.

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